Nuevas normas para la ciberseguridad
JOSEPH S, NYE JR.
El mes pasado, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, pidió una acción global para minimizar el riesgo que supone la guerra electrónica para los civiles. Guterres expresó su preocupación
porque “no hay un esquema regulatorio para este tipo de guerra” y
señaló que “no está claro de qué manera se le aplica la Convención de
Ginebra o el derecho internacional humanitario”.
Diez
años atrás, la ciberseguridad recibía poca atención como tema
internacional. Pero desde 2013 se la describe como la mayor amenaza a
la que se enfrenta Estados Unidos. Las cifras exactas son opinables,
pero el Informe de Seguimiento de Ciberoperaciones
del Consejo de Relaciones Exteriores señala que desde 2005 hubo casi
200 ataques con patrocinio estatal de 16 países, de los que 20
ocurrieron en 2016.
El término ciberseguridad se refiere a una amplia variedad
de problemas que la pequeña comunidad de investigadores y programadores
que desarrolló Internet en los años setenta y ochenta no tuvo muy en
cuenta. En 1996, solo usaban Internet 36 millones de personas (cerca del
1% de la población mundial). A inicios de 2017 ya había 3.700 millones
de personas conectadas, casi la mitad de la población mundial. A la par
de este enorme aumento de la cantidad de usuarios desde fines de los
noventa, Internet se convirtió en un sustrato vital de las interacciones
económicas, sociales y políticas. Pero, junto con más interdependencia y
oportunidades económicas, esto también trajo consigo vulnerabilidad e
inseguridad. Algunos expertos anticipan que los macrodatos, el
aprendizaje automático y el “Internet de las cosas” pueden llevar la
cantidad de conexiones en la Red a casi un billón
en 2035. Habrá una cantidad inmensa de posibles blancos de ataque por
parte de agentes privados o estatales, desde sistemas de control
industrial hasta marcapasos y autos sin conductor.
El poder de cómputo se duplica cada dos años;
pero los hábitos humanos, las normas y las prácticas estatales cambian
más lentamente.
Muchos observadores han pedido leyes y normas que protejan
este nuevo entorno. Pero el desarrollo de esos estándares en el dominio
cibernético se enfrenta a varios obstáculos. La Ley de Moore dice que el
poder de cómputo se duplica cada dos años; es decir, el tiempo
cibernético pasa muy rápido. Pero los hábitos humanos, las normas y las
prácticas estatales cambian más lentamente.
Para empezar, como Internet es una Red transnacional de
redes que en su mayoría son de propiedad privada, los actores no
estatales son importantes. Las herramientas cibernéticas admiten un uso
dual (civil o militar), veloz, barato y generalmente fácil de negar;
difícil de verificar y atribuir; y al alcance de muchos. Además, aunque
Internet es transnacional, la infraestructura y las personas de las que
depende están dentro de las diferentes jurisdicciones de Estados
soberanos. Y entre los principales hay diferencias de objetivos; Rusia y
China insisten en la importancia del control soberano, mientras que
muchas democracias presionan por una Internet más abierta.
Sin embargo, aquellos que dicen que “www” quiere decir Wild West Web
(una red sin ley ni normas) exageran: en el ciberespacio hay reglas. Al
mundo le llevó unos veinte años lograr los primeros acuerdos
cooperativos para la limitación de conflictos en la era nuclear. Si el
inicio del problema internacional de ciberseguridad lo situamos no en
los orígenes de Internet a principios de los setenta, sino cuando
comienza su adopción generalizada a fines de los noventa, entonces la
cooperación intergubernamental para la limitación de ciberconflictos
anda más o menos por la marca de los veinte años.
La primera propuesta para un tratado de las Naciones Unidas
que prohíba las armas cibernéticas (incluso con fines de propaganda) la
hizo Rusia en 1998; y junto con China y otros miembros de la
Organización de Shanghái para la Cooperación, este país sigue impulsando
que la ONU adopte una medida amplia de ese tipo. Pero Estados Unidos
todavía considera que su verificación sería imposible.
Por su parte, el secretario general designó un grupo de
expertos gubernamentales (UNGGE), que se reunió por vez primera en 2004,
y en julio de 2015 propuso una serie de normas
que más tarde fueron avaladas por el G-20. Los grupos de expertos no
son infrecuentes dentro de la ONU, pero sí lo es que su trabajo ascienda
desde la base de la organización hasta verse reconocido en una cumbre
de los 20 Estados más poderosos. Pero aunque el UNGGE tuvo un éxito
extraordinario, no consiguió ponerse de acuerdo para el siguiente informe en 2017.
¿Hacia dónde se dirige el mundo? Hay una variedad de
propuestas de políticas que pueden sugerir y desarrollar normas. Por
ejemplo, la nueva Comisión Mundial sobre la Estabilidad en el
Ciberespacio (un organismo no gubernamental presidido por la exministra
de Asuntos Exteriores de Estonia, Marina Kaljurand) solicitó
que se proteja el núcleo público de Internet (definido como la
combinación de enrutamiento, sistema de nombres de dominio, certificados
de confianza e infraestructura crítica).
El Gobierno chino, a través de la serie de conferencias
mundiales sobre Internet celebradas en Wuzhen, propuso unos principios
que han sido avalados por la Organización de Cooperación de Shanghái y
piden se reconozca el derecho de los Estados soberanos a controlar el
contenido de Internet en sus territorios. Otros proponentes de normas
incluyen a Microsoft, que pidió una nueva Convención de Ginebra para
Internet. Igualmente importante es el desarrollo de normas de privacidad
y seguridad en cuestiones como el cifrado, las “puertas traseras” y la
eliminación de pornografía infantil, comentarios infamantes,
desinformación y amenazas terroristas.
Mientras los Estados miembros contemplan los próximos pasos
en el desarrollo de una normativa para el ciberespacio, tal vez convenga
no depender demasiado de una institución sola, como el UNGGE. Es
posible que el progreso demande trabajo simultáneo en diversos ámbitos.
En algunos casos, la elaboración de principios y prácticas entre estados
con una visión similar puede llevar a normas que otros aceptarán más
tarde (por ejemplo, el acuerdo bilateral alcanzado por China y Estados
Unidos para la restricción del ciberespionaje comercial). En otros casos
(como las normas de seguridad para el Internet de las cosas), puede
ocurrir que la formulación de códigos de conducta surja de iniciativas
del sector privado, las compañías de seguros y actores sin fines de
lucro.
Lo único que podemos decir con certeza es que el desarrollo
de normas de ciberseguridad será un proceso prolongado. Sin embargo, el
progreso en un área no tiene por qué depender del progreso en otras.
Joseph S. Nye, Jr. es profesor en Harvard y autor de The Future of Power [El futuro del poder].
Traducción de Esteban Flamini.
© Project Syndicate, 2018.
Traducción de Esteban Flamini.
© Project Syndicate, 2018.
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