HECTOR FAUNDEZ
EL NACIONAL
Al contrario de lo que ocurrió en Argentina, en el caso venezolano no
ha sido necesario ningún decreto prohibiéndonos disponer de nuestros
depósitos bancarios; aquí, todo se ha hecho manu militari.
Independientemente del monto que tengamos depositado en el banco, no
tenemos libertad para disponer de esos fondos mediante una transferencia
bancaria, no podemos usar nuestras tarjetas de débito más allá de un
monto máximo permitido por día, semana o mes, y ni siquiera podemos
cobrar un cheque equivalente a menos de veinte centavos de un dólar de
Estados Unidos. No hay dinero en efectivo, y los bancos tampoco disponen
de chequeras. La opción es el trueque, preconizado por el comandante
eterno, o el petro, esa criptomoneda inventada por el chavismo, que
tiene su respaldo en el oro, el coltán y los diamantes que aún se
encuentran bajo tierra, ocultos a la voracidad de los corruptos.
En los años del corralito, Argentina no conoció la hiperinflación
que hoy agobia a Venezuela. Aún así, en ambos casos, las consecuencias
de una política económica torpe se convirtieron en una verdadera
tragedia para los sectores más humildes de la sociedad, impedidos de
satisfacer sus necesidades más elementales. Pero la duración y la
dimensión de ambas crisis no son comparables. El corralito de Cavallo no
alcanzó a durar un año, mientras que el invento de Maduro parece no
tener fin. Puede que no disponer de dinero en efectivo impida algunas
frivolidades (si es que comprar el periódico, pagar un estacionamiento o
dejar una propina, puede calificarse como tal); pero lo cierto es que
los ciudadanos no disponen de efectivo ni siquiera para costear el
transporte público que les lleve a sus ocupaciones, y que millones de
venezolanos se van a la cama sin haber comido. Esa es solo una parte de
la crisis humanitaria por la que estamos atravesando, y que tanto ha
llamado la atención de la prensa internacional. ¡Ni Haití se encuentra
en una situación semejante!
Pero hay otra diferencia importante. En la Argentina de De la Rúa
no había presos políticos, había prensa libre, un Poder Judicial
relativamente independiente, y los ciudadanos pudieron salir a la calle a
protestar. Además, el presidente argentino oyó el clamor de la gente, y
renunció para dar paso a otros líderes que pudieran hacer frente a los
desafíos de ese momento. No es ese el caso de la tierra de Bolívar.
En Venezuela no hay solamente un corralito financiero, que nos
impide disponer de nuestros depósitos bancarios. Hay un corral que
también tiene dimensiones políticas, que coarta el derecho a protestar,
que nos mantiene cautivos en nuestras casas para protegernos del hampa,
que nos obliga a entrar al redil del PSUV para obtener una bolsa de
comida, y que impide acceder a un pasaporte para emigrar. Este no es un
corralito; es un corralón regentado por una camarilla corrupta, torpe y
terca, empeñada en mantener cerradas las compuertas de la libertad,
incluso si eso puede costar la vida de millones de venezolanos
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