Víctor Mijares
La dialéctica como instrumento analítico ha tenido un lugar en América latina gracias a su importación por la vía del marxismo. La comprensión del mundo social a través de la oposición de fuerzas que generan una realidad renovada, responde en un modo fiel a las tesis que Marx desarrolló a partir de la filosofía de Hegel, asumiendo el primero la posibilidad de trasladarse del mundo de las ideas al de los hechos materiales, casi en el mismo sentido de oposición en el que se encontraron Aristóteles y su maestro, Platón.
HEGEL
En el campo de las relaciones internacionales esta forma de comprender y explicar la realidad alcanzó su punto máximo en la era bipolar, cuando dos gigantes geopolíticos se disputaron la supremacía en aquella Guerra Fría. La izquierda latinoamericana trata de explicarnos por todos los medios que la dialéctica sigue siendo la vía epistemológica por excelencia para comprender el mundo actual, sin embargo, muchos elementos, otrora fundamentales en aquel relato de oposición mundial bipolar, han desaparecido, dejándonos un mundo que en algunos aspectos es nuevo y en otros tantos es viejo.
¿Hay ideologías dominantes? En un sentido estrictamente marxista se podría decir que el único modo de producción persistente es el capitalismo, en sus diversas formas de desarrollo. Algunas veces con un carácter más liberal, otras con una tendencia marcadamente estatista, pero siempre dando al traste con la colectivización, a menos que hablemos de aquella que es forzada y que siempre termina en despotismo. Las relaciones internacionales están dominadas hoy por los efectos propios de una temprana multipolaridad que tiene como rasgo particular la asimetría. El cálculo de intereses múltiples de diversos actores de distinta capacidad parece llevarnos a la lógica del sistema internacional europeo de los siglos XVII y XVIII, cuando el uso de la fuerza había dejado de responder (o encubrirse) de dogmas y el interés de los príncipes reinaba. Pero hoy la opinión pública condiciona a muchos de los Estados más poderosos, y el alcance geográfico del sistema de potencias es mundial, por nombrar sólo dos factores que bien podrían asociarse a las posibilidades que crean los nuevos medios de comunicación y transporte. ¿Cabe en un mundo con estas características un análisis de tipo dialéctico? Nuestra posición reflexiva para este fin de semana es: NO.
¿Dónde están la tesis y la antítesis en el mundo internacional actual? ¿Responden los Estados a los intereses de clase? De ser así, ¿cuáles son esas clases? Las fortunas generadas al amparo de las nuevas formas de despotismo, cubiertas por una delgada capa de legitimidad electoral, son un factor que confunde al más dotado de los analistas dialécticos de vena marxista, al no poder identificar a los miembros de los bandos en la supuesta lucha mundial de clases. Los intereses se vuelven a resumir en conceptos clásicos como el miedo, la riqueza y la gloria. Más valdría al marxismo asumir el resentimiento, ese sentimiento generado por una dolencia moral del pasado que no se ha podido superar. La experimentación teórica ya ha pasado por la "geopolítica de las emociones", pero incluso esa forma experimental de análisis no resuelve el embrollo de la dialéctica en las relaciones internacionales, pues la cantidad de actores (con sus muy particulares intereses) superan la oposición clásica, hace volátiles las alianzas y fragmenta al espectro ideológico hasta atomizarlo, dejando tras de sí un espacio tan llano para el realismo que hasta al propio Enrique IV, el que aceptó al catolicismo a cambio de la corona de Francia ("París bien vale una misa"), comprendería mejor la lógica del siglo XXI que los actuales y postmodernos analistas dialécticos.
La filosofía del siglo XIX sigue entre nosotros, así como la teoría del siglo XX, pero eso no quiere decir que una y otra sirvan siempre al propósito de la comprensión internacional, y es muy peligroso cuando se convierten en base de la política exterior. Lo último es un riesgo latente, más aun cuando se cuentan con élites políticas cuya educación para el poder es predominantemente ideológica.
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