Ideas en camino
DIEGO BAUTISTA URBANEJA | EL UNIVERSAL
jueves 31 de mayo de 2012
Las crisis que han sufrido las economías avanzadas del mundo están sirviendo de caldo de cultivo para un nuevo conjunto de ideas económicas que vengan al salvamento del capitalismo en crisis.
Una vez más los profetas del hundimiento del capitalismo se quedarán con los crespos hechos, como se han quedado desde hace más de un siglo. Es patético ver a nuestros radicales solazándose en anuncios apocalípticos sobre la crisis del capitalismo. No acaban de entender el recurso final de este sistema: su increíble capacidad para renovarse, y para encontrar fuentes insospechadas de relanzamiento. Sin contar con lo letal, con lo suicida que le resultaría el proyecto chavista ver cumplidas las predicciones de hundimiento del capitalismo al que se dedican algunos de sus voceros. Porque aquí nos tropezamos con la hipocresía estructural de ese proyecto: se proclama anticapitalista y vive del capitalismo, de una de las flores más exquisitas de ese sistema, como lo es la industria petrolera.
Decíamos, pues, que seguramente está en marcha un nuevo cuerpo de ideas que venga a dar al capitalismo un nuevo aire, luego de los excesos del neoliberalismo y de una excesiva globalización de la economía capitalista. Por ahí debe venir un nuevo Keynes. No quizás en la forma de una persona individual, sino de repente en todo un grupo de pensadores y de ideas.
Posiblemente el eje central de esas nuevas ideas sea el de que los arreglos de la economía mundial deban estar sujetos al veredicto de los procedimientos democráticos de los Estados nacionales. Así lo acaba de sugerir Dani Rodrik, de Harvard, en un importante libro. Se habría ido muy lejos en la globalización, lo que Rodrik llama la hiperglobalización y se habría atado en demasía las manos a los Estados para que tomaran sus propias decisiones, en función de sus intereses y de lo que sus poblaciones consideran legítimo y aceptable. En particular la globalización tiene que ser compatible con la democracia y para ello hay que devolverles a los países democráticos la posibilidad de adoptar las políticas que sus pueblos están dispuestos a respaldar y a soportar. Las reglas actuales de la globalización han restringido en exceso esa posibilidad, obligando a los países a adoptar políticas que no son democráticamente sostenibles.
No hay cosa que los mercados olfateen con más instinto ni que ahuyente más a un inversionista: la sospecha de que las políticas económicas no tienen el respaldo de las mayorías en los países donde se implantan, al menos cuando éstos son democracias.
Eso supone un retraimiento de las rigurosas reglas del comercio internacional que la Organización Mundial de Comercio está intentando aplicar, para dar más espacio a las políticas internas. El orden económico internacional habrá de construirse en torno a principios como ésos.
La vigencia de estas ideas llevará a algunos tontos a frotarse las manos. Dirán con aire triunfal: "de modo que el pensamiento capitalista reconoce la importancia del Estado y ya no cree en la magia del mercado". Ignoran que hace tiempo lo hace. Hace tiempo que el capitalismo sabe que los mercados necesitan al Estado para funcionar bien. Sólo el pasajero intervalo neoliberal al parecer lo pasó por alto. Estos olvidos no pueden durar mucho tiempo, porque el capitalismo se resiente y los Estados no tienen el menor empacho de ir al rescate. Ahora se trata, una vez más, de darle un nuevo fundamento teórico a esa verdad a partir de lo que es la configuración actual de la economía capitalista mundial.
El gran riesgo es una vuelta a las políticas proteccionistas. Pareciera que los tiempos que vivimos y lo avanzado de la globalización excluye caer en esa tentación. Pero nunca se sabe. En países como Argentina las ideas proteccionistas de viejo estilo ejercen un gran atractivo. De modo que en todo caso, una mayor laxitud en las reglas del comercio internacional y un mayor espacio para la capacidad de decisión de los Estados nacionales, deberán estar diseñadas de forma de mantener la presión en favor de las economías abiertas.
Con seguridad eso se llevará su tiempo. Las reglas diseñadas en función de la hiperglobalización y que tienen en la OMC su brazo ejecutor, goza por los momentos de buena salud. Pero parte de lo mejor del pensamiento económico mundial ha tomado nota de que se ha llegado muy lejos en la globalización, y que hay que dar un paso atrás, en nombre de la democracia, de la gente, y de la misma globalización que vale la pena tener.
dburbaneja@gmail.com
Una vez más los profetas del hundimiento del capitalismo se quedarán con los crespos hechos, como se han quedado desde hace más de un siglo. Es patético ver a nuestros radicales solazándose en anuncios apocalípticos sobre la crisis del capitalismo. No acaban de entender el recurso final de este sistema: su increíble capacidad para renovarse, y para encontrar fuentes insospechadas de relanzamiento. Sin contar con lo letal, con lo suicida que le resultaría el proyecto chavista ver cumplidas las predicciones de hundimiento del capitalismo al que se dedican algunos de sus voceros. Porque aquí nos tropezamos con la hipocresía estructural de ese proyecto: se proclama anticapitalista y vive del capitalismo, de una de las flores más exquisitas de ese sistema, como lo es la industria petrolera.
Decíamos, pues, que seguramente está en marcha un nuevo cuerpo de ideas que venga a dar al capitalismo un nuevo aire, luego de los excesos del neoliberalismo y de una excesiva globalización de la economía capitalista. Por ahí debe venir un nuevo Keynes. No quizás en la forma de una persona individual, sino de repente en todo un grupo de pensadores y de ideas.
Posiblemente el eje central de esas nuevas ideas sea el de que los arreglos de la economía mundial deban estar sujetos al veredicto de los procedimientos democráticos de los Estados nacionales. Así lo acaba de sugerir Dani Rodrik, de Harvard, en un importante libro. Se habría ido muy lejos en la globalización, lo que Rodrik llama la hiperglobalización y se habría atado en demasía las manos a los Estados para que tomaran sus propias decisiones, en función de sus intereses y de lo que sus poblaciones consideran legítimo y aceptable. En particular la globalización tiene que ser compatible con la democracia y para ello hay que devolverles a los países democráticos la posibilidad de adoptar las políticas que sus pueblos están dispuestos a respaldar y a soportar. Las reglas actuales de la globalización han restringido en exceso esa posibilidad, obligando a los países a adoptar políticas que no son democráticamente sostenibles.
No hay cosa que los mercados olfateen con más instinto ni que ahuyente más a un inversionista: la sospecha de que las políticas económicas no tienen el respaldo de las mayorías en los países donde se implantan, al menos cuando éstos son democracias.
Eso supone un retraimiento de las rigurosas reglas del comercio internacional que la Organización Mundial de Comercio está intentando aplicar, para dar más espacio a las políticas internas. El orden económico internacional habrá de construirse en torno a principios como ésos.
La vigencia de estas ideas llevará a algunos tontos a frotarse las manos. Dirán con aire triunfal: "de modo que el pensamiento capitalista reconoce la importancia del Estado y ya no cree en la magia del mercado". Ignoran que hace tiempo lo hace. Hace tiempo que el capitalismo sabe que los mercados necesitan al Estado para funcionar bien. Sólo el pasajero intervalo neoliberal al parecer lo pasó por alto. Estos olvidos no pueden durar mucho tiempo, porque el capitalismo se resiente y los Estados no tienen el menor empacho de ir al rescate. Ahora se trata, una vez más, de darle un nuevo fundamento teórico a esa verdad a partir de lo que es la configuración actual de la economía capitalista mundial.
El gran riesgo es una vuelta a las políticas proteccionistas. Pareciera que los tiempos que vivimos y lo avanzado de la globalización excluye caer en esa tentación. Pero nunca se sabe. En países como Argentina las ideas proteccionistas de viejo estilo ejercen un gran atractivo. De modo que en todo caso, una mayor laxitud en las reglas del comercio internacional y un mayor espacio para la capacidad de decisión de los Estados nacionales, deberán estar diseñadas de forma de mantener la presión en favor de las economías abiertas.
Con seguridad eso se llevará su tiempo. Las reglas diseñadas en función de la hiperglobalización y que tienen en la OMC su brazo ejecutor, goza por los momentos de buena salud. Pero parte de lo mejor del pensamiento económico mundial ha tomado nota de que se ha llegado muy lejos en la globalización, y que hay que dar un paso atrás, en nombre de la democracia, de la gente, y de la misma globalización que vale la pena tener.
dburbaneja@gmail.com
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