FERNANDO RODRIGUEZ
Vivimos, se dice por doquier entre opositores, el momento más
deprimente, una cruel jugada del destino que nos transformó en un
santiamén, por vilezas de la tiranía y pecados nuestros, de una mayoría
altiva en un triste e indigesto caldo morado. La peor de las
circunstancias que hemos vivido en esta larga y cruel enfermedad, dicen
muchos. Se habla poco de política, ¿para qué? Facebook, recinto de
corazones de clase media, ha vuelto a ser mayoritariamente jardín para
cumpleaños felices y consejos para bienvivir.
Para ser más sintético y menos emotivos, digamos que sí, que
vivimos una situación de desconcierto ante una realidad
extraordinariamente incoherente. A título de consuelo, digamos que el
mundo de hoy vive en una atmósfera parecida, con muchos matices, claro
–los daneses comen a gusto y son felices, los yemenitas mueren de hambre
y se masacran–, pero en el que se llega a predecir a menudo hasta el
próximo fin de la especie humana, y esta vez no lo dicen el charlatán de
Nostradamus ni los carajitos de Lourdes, sino premios Nobel de ciencia,
y ello básicamente por nuestras poderosas bombas y nuestras desmesuras
ecológicas, Donald Trump añadido. Habría que hablar aquí de la
posverdad, el terrorismo, las alienaciones de la riqueza, las
desigualdades, las migraciones de los condenados de la tierra, el
populismo y el neofascismo, nuestra pulsión de muerte… pero lo dicho
basta para tratar de aliviar en algo la prostituida identidad nacional.
En ocasiones similares suelen usarse expresiones destinadas a
superar el duelo y a propiciar la reanudación del combate. Ahora la
llaman resilencia (sic). Ya se pueden imaginar: solo un tropiezo, el
gobierno agoniza en el fondo, la libertad siempre triunfa, somos un gran
pueblo… y dele no más. Si para algo le sirven, cómprelas. También vale
irse a Miami o refugiarse en el espíritu, que es “demasiado grande para
el mundo”, decían los románticos. Pero si quiere simplemente seguir en
esta demasiado laboriosa empresa, llena de abominables trampajaulas,
ciertamente, pues no queda más remedio que tratar de pensar y actuar con
la mayor racionalidad política posible, lo que quiere decir, formulando
estrategias correctas que alcancen los fines que postulan.
Pienso, por el momento, que hay un problema inmediato a enfrentar
que son las próximas elecciones y, sobre todo, algunas de sus
previsibles consecuencias. Es realmente difícil barruntar qué va a pasar
en ese pandemónium. La oposición va dividida, y siento que los partidos
más grandes, o menos pequeños, cuya posición hago mía, han moderado su
vocería sobre su no participación, la palabra abstención como que nunca
suena muy bien. Y han crecido los votófilos de muy variadas cepas.
Partidos de la MUD abiertamente enfrentados a la “línea”; municipalistas
militantes independientes muy respetables que de verdad no creen en eso
de ceder espacios, jamás; oportunistas por montón… Pero también el
gobierno va fragmentado como nunca, lo que indica varias otras cosas
sobre su cohesión interna. ¿Quién quita, entonces, que la suma de la
abstención y los variopintos votantes opositores, aunado a los daños
menores al PSUV de sus microsocios díscolos, no dé un número algo
reanimador para la depresión opositora?
Ahora bien, sea lo que sea, consumadas las elecciones, con todo y
reverencias a la constituyente, habrá que replantearse la unidad y, en
especial, mirando las primarias y la elección presidencial que puede ser
adelantada. Es obvio que el criterio unificador debe ser ahora muy
amplio, laxo, cada quien en lo suyo y nos vemos para… dadas las heridas
recientes. Al menos si se quiere tener un solo candidato para esa
competencia decisiva, lo cual parece fundamental. Si ese es el objetivo,
más allá de que haya quienes tienen ominosas cartas escondidas, bien
valdría la pena empezar a moderar la violencia entre las partes
opuestas. No olvidar, no es ajeno a ello, que se supone que la presión
internacional es la palanca mayor para lograr adecentar el chiquero del
CNE. Y recordar la calle, donde viven el sufrimiento y la ira.
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