La Enfermedad Maduresa
Humberto Garcia Larralde
En Venezuela estamos familiarizados con la enfermedad holandesa. Se
llama así a los efectos causados por un incremento en los ingresos
externos de una economía que sobrevalúa la moneda nacional y altera la
asignación de recursos entre los sectores productivos, favoreciendo a
los que hacen bienes no transables[1] (que no son importables ni exportables) por encima de los productores de bienes transables –que son comercializables tras fronteras—. Ante la mayor demanda resultante, los bienes no transables suben de precio, pues su oferta en el corto plazo es inelástica ya que no se puede aumentar inmediatamente la cantidad producida. Ello hace más rentable su elaboración. Pero los bienes transables no pueden aumentar de precio por la competencia de los bienes importados. En su producción inciden, además, muchos bienes no transables –construcción,
servicios, mano de obra– que ahora son más caros. Su estructura de
costos se infla, por tanto, perjudicando su competitividad y
rentabilidad. Ello incentiva la reasignación de recursos hacia sectores
productores de bienes no transables, que ahora son más lucrativos. El país pierde el efecto dinamizador de la industria y la agricultura.
Analistas criollos han argumentado que el comportamiento antes mencionado debió haberse llamado enfermedad venezolana,
pues aquí fue donde por vez primer se pusieron claramente de manifiesto
las distorsiones que causó la captación de importantes rentas
internacionales por la exportación de crudo. Ello fue bien documentado
por Alberto Adriani, Arturo Uslar Pietri pero, sobre todo, por José
Antonio Mayobre, en las décadas de los treinta y cuarenta del siglo
pasado. Venezuela ha experimentado este fenómeno cada vez que han
aumentado sus ingresos petroleros. Todos recuerdan, por ejemplo, cómo el
boom petrolero durante el primer gobierno de CAP disparó el precio de
los apartamentos. Sin embargo, fue con base en la experiencia vivida por
Holanda en los años ’60, cuando ese país se convirtió en importante
exportador de gas, que los economistas Corden y Neary modelaron este
comportamiento y lo bautizaron con el nombre con el que se conoce
mundialmente.
Para los fines del presente artículo, es importante señalar que uno de los servicios no transables de
mayor relevancia es el suministrado por la mano de obra. Por tanto, la
enfermedad holandesa se manifestaba en Venezuela en salarios que tendían
a ser más altos que los de países similares de América Latina. Tomando
en cuenta la productividad laboral, el factor trabajo no era
competitivo, pues sus relativamente elevadas remuneraciones hacían que
el costo laboral unitario fuera muy alto. No obstante, las condiciones
de vida de los trabajadores eran mejores que las de muchas naciones,
atrayendo gran cantidad de inmigrantes. Sectores transables como la
agricultura y la manufactura no podían exportar, pero crecieron
produciendo para el mercado doméstico protegidos detrás de altas
barreras arancelarias y cuantitativas que hacían prohibitivas a muchas
importaciones.
Lo insólito hoy es que, a pesar de seguir
siendo un país petrolero que capta rentas internacionales por la venta
de crudo en el extranjero, vivimos el fenómeno contrario. Propongo
nombrarlo Enfermedad Maduresa en atención a su causante
principal. Ante la caída en los precios del crudo a finales de 2014
Nicolás Maduro prefirió poner todo el peso del ajuste sobre los hombros
de las clases asalariadas en vez de procurar condiciones para que la
economía pudiese sobreponerse a tal adversidad: saneando
las cuentas públicas y eliminando la emisión de dinero sin respaldo
para contener la inflación; liberando las fuerzas productivas de los
absurdos controles y regulaciones para poder sustituir importaciones y
generar ingresos exportando; unificando el tipo de cambio en torno a sus
valores de equilibrio para eliminar la asfixia externa que ahoga a la
economía; y negociando un importante financiamiento con los organismos
multilaterales para facilitar estos cambios. Pero no, Maduro optó más
bien por acentuar las distorsiones que veníamos padeciendo, provocando
en pocos años la hiperinflación que hoy empobrece dramáticamente a los
venezolanos. Durante 2017, por ejemplo, la emisión de dinero sin
respaldo aumentó más de 20 veces y el sector público culminó con un
déficit cercano al 20% del PIB. Al priorizar el pago de la abultada
deuda externa contraída por su antecesor, Hugo Chávez, redujo
significativamente las importaciones, agravando los problemas de escasez
que ya venía plagando a la economía debido a los absurdos controles de
precio. La reducida disponibilidad de dólares por exportación de
petróleo fue reservada para uso público, obligando al sector privado a
comprar divisas en el único mercado alternativo disponible, el llamado
“paralelo”. La presión sobre éste ha disparado la cotización del dólar
ahí, el cual se ha convertido en referencia obligada de precios por la
necesidad de reponer los inventarios de bienes e insumos importados.
Cual Rey Midas al revés, quien ocupa la silla presidencial engendró esta Enfermedad Maduresa, caracterizada
por una devaluación estrepitosa del bolívar, una hiperinflación que
ronda en el 80% mensual y los salarios más bajos de América Latina. A la
tasa DICOM del 9 de marzo, el salario mínimo integral (salario
mínimo + bono de alimentación) es de apenas $32,7 mensual. A la tasa
paralela es aún cinco veces menor. En Colombia el salario mínimo
equivale a unos $270, similar al de Brasil, mientras que en Argentina es
de $544. Cabe señalar que, durante el último año del gobierno de
Caldera, cuando el precio de exportación de crudo promedió $10 el
barril, este salario superaba los $300. El barril de exportación ahora
está cerca de los $60. A pesar del deterioro de la productividad en el
país, la caída del salario real ha sido mucho mayor y hoy el costo
laboral unitario es ínfimo. Lamentablemente, ello no atrae inversiones
que pudieran generar empleo productivo para elevar rápidamente estos
salarios, debido a los controles, regulaciones y falta de garantías
jurídicas en Venezuela.
En vez de la ola de inmigrantes de antes
que venían en busca de mejores condiciones de vida, evidenciamos el
triste y cruel espectáculo de miles de venezolanos huyendo a diario en
busca de oportunidades más allá de nuestras fronteras para poder
alimentar a sus familias. De las distorsiones de la enfermedad holandesa
que, no obstante, se reflejaban en trabajadores bien remunerados,
caímos en el extremo opuesto: el auto proclamado
Presidente Obrero, con su obstinación por mantener sus políticas
equivocadas, proteger a los poderosos intereses que se lucran de los
controles y de otros mecanismos de intervención en la economía, y pagar
como sea la deuda externa, ha convertido al trabajador venezolano en el
más miserable del hemisferio.
La tragedia que vivimos no representa
ninguna fatalidad y los economistas hemos señalado reiteradamente las
vías para su superación. Lo que hemos denominado Enfermedad Maduresa es
infligida adrede sobre los venezolanos y pende sobre ellos cual espada
de Damocles, hasta que logremos un cambio de políticas … y de políticos.
Humberto García Larralde, Presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, humgarl@gmail.com
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