OSCAR HERNANDEZ BERNALETTE
¿Por qué alguien quiere ser político? Las respuestas elementales nos dan dos opciones: por amor a la patria o por servir al prójimo. Con el tiempo vamos descubriendo que esta ecuación es más compleja. La política para muchos es un trampolín para tener poder. ¿Para qué quieren ese poder? Para seguir sirviendo al prójimo o para enriquecerse. Pero, ¿para qué se quieren enriquecer? Para vivir mejor y tener poder. Muchos seres humanos se quedan en la primera premisa. Riqueza para vivir mejor. Totalmente legítimo. Para otros, es el poder para tener riqueza. En esa ecuación entran entonces muchos de los políticos profesionales. Los de la primera premisa trabajan y hacen dinero, a los segundos no les queda más remedio que robar las arcas del Estado. Entonces no hay ni amor a la patria ni amor al prójimo. Quien quita lo que no le pertenece, no lo trabajó con honestidad y está en la política es un estafador de sueños.
Cuando descubrimos las andanzas a lo largo y ancho de América Latina de políticos envueltos en las corruptelas de Odebrecht, comprobamos la primera premisa. La corrupción es simplemente eso, desamor por la patria y el prójimo. Veamos el caso de Venezuela, cuántas fortunas se han hecho en nombre la política, de la revolución. El día que se conozcan, si es posible, los millones de dólares estafados a la nación por unos pocos quedaremos atónitos. Una cosa es presumir y otra comprobarlo. Lo que el mundo ve de Venezuela es mucha pobreza, mucho deterioro, mucha lucha por el poder y mucho político con cargos públicos enriquecidos, viviendo tan holgadamente que es imposible calcular cómo con la estrechez de ingresos de los funcionarios –entre 20 y 100 dólares mensuales– pueden tener tanta holgura. Los millones de asalariados públicos o privados de la nación que no tienen poder, por el contrario apenas les alcanza para vivir.
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