jueves, 24 de mayo de 2012

EL PARADIGMA INDOLORO


Ignacio Camacho
ABC



IGNACIO CAMACHO

LA izquierda europea, que últimamente y hasta la irrupción de Hollande andaba algo huérfana de éxitos, ha logrado al fin madrugar un marco conceptual del que la derecha no logra salirse: el del crecimiento. Los marcos conceptuales, como enseñó el manido Lakoff, son la base de las victorias políticas porque permiten llevar la iniciativa en los grandes debates. Y en medio de una Europa asfixiada por los recortes, la socialdemocracia ha encontrado el mantra con el que impulsarse mediante un hábil artificio dialéctico. Crecimiento contra austeridad: falsos antónimos contrapuestos con gran perspicacia retórica. He ahí un inteligente señuelo —una ficción maligna, que dice Vargas Llosa— que ya ha proporcionado un triunfo electoral en Francia y empieza a imponerse en el lenguaje político.
En vano Rajoy trata de aclarar que lo contrario de austeridad es despilfarro. Merkel dice inflación, porque para los alemanes el derroche resulta una noción directamente impensable en su ética social. Da igual: los socialdemócratas les han birlado la cartera en un descuido y se han comprado con ella una nueva flauta de Hamelin cuya airosa melodía suena bien a los trabajadores despedidos, a los funcionarios rebajados de sueldo, a los consumidores empobrecidos, a los pequeños empresarios sin clientela, a las familias amenazadas por los ajustes del bienestar social. Crecimiento es una palabra radiante, bienaventurada: como paz, como consenso, como diálogo. Quién no querría apuntarse a un concepto de tan inobjetable positividad optimista. La amable izquierda ofrece un paradigma indoloro frente al modelo austero del ceñudo, implacable neoliberalismo empeñado en cuadrar las cuentas y enjugar las deudas como una adusta ama de llaves. Qué más da endeudarse un poco cuando se sufre tanto en la penuria impuesta por inflexibles gobernantes obstinados en la severidad y la disciplina. Ya está bien de restricciones y sacrificios: ha llegado la hora de sonreír y quitarle a esa odiosa señorita Rotemmaier la manivela de imprimir bonos. Hay que volver a bombardear dinero desde los aviones, como pedía Milton Friedman.
La idea ha prendido porque la crisis lleva demasiado tiempo instalada en el horizonte europeo sin señales de alivio. La austeridad tiene mala prensa en una sociedad alérgica a la adversidad, frágil ante la desgracia; requiere una pedagogía impopular y exige esfuerzos antipáticos para eventuales frutos de lenta cosecha. La gente está apurada y no entiende los arcanos de las macrofinanzas; le basta con echarle las culpas de sus males a la codicia de los banqueros. Es la clase de estado de opinión idónea para levantar banderas simples de sentimentalidad emotiva. Estímulo, expansión, desarrollo. Gastar es mejor que ahorrar, crecer mejor que menguar. Sencillo, ¿no? Cómo no se nos habría ocurrido antes que se trataba de un simple acto de voluntad progresista
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