TRINO MARQUEZ C.
Los factores internacionales de
poder representan una de las dos dimensiones claves, sin cuya activa presencia
la crisis venezolana no se resolverá, ni pronto ni a largo plazo. La otra
dimensión es la integrada por las Fuerzas Armadas. Sin conexión con aquellos
centros nerviosos, carecerá de sentido participar, o dejar de hacerlo, en las
elecciones legislativas previstas para diciembre de este año. La decisión que
se adopte tendrá que ser compartida por los factores globales que respaldan el
retorno a la democracia en Venezuela.
Cultivar
el respaldo por parte de agentes como la Unión Europea, el Grupo de Lima, la
OEA, Estados Unidos y Canadá, nada tiene de ‘foráneodependencia’ o de
‘apátrida’, como indican algunos hipócritas que pretenden descalificar a la
oposición venezolana por requerir el apoyo de esos organismos y gobiernos. Los
farsantes se encuentran a ambos lados del espectro político. Por el lado del
régimen, los voceros más agresivos contra la oposición crítica denuncian la
hipotética entrega al extranjero de la autonomía opositora. Sin embargo, se
sienten muy satisfechos de que el gobierno de Nicolás Maduro se haya lanzado a
los brazos de Rusia, China, Irán y Turquía, y que ahora, gracias a esa
claudicación ominosa, Venezuela forme parte de un tablero mundial en el que su voz es insignificante. El caso
con Cuba merece una consideración aparte. Con la dictadura cubana hay una
relación patológica. Es la conexión entre el chulo y su víctima.
Por
el lado de la oposición complaciente el juego también es perverso. Sus cabezas
visibles insisten en la conveniencia de nacionalizar
el conflicto buscando una solución nacional. A la ‘venezolana’. Muy bien, pero esos mismos señores guardan un
silencio sepulcral frente a la abusiva presencia de los rusos, chinos y cubanos
en el país, y al dominio ejercido por el ELN y otros grupos irregulares y
delictivos en la zona sur de la nación. Además, cómo ‘nacionalizar’ el
conflicto y su solución si es el régimen el que, por una parte, lo ha colocado
en el plano internacional, y, por la otra, ha politizado a las Fuerzas Armadas
hasta el punto de que el eterno ministro de la Defensa del régimen, se atreve a
señalar, en presencia de los medios de comunicación, que jamás la oposición
volverá a tener el poder político en
Venezuela. ¿Puede prescindir la oposición crítica del respaldo internacional?
Desde luego que no. Sería, más que una insensatez, un suicidio colectivo.
El
nivel de postración en el que se
encuentra la sociedad civil constituye otra razón para mantener vínculos
cercanos con los factores internacionales. El régimen chavista-madurista ha
sido muy exitoso en las labores de destrucción de los partidos políticos, los
sindicatos, las federaciones estudiantiles y todas las instancias organizativas
que le dan profundidad al tejido social. Desde hace mucho tiempo aplicó un
conjunto de medidas orientadas a eliminar la inmensa mayoría de las plataformas
que sistematizan y potencian el descontento. Más que la oposición, la sociedad no cuenta con
los resortes para luchar por sus derechos y hacerlos valer. Por esa motivo, a
pesar de la pavorosa miseria que padecen los venezolanos, epresada en las
cifras del último informe de Encovi, las protestas, aunque numerosas, son
dispersas e ineficaces. Pocas veces logran los objetivos que sus promotores se
proponen.
En
contrapartida, el gobierno cuenta con los recursos financieros para mantener
los consejos comunales, los colectivos, las salas situacionales, la UBCH, las
milicias y todo el andamiaje organizativo que le permite, aun siendo una
evidente minoría, atenazar a la gente y mantenerla sometida.
En este
ambiente de debilidad global de la oposición y del país en su conjunto, y de
fortaleza represiva del régimen, es donde se llevarán a cabo las elecciones del
próximo diciembre. Si se quiere entender la complejidad del cuadro en el que
esa cita tendrá lugar, hay que evitar los lugares comunes y las frases hechas.
Moverse en la zona de confort puede servir de bálsamo para aliviar la
conciencia, pero en poco contribuirá a comprender la naturaleza del dilema ante
el cual se encuentra la nación. Vocear ‘votos y no balas’; o decir que ‘es
preferible una salida pacífica con votos, que una salida violenta con balas’,
puede aligerar el peso de la culpa, pero no significa que votar sea una
solución, ni siquiera cercana, al drama que padece Venezuela.
Las elecciones
de 2020 nacieron torcidas desde que el TSJ nombró el CNE a imagen y semejanza
del régimen. La impudicia de este órgano es tan grotesca, que ni siquiera
frente a las insolentes palabras de Padrino López -verdadero acto de injerencia
en una materia de su estricta competencia- se ha pronunciado.
Los factores
internacionales de poder ya rechazaron la conformación del nuevo CNE y la
convocatoria a esa cita comicial. Lo que no se sabe es qué proponen para
después de diciembre. Este tema queda pendiente. Hay que tratarlo y resolverlo
de común acuerdo. A ese debate hay que ir sin prestarles mucha atención a
quienes proclaman nacionalizar el conflicto, mientras guardan silencios
cómplices.
@trinomarquezc
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