EDDY REYES
Lo singular es lo raro, lo que es único en su especie o extraordinario. Esa característica o condición es precisamente la que presenta la actual crisis venezolana. Tal singularidad no es para nada algo de lo que nos podamos sentir orgullosos pues la misma tiene el carácter de tragedia ilimitada o total, al abarcar todas las actividades que se llevan a cabo en el país.
Si hacemos un simple paneo por la
historia de los países latinoamericanos en los últimos cincuenta años,
podríamos constatar que el deterioro que exhibe Venezuela no tiene
comparación con el que han experimentado nuestros hermanos de Centro y
Suramérica.
El acontecer de Argentina hace
patente lo anterior. Allí se observa que a raíz del golpe de Estado que
lideró el comandante general del Ejército Jorge Rafael Videla, el 24 de
marzo de 1976, se vivió una gravísima crisis política que condujo a la
clausura del Congreso, los partidos, los sindicatos y otras
organizaciones, así como a una de las represiones más sangrientas del
Cono Sur. Se estima que durante la dictadura militar que se instauró
“desaparecieron” 30.000 personas. Posteriormente, en 1989 y 1990,
durante las sucesivas presidencias de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, la
hiperinflación hizo acto de presencia, conduciendo a casi 50% de la
población del Gran Buenos Aires por debajo de la línea de pobreza.
A pesar de la magnitud de los males
anteriores, estos no se acercan ni remotamente a los padecimientos que
bajo la dictadura de Maduro sufrimos los venezolanos. Las estadísticas
están a disposición de todos para corroborarlo. En primer lugar, según
la ONG Observatorio de Violencia, solo en 2017 nuestro país registró 89
muertes violentas por cada 100.000 habitantes, lo que se traduce en un
gran total de 26.616 fallecidos. De acuerdo con la misma organización,
el número de víctimas fue de 28.479 en 2016 y 27.875 en 2015. Una idea
cabal y actualizada de la situación se pone de manifiesto al constatar
que, en 2017, la vecina Colombia registró un récord histórico negativo
de criminalidad, con 23 muertes violentas por cada 100.000 habitantes.
En segundo término, la Encuesta sobre Condiciones de Vida, cuyos
resultados fueron publicados en febrero de este año, puso en evidencia
que para el año pasado 25,8% de la población se encontraba en situación
de pobreza y que 61,2% estaba en situación de pobreza extrema. Toda la
data anterior ratifica plenamente que nuestros padecimientos son más
dramáticos que los sufrimientos de los hermanos argentinos.
Lo más triste, sin embargo, es que la
congoja no se limita a la catástrofe anterior. La encuesta últimamente
indicada puso también de manifiesto el terrible drama que padecemos en
el campo de la salud y en materia alimentaria y laboral, ubicándonos en
niveles de hecatombe. El mismo estudio reveló que 1,42 millones de
venezolanos abandonaron el país entre 2012 y 2015, estimándose que para
finales de 2017 la cifra se ubica entre 3 y 4 millones de personas, esto
es, de 10% a 12% de la población total. Se trata de un fenómeno que
está íntimamente ligado a nuestra problemática política, económica,
delictiva y de salud pública, que genera desarraigo y tristeza en
muchísimos compatriotas.
Nuestro deterioro es, pues, inmenso y
eso es un atentado a nuestra dignidad. Por eso Nicolás Maduro y los
suyos tendrán que rendirse al arbitrio del pueblo.
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