Fernando Rodriguez
Hay un diagnóstico de la situación
venezolana que es casi unánime en los opositores, rotunda mayoría: este
desastre al que hemos llegado no tiene parangón en nuestra historia
contemporánea, posiblemente tampoco en nuestra región y ocupa lugar muy
destacado entre las catástrofes no bélicas ni naturales del planeta. Lo
que varía es la formulación retórica del diagnóstico, la escogencia de
adjetivos apocalípticos, tales o cuales fenómenos y cifras de la
devastación. Lo que poco cambia el terrible fondo de la cuestión.
A esas premisas hay que agregar una
conclusión, también compartida: la única salida posible a tan desastroso
panorama, además del lamento o la huida, es cambiar el régimen
político, sacar a Nicolás Maduro y su pavoroso séquito. Porque no solo
es la causa de tanta desdicha, sino porque no tienen ni deseos ni
posibilidades de cambiar de ruta, sobre todo económica, faltos de ideas y
capacidad, de credibilidad para cualquier actor económico funcional, de
acceso al financiamiento exterior indispensable para poner en marcha la
estancada nave nacional. A ello hay que agregar el manifiesto y
obsesivo empeño de mantenerse en el poder, por terror a un futuro que de
alguna manera piensan que podría ser similar al de Noriega o Fujimori y
un largo etcétera, recubierto de una ideología hipócritamente
revolucionaria. Por eso el aullido de Delcy Rodríguez de que nadie los
sacará nunca del poder (ni los militares respondones). Repudiado,
entonces, por un país masacrado, no queda otro remedio que acabar
paulatinamente con instituciones, derechos humanos y libertades públicas
y dejar que los venezolanos que van quedando se mueran de hambre, de
falta de medicina, de represión, total, de algo hay que morir y ya otros
nacerán, lógica belicista y criminal.
Tal es la manera de plantear el
problema por todo el que piense en lo que nos toca vivir. Pero todos
terminamos en una pregunta sin respuesta o con muy conjeturales esbozos
de esta: ¿cómo o por dónde salir de los bárbaros que destruyen
aceleradamente la nación, antes de que terminen de sepultarla? Siempre
hay que ser muy circunspectos cuando del futuro histórico se trata (los
futurólogos más entrenados no previeron la implosión del Imperio
soviético, nada menos) sobre todo un escenario inmediato y concreto. Me
limito aquí solo a apuntar una topografía de esas decisivas puertas del
futuro.
La primera, y la más proclamada, es
la democrática y constitucional, en definitiva el voto cantado por
Tibisay desde el púlpito electoral a eso de las 10:30 de la noche de un
domingo muy agitado. La segunda es el golpe de Estado en que un general
lee un comunicado imprevisto y que se oye en medio de un oceánico
silencio nacional: Venezolanos, las fuerzas armadas nacionales se han
visto obligadas… La tercera podría sintetizarse en la palabra renuncia y
puede tener varias causas, una de ellas la anterior no químicamente
pura, sino acompañando situaciones de alta conflictividad social; una
sampablera nacional de grandes dimensiones regida por el hambre y la
desesperación; la asfixia por sanciones internacionales; una decisión de
Maduro, negociada o no, producto de la convicción de que es mejor, como
le sugirió el jerarca gringo, tener una amable propiedad cerca de
Varadero que seguir masacrando vidas inocentes y asegurarse el infierno
en vida, y hasta pensar en volver… como ese fantasma de opereta que es
Perón o hasta el estrambótico pirata de Ortega, con todo y mujer. Por
último, hay las soluciones bélicas, o bien internacionales o guerras
civiles, sin duda terribles. Todas han sido invocadas, con sus matices y
posibilidades.
Esa difícil geografía tenemos que
recorrerla, no perderla nunca de vista, tanto en nuestra reflexión como
en nuestra acción, la impone la dosis de pragmatismo inherente a la
razón política, aquí para encontrar el camino de la salvación. Es, por
otro lado, lo que nos divide, no el diagnóstico ni siquiera la república
del futuro, sobre la cual creo que hay suficientes consensos, sino esa
salida última sin la cual, según una de las premisas, no hay vida
vivible, verdadera, para esta tierra.
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