Regionales hamletianas
Marcos Villasmil
I
Afirma el filósofo Daniel Innerarity que “los políticos hacen mal algo que nadie hace mejor que ellos”. Una gran verdad que recordé el pasado martes 1 de agosto cuando Henry Ramos Allup, sempiterno jefe máximo de su partido ¿alguien recuerda cuándo AD renovó sus autoridades por última vez? no hizo algo mal sino peor: decidió dinamitar la unidad democrática al señalar públicamente que su partido (independientemente de lo que decidieran las otras organizaciones) participaría en las elecciones regionales convocadas por la dictadura –por ahora- para octubre de este año.
Y comenzamos con este hecho porque el mismo determinó de manera fundamental el debate que se diera en los días siguientes sobre si se debía ir o no al proceso mencionado. ¡Qué distinto hubiera sido si el anterior presidente de la Asamblea Nacional hubiera llevado su postura al seno de la MUD, para que se debatiera, y se asumiera una posición conjunta! Y, para colmo, en sus declaraciones no hay ningún rastro de empatía, al contrario, se burla incluso de algunos de los partidos que comparten tribuna y acción en la lucha contra la tiranía. Errores gravísimos los del jefe adeco, sin duda alguna.
Una característica esencial es que ese acto de Ramos Allup fue profundamente antipolítico.
Como lo fue también la amenaza de María Corina Machado de abandonar con su partido la MUD si se participa en las regionales.
La lucha política contra la dictadura, su estrategia, debe contener grandes dosis de pedagogía, la que no ejerció Ramos Allup en su torpe declaración.
Venezuela es un país lleno de lo que en béisbol se llama managers de tribuna; pero cuando se limpia la hojarasca y la paja, y se desnuda a los que le hacen el juego a la narco-dictadura, o a los anti-políticos de siempre, esos cultores del Viejo Testamento con una ira que no deja espacio para el debate estratégico, se puede ver que hubo varios análisis, muy buenos algunos, a favor y en contra. Porque ambas posiciones son en principio respetables; de lo que se trataba era de buscar, como sucede en el verdadero debate público democrático, los consensos necesarios.
Tres urgentes labores para la unidad partidista opositora son, en primer lugar, mantener la unidad hoy resquebrajada; en segundo lugar, lograr el retorno de la política a su seno, desterrar todo trazo antipolítico; y en tercer lugar, mantener el trabajo conjunto, de pinzas, de presión interna unida a la presión externa de las democracias que ya han reconocido y aceptado que nos enfrentamos a una narco-dictadura ¿Cómo hacer todo ello?
1) Unidad de acción, y retorno al terreno de debate político –vale decir, dialógico, plural, de respeto a los diversos pareceres- son requisitos fundamentales, sin los cuales cualquier decisión que se asuma carece de fortaleza y coherencia ética y política. La MUD no es sólo más que la suma de sus partes; sin la unidad dentro de la MUD toda la oposición partidista pierde legitimidad tanto interna como externa. Son meros átomos sin influencia verdadera en la realidad que se vive.
2) Desterrar la antipolítica: debe evitarse como la peste el unilateralismo, las decisiones personales, las supremacías de lo personal o grupal sobre el bien común unitario.
Debe haber coherencia ética, política, estratégica y operativa a la hora de decidir qué hacer para enfrentar la narco-dictadura. Repitámoslo: son dañinos los llamados a acciones unilaterales. Se necesita, en cambio, el buen juicio que conduce a saber hacer las cosas, a buscar los objetivos con los métodos más idóneos, ética y operativamente, a entender las circunstancias específicas que, en el caso actual venezolano, son necesariamente únicas.
Es asimismo antipolítico atacar a la MUD sin más, sin ofrecer alternativas. ¿Es acaso viable una oposición sin una organización de los actores políticos democráticos? Inviable, en todo caso, es un régimen que día a día es derrotado por la realidad, que choca con ella una y otra vez, sin entenderla. Su único deseo es mantenerse en el poder como sea.
3) Mantener la cooperación con las democracias regionales e internacionales: la detección del carácter no solo dictatorial sino incluso con particulares ribetes mafiosos aumenta cada día más. Se anuncian sanciones y aumenta el creciente aislamiento del régimen. La relación de las fuerzas democráticas internas y externas no solo debe mantenerse, sino que debe perfeccionarse, en una estrategia inteligente de pinzas convergentes. Dicha cooperación debe producir una presión cada día mayor hacia el régimen, tomando muy en cuenta que hay varios hechos que influirán decisivamente en toda estrategia en los meses futuros; citemos solo dos: las decisiones de la ilegítima constituyente, que serán sin duda rechazadas dentro y fuera del país, y la imparable e indetenible destrucción de la economía, horror cada día más tenebroso y visible, con mayores penurias generalizadas.
Una cooperación que parta de la creciente constatación que el chavismo no es una dictadura más: posee tintes tenebrosamente originales, por su vinculación no solo con el narcotráfico sino además con el terrorismo, con el castrismo jugando un papel fundamental.
Los tres deberes se resumen entonces en un objetivo ineludible: lograr ser estratégicos.
II
Una pregunta que claramente no puede obviarse es ¿cuáles son los deseos del régimen?
Son los siguientes: que la protesta de calle se amaine, que la oposición se divida, y poder consolidar el puño narco-dictatorial.
Toda estrategia de lucha contra una dictadura se debe caracterizar por su apego a la realidad. El régimen posee aún capacidades y fuerzas que no deben ser subestimadas. Basta ya de que se subestime al régimen, que no se asuma su inhumanidad y su cordón umbilical con la tiranía cubana. Es hora de que se entienda que no se lucha contra otros políticos, sino contra grupos criminales, mafiosos.
Cuando se ve a actores partidistas llamando todavía presidente a Maduro, o cordializando con sus agentes – la alegre foto de uno de los pre-candidatos opositores a gobernador de Carabobo junto a Francisco Ameliach, es un buen ejemplo- la gente se molesta con toda razón, siente que se humaniza al monstruo, que se legitima la tiranía.
La protesta de calle debe reinventarse ante las evidentes muestras de rutinización y de cansancio. Hay que darle prioridad a la calidad más que la cantidad; los llamados a trancazos se han convertido en colosales actos anárquicos que sirven como catarsis para algunos, pero que en la realidad lo único que están logrando es afectar la vida diaria personal de mucha gente.
Asimismo tiene que desarrollarse una estrategia inteligente ante los sostenedores esenciales del régimen: los militares. Pero no para insultarlos de forma generalizada, lo cual es inútil e incluso dañino, sino para influenciar positivamente a la mayoría de oficiales no involucrados directamente con los actos de corrupción y de violencia.
Un hecho esencial tan político como psicológico es que la gente se mantuvo por meses en la calle porque se le ofreció una salida frente al régimen, un mensaje de lucha contra la tiranía, la esperanza de que el cambio estaba por llegar, incluso se habló de “hora cero”. Por ello, ¿dónde quedan las repetidas menciones a los artículos 333 y 350 de la constitución?
No se pueden levantar grandes expectativas para luego desinflarlas, sin dar explicaciones. Lo estratégico es ajustarlas, con flexibilidad, pero con coherencia narrativa. La narrativa que llegó a su punto culminante con el “espíritu del 16 de julio” –la lucha constitucional por la salida del régimen- fue abandonada luego de las elecciones a la constituyente. Después del “fraude electoral más grande en la historia de América Latina” (Luis Almagro), los partidos enmudecieron. Lo que fue sin duda una gran victoria para la democracia y una nueva derrota del régimen, de repente ha generado en la ciudadanía una profunda depresión y desánimo. Y eso sin que se hubiera visto el listado de pre-candidatos a gobernadores que ya está circulando; ¿eso es todo lo que pueden ofrecer los partidos? ¿En serio? (Salvando, eso sí, a algunas excepciones de las nuevas generaciones).
Necesitamos urgentemente políticos de doctrina y de intuición, no meros aspirantes a un cargo, liderazgos endebles que no pueden evitar –en plena lucha decisiva contra la dictadura- las más mediocres presiones clientelares en sus organizaciones. Porque la afirmación, en teoría válida, de que “no se deben abandonar espacios” se desinfla éticamente cuando se nota que lo que hay detrás son fundamentalmente ambiciones de poder.
Necesitamos políticos que posean –en palabras de Marcel Detienne y Jean Pierre Vernant- “inteligencia astuta”: Una combinación de “olfato, sagacidad, previsión, flexibilidad mental, maña y atención despierta.”
Un político estratégico no congela la realidad, o se sienta a esperar la acción del contrario, sino que examina los cambios constantes en la dinámica, las energías en movimiento. Busca, por ello, una coincidencia esencial y positiva entre tiempo y espacio que sorprenda al adversario. Ser estratégico no es solamente lograr acumular muchos datos e informaciones, sino saber cómo relacionarlos, poder colocarlos en el contexto analítico, temporal y espacial adecuados. Un estratega visualiza el bosque, no sólo los árboles.
Los venezolanos le hemos dado mandatos muy claros a la oposición partidista, primero en diciembre de 2015 y luego el pasado 16 de julio de 2017. Se resumen en lo siguiente: respeto a la constitución y a las instituciones democráticas, como la Asamblea Nacional; celebración de elecciones libres y generales que conduzcan al cambio de régimen; alivio de la crisis socioeconómica.
Es sobre esos mandatos, la fidelidad a ellos, que se pueden y deben decidir las acciones futuras, explicándolas con claridad y sinceridad pedagógicas a los ciudadanos, sin demagogias ni personalismos.
La MUD ha decidido participar en las elecciones regionales. El deber nuestro ahora es aceptar la decisión. Como afirmaba Arístides Calvani: “en democracia las decisiones se toman por mayoría, y se ejecutan por unanimidad”.
No obstante, la pregunta esencial nunca fue ¿vamos o no a las regionales? La pregunta fundamental sigue siendo ¿cómo continuamos –luego de la fraudulenta elección de la constituyente- la lucha cívica y constitucional contra la narco-dictadura, según los mandatos recibidos en el 2015 y 2017? ¿Cómo se vincula lo electoral-regional con ese objetivo central? Esa es la verdadera narrativa, el verdadero llamado, aquel que despierta el espíritu de lucha, la imaginación y la esperanza dignas de sacrificios, los mismos que durante cuatro meses mostraron con su irrupción en el espacio de la política, el espacio público, millones de ciudadanos en comunidad de sufrimiento. Ciudadanos que no aspiran a cargos, solamente a dar testimonio personal de la tragedia nacional, y que se les oiga en su tribulación.
Equivocarse, en lucha contra una narco-dictadura, puede ser muy costoso.
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