JEAN MANINAT
EL UNIVERSAL
La abstinencia es un derecho no reconocido por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (DUDH), es el sustento que le asiste a
un objetor de conciencia al negarse a hacer la guerra, o a un vegano a
no alimentarse con productos de origen animal. Al de los abstemios,
héroes anónimos, en su esfuerzo por imponerse el yugo de la prohibición
entre mesas y manteles, y al de los ascetas en su empeño de cumplir con
sus votos de castidad. En fin, todo el mundo tiene el derecho de
abstenerse de lo que le dé su santa gana.
Sin embargo, la cuestión se complica cuando lo que es una
opción del fuero interno, una decisión de vida, o el consejo de un
libro de autoayuda bien asumido, se convierte en un pulso vital, en el
rasgo que identifica una supuesta misión en el mundo, en la buena nueva
que hay que expandir por la tierra para salvar a los bípedos que la
habitan de sus propios abismos.
¿Hay algo más fastidioso que un exfumador reciente
aleccionándonos cuando estamos a punto de encender un buen habano, o un
ateo integrista iniciando una batalla teológica si nos sorprende
persignándonos distraídamente al pasar frente a una iglesia? Sí lo hay…
un abstencionista profesional en la Venezuela de hoy.
Dejemos claro que no nos referimos al que abriga dudas
sobre participar en las elecciones regionales del 15 de octubre, que
quisiera esperar hasta convencerse de que definitivamente no votará, o
que de todas-todas hay que hacerlo. Aquellos que sopesan ejercer su
derecho a la abstinencia electoral quirúrgica.
Nos referimos, más bien, a los propiciadores de la
abstención, a los que han hecho de la dejación de un derecho político
una bandera de su actividad política. Son los que apuestan por una alta
abstención, o por una derrota de la oposición en las regionales, para
ver cumplidas sus propias profecías.
Son los que no le dan tregua a la descalificación de la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD), pero si les responden, utilizan
como escudos humanos a quienes dudan: “¡ven, amigos, nos están
asediando, así no provoca votar!”, exclaman mientras degüellan
candidatos opositores en Twitter.
(El comandante galáctico, al salir del cuartel San Carlos
–donde pagaba prisión VIP– se enfundó un liquiliqui negro y se dedicó a
patear el país proclamando la abstención electoral, hasta que
prominentes representantes de la élite criolla lo repotenciaron en
candidato electoral triunfador).
No hay que hacerles caso. Hay que ir a votar
mayoritariamente porque no será fácil la contienda, porque se enfrenta a
un adversario todavía poderoso, con pocos recursos, pero suficientes
para fortalecer una lucha desigual en contra de la oposición
democrática. Y, en ese propósito, tiene la inestimable ayuda de los
profesionales de la abstención.
Afortunadamente, como suele pasarles a los vendedores de
pociones mágicas instantáneas, su prédica ha perdido fuelle, y verán
pasar a la multitud multicolor luchando para que no le quiten su derecho
democrático a elegir gobernadores.Los profesionales de la abstención no quieren que votes. El gobierno, tampoco. Es muy fácil la escogencia. ¡Votar!
@jeanmaninat
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