ANTONIO HERRERA-VAILLANT
La enorme mayoría de venezolanos que rechaza a la dictadura abarca un amplísimo espectro de visiones desde cuyos extremos se presentan falsos dilemas entre las estrategias a seguir, aún, cuando el sentido común llama a no descartar opción alguna.
Un sentido de urgencia ante la terrible dimensión humana de la tragedia lleva a algunos a rechazar toda política que no ofrezca resultados inmediatos, y sus propuestas tienden a plasmarse en solo dos alternativas: Una sostiene que no hay modo de poner fin al régimen sin intervención foránea directa; y la otra postula elecciones como único recurso, con cualquier condición que imponga la satrapía.
Al presentar ambas opciones como totalmente contrapuestas se generan posiciones muy encontradas, que a su vez alimentan desánimo y escepticismo dentro y fuera de Venezuela. Desde ambos bandos algunos escupen diatribas y difamación contra quienes no están de acuerdo con sus posturas, haciendo así labor de zapa para los tiranos y proyectando una pésima imagen ante los aliados democráticos.
El propio inmediatismo lleva a otros - incluso ciertos sesudos analistas criollos y foráneos - a concluir que ya ha fracasado un conjunto de sanciones internacionales que forman apenas una parte de una estrategia que aún se encuentra en pleno desarrollo. A la dictadura le viene de perlas esa percepción de fracaso de un proceso que aún no ha concluido.
Pero la comunidad internacional no comparte un enfoque inmediatista y se ha fijado una paciente estrategia de asfixia, erosión y desgaste hacia el cogollo de esa banda criminal que ocupa la cúpula de los poderes en Venezuela, buscando reducir su apoyo popular a un mínimo y generar crecientes divisiones dentro de sus filas.
Nuestros eventuales aliados ni desean intervenir militarmente, ni aceptarán farsas electorales armadas por la pandilla delictiva. Conocen las enormes diferencias entre el caso venezolano y las circunstancias de Corea del Norte, Cuba, Chile y Polonia, que superan con creces toda similitud aparente. Y comparten el criterio de que los militares – parte fundamental de la ecuación - son siempre leales hasta que dejan de serlo.
Una situación tan peculiar como la venezolana no debe ser sometida a dilemas maniqueos que descartan cualquier opción. El músculo político, económico y militar de la comunidad democrática, las fuerzas internas, las negociaciones y contactos, y la generación de condiciones para un proceso electoral libre, transparente y creíble, son todos elementos del tablero en que se conjuga el futuro de Venezuela. Lo demás son aguas de borrajas.
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