ELOGIO A LA AMISTAD
Marta de la Vega
@martadelavegav
La
amistad es un don. Una joya preciosa. La amistad es mágica. Regala luz, bondad,
risa, lealtad, simpatía, honestidad, inteligencia, chispazos de alegría. Respetar
a la persona amiga, valorarla, tenerla en cuenta, son los caminos del encuentro.
Aunque no pensemos igual en ciertos tópicos. Celebrar siempre a los amigos, un
privilegio. Es un honor contar con ellos. Estar siempre a la escucha y alerta,
en las buenas y en las malas, en los éxitos y fracasos, las victorias y las
derrotas. Tender la mano. Acompañar y apaciguar las angustias, las penas, la
incertidumbre. Aunque es inevitable no estar presente en permanencia. Más si la
distancia física es trasatlántica. Enseñanzas valiosas. Grandes verdades. El
enigma de la muerte, su misterio y promesa.
Béatrice
sabía que iba a morir. No como cualquier mortal que somos, que lo tenemos
asegurado con certeza. Ella recibió un diagnóstico duro, irreversible. Y lo
escondió por varios meses, para no molestar, para no inquietar a la familia, a
los amigos. Lo informó 2 meses antes, cuando cualquier tratamiento médico lucía
impotente y ninguna cura era posible. También había elegido desde hacía muchos
años afiliarse a una asociación para morir con dignidad. Y nos dejó, como ella
había escogido, como siempre quiso. Fue una gracia divina, un regalo
providencial que ella pudiera partir con suavidad, sin despedirse, para no
alterar el ritmo cotidiano, en su cama, durante la madrugada, en la víspera de
la Nochebuena. Sin sufrimiento, apaciblemente. Con un libro en sus manos,
mientras dormía. Hasta el último instante, con una curiosidad intelectual y
existencial espléndidas. Pero cuando un amigo se va, cuando no pudimos apoyarlo
y calmar su enfermedad o su pesar, queda una herida muy grande en el corazón,
difícil de cicatrizar.
Béatrice,
como dijo Simone de Beauvoir con gran admiración de su colega Simone Weil, más
que sus conocimientos y sabiduría, que la distinguieron, tuvo “un corazón capaz
de latir a través del universo entero”. Fue cosmopolita en el mejor de los
sentidos; por su formación abierta al mundo, en su visión de la realidad, con
sus decisiones personales, a través de sus preferencias lectoras. Su patria no se
encontraba en un país en especial, geográficamente, aunque amara sus estadías
plácidas de verano en Quiberon, junto al mar de Bretaña, en el oeste de Francia,
aunque viviera en París; sino, sobre todo, en el corazón de sus apegos más
entrañables. Sus amores y lares familiares se encendieron y nutrieron de modo
esencial con raíces que brotaron desde su país natal, Francia, de Egipto y Bolivia,
que fueron tierra ancestral, de Argentina, fuente incesante de profundos
afectos y amistad, de su experiencia de vida en Venezuela, con sus luces y
sombras difíciles, de Colombia, por nuestra fraterna y generosa amistad de poco
más de 50 años, de la India, su más hermosa victoria de la vida: su única hija,
Sonal, y su supremo y feliz regalo, su pequeño nieto Gabriel.
Su
elegancia informal, su discreción e inteligencia ejecutivas se desplegaron con
un cargo de mucha responsabilidad que la hacía viajar de Suiza a Londres, de
París a Italia, sin el menor alarde o arrogancia por sus funciones; trabajó luego
con la Orden de Malta, donde sobresalieron su compromiso y sentido humanitario.
Generosa y compasiva, no solo con la familia y los amigos, fue voluntaria
durante varios años en el hospital Necker, donde visitaba regularmente a niños,
a veces tan enfermos, que los acompañaba a bien morir, lo cual la dejaba
moralmente muy sacudida.
Siempre vimos a Béatrice sonreír, atenta y deseosa de saber
todo lo que teníamos entre manos. Siempre preguntando. Viendo las cosas desde
un ángulo que no era ni conformista ni convencional. Siempre con ese humor y
esa risa... Siempre apurada y siempre presente…Yo creo que ella misma no
alcanzó a imaginar nunca la profunda huella que ha dejado en mí su amistad, en
mi vida cada palabra, cada comentario, cada reflexión. Cada duda que planteaba
en perfecto español a mis escritos, a mis columnas quincenales de las que ella
fue, hasta el final, una fiel y consecuente lectora....
Hoy, “gracias
a la vida”, como canta el poema de Violeta Parra, por el coraje ejemplar, la
rectitud y la noble lección de amistad de Béatrice, frente a la desolación
trágica en que se ha convertido el horizonte para muchos en América Latina. En
especial, Venezuela.
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