miércoles, 1 de julio de 2015

LA UNIDAD NO ES CONCHA DE AJO

FERMIN LARES

La unidad de fuerzas políticas disímiles en función de un mismo objetivo no es un asunto fácil. Los venezolanos que desean restaurar la democracia en su país exigen la unidad de los partidos de oposición para salir de la pesadilla chavista y los partidos deben responder a esa exigencia, pero esa no es cualquier concha de ajo.
Hace, digamos, unos cuatro o cinco años, se escuchaba decir que hacía falta un líder, alguien con capacidad de enfrentar a Chávez; que era lo que le hacía falta a la oposición. Fueron surgiendo varios. Hubo una elección primaria para medirse con Chávez en las presidenciales de 2012, en la que compitieron los más sobresalientes, y la gente escogió a Henrique Capriles.
Capriles perdió con Chávez conquistando, según el conteo oficial, 45% de las preferencias electorales. Cuando Capriles se midió al año siguiente con Maduro, el margen de la alegada victoria electoral del candidato chavista se redujo a 1%. En ambos casos, funcionó la unidad electoral de los partidos de oposición, en torno a un candidato que se creció como líder en esa segunda elección.

Podría decirse que desde que se creó la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), especialmente desde que la dirigió Ramón Guillermo Aveledo (2009-2014), hasta el día de la proclamación de Maduro como ganador, la unidad de propósitos de los partidos de oposición funcionó bastante bien. La rabia de sentir que el triunfo electoral había sido arrebatado a Capriles por triquiñuelas de último minuto, según la propia reacción del candidato, fue lo que empezó a generar controversias sobre cómo enfrentar al régimen en este nuevo escenario. Que si salimos a protestar por el fraude, que si no. Que si lanzamos al pueblo a la calle, que si no.
Las divergencias entre líderes y partidos afloraron con más fuerza durante todo el 2013 hasta que en febrero de 2014 surgió la llamada “salida”, que abogaba por protestas en la calle, la petición de renuncia a Maduro y el llamado a una asamblea constituyente que renueve los poderes del Estado, tal como se hizo en 1999.
Yo diría que las protestas callejeras y la petición a Maduro a que renuncie eran diferencias tácticas de la acción política desde la oposición, manejables dentro de la unidad, pero el llamado a una asamblea constituyente no lo era ni lo es. No es lo mismo tratar de conquistar el poder con la intención de aplicar la Constitución vigente, de hacerla cumplir, y si acaso, plantear la posibilidad de alguna enmienda necesaria (la reelección presidencial indefinida, por ejemplo), que plantear desde ya querer cambiarla completamente. Pero dejemos esa discusión para más adelante.
El hecho es que la unidad electoral funcionó. El planteamiento de la MUD, de buscar el cambio por la vía pacífica, electoral y constitucional tuvo acogida. El electorado respondió positivamente al llamado opositor con la percepción de que un conjunto de fuerzas políticas distintas estaban de acuerdo con una estrategia, y también se identificó crecientemente con un líder con nombre y apellido, Henrique Capriles.
Ahora, cuando decimos que conseguir la unidad no es cualquier concha de ajo, ¿ustedes se acuerdan de la Coordinadora Democrática? Aquella organización fue un arroz con mango de empresarios, voceros televisivos, sindicalistas y jefes de grupos políticos grandes y pequeños, que querían hacer política sin saber cómo, sin estrategia definida y cuyo único objetivo era sacar a Chávez del poder, a como diera lugar. De allí no podía salir sino un 11 de abril, en el que los pocos políticos que tuvieron que ver con eso andaban a la cola del presidente de Fedecámaras y de generales y almirantes sin tropas ni marineros.
Esa no era la unidad política deseada para reconquistar la democracia. Y no lo pudo ser. Ese frente fue la resultante de una larga campaña contra el antipartidismo y la antipolítica, que pasó por tener a Chávez en el poder y después por no saber cómo sacarlo. Los partidos participantes de la Coordinadora todavía estaban acomplejados de mostrarse como tales, por el desprestigio que ellos mismos se habían labrado y por el que le crearon quienes se sentaron con ellos ese frente opositor. Por eso andaban a la cola del corporativismo.
La MUD, por su parte, fue el resultado de un largo darse cuenta tanto los líderes políticos como la población en sí de que era necesario que el zapatero se ocupe de sus zapatos, los políticos a la política. A la MUD no se llegó fácilmente. Se inició, como su nombre lo indica, como una mesa de diálogo que luego se basó en acuerdos simples para avanzar electoralmente en el objetivo de reconquistar la democracia para el país. Y para ello contó con un secretario ejecutivo que aun siendo político prometió no aspirar a ningún cargo electivo sino a construir paso a paso la unidad. Ese es el gran logro en la carrera política de Ramón Guillermo Aveledo, a mi modo de ver, más que el de haber sido secretario privado del presidente de la República cuando todavía no tenía 30 años, o de haber ejercido dos veces la presidencia de la Cámara de Diputados. ¿Poner de acuerdo a una cantidad de vedettes o aspirantes a ello? ¿Poner de acuerdo a quienes desde visiones distintas compiten por llegar al poder? Eso no fue ni es tarea pequeña.
En la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez, Acción Democrática y el Partido Comunista de Venezuela pudieron ponerse de acuerdo en sus esfuerzos por derrocar al dictador. Ambos partidos tenían fuerza entre los obreros y campesinos, entre los estudiantes y los intelectuales, entre las mujeres y los profesionales. Habían sido rivales antes de la dictadura, y lo fueron después que esta cayó. Copei y URD también estuvieron en la jugada. La cabeza de la Junta Patriótica era Fabricio Ojeda, urredista, y el miembro Enrique Aristiguieta era copeyano. Había unidad y coordinación en la acción. Pero no debe olvidarse que era una lucha clandestina. La alternativa a la división era ir preso, ser torturado o asesinado. No había pataleo por los medios ni por Internet. No había la posibilidad de medirse públicamente. Había que echarle pichón, más nada.
La unidad que se exige hoy a la dirigencia opositora debe tomar en cuenta que se trata de partidos y dirigentes que mientras luchan por la renovación democrática, con un régimen que no da cuartel, aspiran y compiten por la aprobación pública del pueblo, que los escudriña por los medios sociales todos los días.
Pero hay algo más, la tradición política venezolana no los ayuda. La escuela histórica que han tenido estos políticos es la del líder que no acepta desacatos a su voluntad en el marco de un partido centralista democrático. Mi partido y yo, yo y mi partido, decía Jóvito en URD. Caldera montó el chiripero cuando sus delfines no lo dejaron ser candidato. Teodoro se salió del MAS cuando este partido apoyó a Chávez. Luis Beltrán Prieto creó el MEP porque Betancourt no le permitió ser el abanderado presidencial de AD.
Cuando Capriles detuvo en Venezuela las marchas de protesta por el resultado electoral que supuestamente favoreció a Nicolás Maduro, los venezolanos en el exterior tenían que acatar la orden de no salir a protestar frente a la OEA en Washington, o frente a las embajadas y consulados en el exterior. Había que coger la línea que lanzaba el politburó de los partidos de la MUD. La gente, con razón, no entendía esa posición, pues en el exterior no había los riesgos de matanzas o atropellos que había en Venezuela. Pero había que acatar la línea.
Los partidos políticos venezolanos están acostumbrados a funcionar bajo el modelo centralista democrático que Lenin impuso a los bolcheviques para poder derrocar desde la clandestinidad al régimen zarista. Es una tradición organizativa que prevaleció después en el Partido Comunista de la URSS y en los partidos comunistas del mundo, adoptada en Venezuela no solo por el PCV, sino también por AD, Copei, URD, el MAS, el MEP, por todas las organizaciones democráticas venezolanas, y peor aún ahora por el PSUV. Es el modelo de organización donde hay que coger línea, donde las listas de candidatos a diputados y concejales la elaboran los cogollos, donde las autoridades partidistas se eligen a varios niveles hasta llegar al cogollo, que es el que manda, y dentro del cogollo, el máximo líder.
Los políticos actuales a quienes se les exige la unidad están en un proceso de aprendizaje de cambiar eso. Deben luchar contra el régimen y al mismo tiempo zafarse de modelos de actuación política que no están acorde con estos tiempos.
La exigencia unitaria de la población los obliga a ello. Aunque sea de la boca pa’ fuera, ya todo el mundo se dice unitario. Y si antes no había un líder, ahora hay varios. Lo que pasa es que los dirigentes se sienten tentados de abusar de sus propios logros. Pareciera que se sienten cómodos y sobrados con lo alcanzado. De allí surgen las convocatorias unilaterales de un sector hacia la acción, así como la inflexibilidad del otro de mantenerse en una excesiva prudencia.
Rescatar la democracia y la dignidad ciudadana en Venezuela requiere de un esfuerzo conjunto de todos los demócratas, con una estrategia coherente, pero también creativa, unas líneas de acción de común acatamiento, pero sin temor al riesgo, donde no se confunda la libertad de opinión e independencia con el libertinaje donde cada quien vaya por su lado, pero donde haya flexibilidad y mano zurda. La unidad de acción para salir del régimen es difícil, pero necesaria. Cuando se logre ese gran objetivo, que después los políticos se caigan a cipotazos.

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