ELSA CARDOZO
EL NACIONAL
Cinco de las elecciones presidenciales en América Latina a lo largo
de este año, entre las realizadas en Costa Rica y las por venir en
Paraguay, Colombia, México y Brasil, ocurren dentro de marcos
constitucionales y legales que protegen el sabio, sano y muy democrático
principio de la alternabilidad y, por tanto, sin reservas a la
observación electoral internacional que contribuye a resguardarlo. Es lo
contrario de lo que hasta nuevo aviso anuncian las presidenciales
venezolanas, rodeadas de tantas irregularidades como ausentes siguen
estando las garantías indispensables que las hagan confiables. Parte de
su recuperación pasaría por una genuina solicitud y aceptación de
observación internacional, en propiedad.
Dentro y fuera de nuestro hemisferio han ocurrido y están en
marcha otras elecciones, o más bien confirmaciones presidenciales,
concebidas y organizadas de modo que nada tienen que ver con el
democrático ejercicio universal, libre, directo y secreto del voto.
Mucho menos con el sentido esencial de la alternabilidad: entre su
negación y simulación se han producido noticias desde China y están
próximas, sin sorpresas, las de Cuba y Rusia.
A comienzos de marzo, en Pekín, a proposición del Partido
Comunista chino, el Congreso Nacional del Pueblo por la casi unanimidad
de sus 2.964 miembros anunció la eliminación del límite de los 2
mandatos, hasta sumar 10 años en 2023, a los que podía aspirar Xi
Jingping. Esto no fue propiamente sorpresivo tras un lustro en el que el
cada vez más poderoso presidente, entre purgas anticorrupción en su
propio partido, concentración personal de poder y un aumento del control
gubernamental (que recuerda el sentido estricto del lado político del
país de los “dos sistemas), ha intensificado una agenda internacional de
expansión económica con ya inocultas aspiraciones geopolíticas. Valga
comentar como atisbo de los signos oscuros de nuestros tiempos, que el
presidente Donald Trump al conocer la decisión del Congreso chino habría
comentado, según testigos, entre broma y broma: “Él ahora es presidente
de por vida... Y miren, él pudo hacer eso. Creo que es genial. A lo
mejor nosotros debemos intentarlo algún día”. Los signos verdaderamente
oscuros estuvieron en la audiencia que, cuentan, lo celebró y aplaudió.
De vuelta a lo que nos ocupa, se aproximan también elecciones en
Rusia, con una primera vuelta este domingo en la que por votación
universal y directa los electores decidirán entre un puñado de
candidatos, de partido o independientes, pero estando inhabilitado desde
fines de 2017 Alexei Navalny. Se trata del más franco y popular
opositor a Vladimir Putin en su nueva campaña a la reelección como
presidente, tras casi veinte años de ejercicio directo de la presidencia
o como primer ministro. La inhabilitación, la represión y demás
incentivos a la abstención han sido modos perversos de limitar la
necesidad de fraudes más visibles, como los que provocaron las protestas
que se multiplicaron tras las presidenciales de 2011. La campaña se ha
desarrollado bajo la amenaza de sofocar con dureza las manifestaciones
no autorizadas, tales como las protagonizadas por los seguidores del
inhabilitado Navalny con lemas como “no participaré en unos comicios que
no lo son” y “Rusia sin Putin”. No han faltado las detenciones, del
propio candidato opositor y de centenares de sus seguidores. En cuanto a
observación, se ha anunciado la presencia de más de 1.300 observadores
electorales de otros países, pero ninguno lo es de instituciones
internacionales respetables. Mientras tanto, crece la propaganda
interior sobre la proyección de Rusia como potencia con una agresiva
política exterior, que abarca desde la anexión de Crimea hasta su papel
irritante en el Medio Oriente, pasando por la intrincada trama
injerencista de desinformación política internacional y los anuncios de
acumulación de poderío militar. No es raro, por cierto que, sin ignorar
las abismales diferencias entre los dos sistemas políticos, encontremos
semejanzas entre Vladimir Putin y Donald Trump.
En Cuba, finalmente, no hay modo de confundir con elección libre
ni mucho menos con alternabilidad la muy próxima sucesión de Raúl
Castro, salvo abrupta alteración mediante, por el primer vicepresidente
Miguel Díaz-Canel, cuadro de larga trayectoria en diversos cargos y
niveles del régimen cubano. La elección es el resultado de un enrevesado
sistema en el que los cubanos eligieron el pasado 11 de marzo sus 605
diputados a la Asamblea Nacional. Los votaron apoyando los nombres de la
lista de igual número que se selecciona en los municipios y debe ser
aprobada por una Comisión Nacional de Candidaturas. Es esa Asamblea la
que elegirá al nuevo al presidente, en tanto que Castro se mantendrá en
el cargo de primer secretario y máxima autoridad del Partido Comunista. A
eso se acercaron mucho, no por casualidad, los inconstitucionales
procedimientos, propósitos, elección y actuaciones de la
inconstitucional asamblea constituyente venezolana. Por supuesto que la
observación internacional propiamente dicha no tiene lugar allí, es
rechazada –y temida– por incompatible con procedimientos que en nombre
de la participación popular acaban con el sentido del voto, la genuina
representación y la rendición de cuentas.
En suma, tres casos que no por casualidad resuenan entre nosotros,
en un país donde urge recuperar el momento electoral y el del gobierno
democrático. También resuenan en un mundo en el que disminuyen las
democracias, sea cual sea el índice que las evalúe en lo que les es
esencial, como la separación de poderes, la delegación controlada de la
soberanía y la rendición de cuentas, la garantía de todos los derechos,
incluido el de votar libremente con posibilidad de hacer efectiva la
alternabilidad, sin temor a la observación franca.elsacardozo@gmailcom
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