MIBELIS ACEVEDO
“Una zorra hambrienta vio un
soberbio racimo de uvas maduras, e intentó alcanzarlo. Saltó y saltó,
pero no pudo. Entonces, agotada y vencida por el esfuerzo, decidió
despreciar las uvas diciendo: “¡Están verdes!”. ¡Ah! La fábula de Esopo
podría brindar útil espejo a los venezolanos: por lo visto, el vellocino
de oro al que aspiraba la oposición democrática, la redonda coronación
de una serie de afanes que, con todo y sus garrafales extravíos, clamaba
por mejores desenlaces; el chance de conjurar un drama de proporciones
bíblicas es desechado de pronto pues, al parecer, ahora está fuera de
nuestro alcance. La “lógica” ha indicado entonces renunciar al deseo, ya
que ningún temerario brinco hará que “bajen las uvas”… ¡Tanto nadar
para morir en la orilla! A espaldas del reto que implica en política
lidiar con lo que luce imposible, persuadir a otros de la legitimidad de
esta cansona, siempre dispareja brega; no claudicar a pesar de las
propias limitaciones o los pantanos que surgen de competir en contextos
autoritarios, el convencimiento inicial de muchos aspirantes optó por
abreviarse en la elipsis, mutar en cansancio prematuro e inexplicable
precisamente cuando el barrunto de un remate prometedor se asoma a
escasas brazadas de distancia.
Lejos de la incauta pretensión de promover reformas estructurales
profundas sin antes haber asegurado espacios efectivos de poder -la
política y su léxis piden un terreno donde volverse praxis, “aquí y
ahora”; he allí una condición que no puede ser ignorada- al rehusarse a
participar en elecciones (incluso en esas que sabemos amañadas hasta la
impudicia) los partidos políticos corren el riesgo de desconocerse a sí
mismos, de renegar de su naturaleza, de su raison d’être. No olvidemos
que los propósitos, motivaciones, responsabilidades y alcances del
liderazgo, aunque esencialmente articulados con el ethos social, no
pueden someterse a los designios del prejuicio o los ocasionales
respingos del resto de la sociedad. Aún en un ambiente tan anómalo como
el que tenemos (o justamente por eso) los partidos cometen un pecado al
desligarse de su función de control de la acción gubernamental mediante
la conducción y movilización de las masas para la participación
política; y el voto (mientras exista; y esa fragilidad se cierne como un
ultimátum) ofrece impulso para ello. La finalidad última y legítima de
obtener el poder mediante el apoyo popular es razón que condiciona y
blinda la supervivencia: sin poder, los partidos políticos corren el
riesgo de desaparecer.
De allí que la no-participación, el “boicot electoral” -como suerte
de protesta simbólica, como acto de “fuerza moral” con cierto impacto en
sistemas donde el reclamo por comicios inclusivos o limpios tiene algún
potencial de ser visibilizado y tomado en cuenta: en países donde, de
paso, los derechos más básicos de los individuos no cuelgan de un roñoso
hilo- anuncia nuevos avisperos para la oposición. Pensada como única
estrategia y no como medio de presión para la obtención eventual de
mejoras, ¿hasta qué punto el sofocamiento de la voz colectiva o la
auto-marginación de sectores que se alejan voluntariamente de la
competencia periódica puede generar resultados a favor del plan de
acceder al poder? ¿Hasta dónde apostar al pensamiento dicotómico, a la
resolución “perfecta” en las condiciones más hostiles plantea metas
realistas?
Como lenitivo para los voluntariosos sirve un llamativo botón: sin
contar la amarga experiencia local de 2005, cuando la abstención sólo
cundía en el atornillamiento de los mandones; o los deslaves que
mermaron el brío de los partidos en 2017, la investigación de Matthew
Frankel demuestra que la maniobra del boicot electoral ha fallado
consistentemente, en tanto no logra el objetivo de apartar al boicoteado
del poder. El análisis de 171 eventos en todo el mundo registrados
desde 2010 lleva a concluir que la abstención apenas obtuvo un enclenque
margen de éxito de 4%. En el caso de Venezuela, Líbano, Irak, Argelia y
Libia, entre otros, todo indica que hubiese sido mejor para los
opositores invertir su energía en organizar una campaña electoral (la
vía más rápida y efectiva para incorporar a la mayoría social a un gran
movimiento que atienda a objetivos estratégicos, capaces de remontar el
corto plazo) en lugar de un boicot que sólo causó su debilitamiento, la
virtual extinción de espacios que “permanecen vacíos y sin voz”… ¿qué
nos garantiza ahora ser la excepción?
“Amenaza pero participa”: la tarea sugerida parece ser organizar el
reclamo y los votos, no organizar “sin voto”: el voto presta incentivos
para que partidos y líderes se activen y activen, para que se empeñen en
producir mejores opciones aún en las peores circunstancias. He allí su
competencia, su razón de ser. Negarse a sí mismos ese cometido, ese
intrínseco rasgo de identidad, no procurar formas creativas de alcanzar
las uvas porque están “verdes”, es haber sucumbido a la peor de las
hambres: la que colapsa mentes y espíritus justo cuando se presenta la
ocasión de aliviarla.
@Mibelis
No hay comentarios:
Publicar un comentario