España, aparta de mí este cáliz
JEAN MANINAT |
EL UNIVERSAL
viernes 25 de mayo de 2012
Si cae -digo es un decir- si cae España, de la tierra para abajo...
César Vallejo
En algún momento España fue un país vestido de negro, de riguroso luto, como para no olvidar su historia dramática de reyes oscurantistas, curas atormentados y atormentadores, hermanos fraticidas, ideologías que todo lo arrasaban. Un reino, una república, destinados a la viudez.
Así la retrataban sus pintores, así herían el aire sus cantaores; hasta el flamenco sudaba tensión, anunciaba drama y más drama. La Carmen de Bizet, muere apuñalada, y García Lorca, su más grande poeta, muere fusilado de madrugada.
La leyenda oscura de España atraía a los felices de otras latitudes. Frank Sinatra y Ava Gardner exhibieron sus celos cinemascope en los tablaos, Hemingway paseó su bravura de utilería por los bares de Madrid; pero Manolete dejó la vida entre sangre y arena, frente a cientos de turistas que veían los toros, cómodamente, desde las gradas.
Luego, curiosamente sin drama alguno, Franco expiró en su lecho y España fue una fiesta.
Se destapó un país que estaba coagulado y se forjó el milagro español, quizás el evento europeo más significativo, junto a la caída del muro de Berlín, acaecido después de la segunda posguerra mundial.
Asistimos maravillados a un proceso de transición único, donde los enemigos jurados de ayer se convirtieron en los rivales políticos que dieron piso y sustento a la democracia incipiente.
Los Pactos de la Moncloa sellaron los acuerdos políticos y económicos. (Nunca será lo suficientemente bien valorada la contribución del entonces Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez y del entonces secretario general del Partido Comunista (PCE), Santiago Carrillo, para afianzar un proceso minado de imponderables)
Dos jóvenes self starters lanzaron la empresa de convertir a un partido desahuciado el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en una potente referencia nacional. Un prodigio político llamado Felipe González y un excelente organizador llamado Alfonso Guerra, llevaron al PSOE a la mayoría absoluta en las elecciones de 1982 y formaron gobierno.
Casi catorce años después, ganó el Partido Popular (PP), con José María Aznar a la cabeza, y se instaló definitivamente la alternancia democrática en el país.
España se alojó de lleno en Europa. Sus empresas se expandieron por el mundo, su música rock inundó las radios, sus museos florecieron entre los mejores, la "marcha" hizo de sus ciudades un festival permanente, su gastronomía cambio la gastronomía y su fútbol se adueñó del balón.
El milagro español se había consumado.
¿Qué pasó entonces?
Por una parte, el crecimiento económico tenía los pies de ladrillo; se sustentó en demasía sobre el sector de la construcción; miles de proyectos se erguían sin ton ni son, se construían aeropuertos en los que no aterrizaban ni los pájaros, y los balnearios eran estacionamientos compactos de hormigón y cabilla.
Por otra parte, cuando sonaron las alarmas de la crisis financiera, tanto el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, como las élites económicas, desestimaron el aviso. Al despertar, el lobo ya estaba sentado en sus camas.
El sistema financiero hizo aguas, el desempleo se disparó hasta ser el más alto de Europa, el estado de bienestar, uno de los mejores del continente, resultó demasiado oneroso, y los presupuestos de las autonomías evidenciaron su desaforada magnitud. El "milagro" costaba muy caro.
El gobierno de Mariano Rajoy ha hecho lo que juzga son sus deberes. Rigor financiero y reforma laboral. Una medicina ardiente para una sociedad respondona.
Mientras tanto la OCDE, en su informe semestral presentado el martes pasado, augura dos años más de ruda recesión. Y el Consejo de Europa se debatirá entre austeridad y crecimiento para crear empleo. Todos a la espera de lo que resulte de las elecciones griegas del 17 de junio.
España está atenazada entre esas perspectivas. Quizás le convenga desempolvar el espíritu que alentó la transición y entre todos: gobierno y oposición, patronal y sindicatos, sociedad civil e iglesia, reanimar el milagro español sustentado en un diálogo social y político apegado a la realidad.
Ya lo hicieron una vez.
@jeanmaninat
César Vallejo
En algún momento España fue un país vestido de negro, de riguroso luto, como para no olvidar su historia dramática de reyes oscurantistas, curas atormentados y atormentadores, hermanos fraticidas, ideologías que todo lo arrasaban. Un reino, una república, destinados a la viudez.
Así la retrataban sus pintores, así herían el aire sus cantaores; hasta el flamenco sudaba tensión, anunciaba drama y más drama. La Carmen de Bizet, muere apuñalada, y García Lorca, su más grande poeta, muere fusilado de madrugada.
La leyenda oscura de España atraía a los felices de otras latitudes. Frank Sinatra y Ava Gardner exhibieron sus celos cinemascope en los tablaos, Hemingway paseó su bravura de utilería por los bares de Madrid; pero Manolete dejó la vida entre sangre y arena, frente a cientos de turistas que veían los toros, cómodamente, desde las gradas.
Luego, curiosamente sin drama alguno, Franco expiró en su lecho y España fue una fiesta.
Se destapó un país que estaba coagulado y se forjó el milagro español, quizás el evento europeo más significativo, junto a la caída del muro de Berlín, acaecido después de la segunda posguerra mundial.
Asistimos maravillados a un proceso de transición único, donde los enemigos jurados de ayer se convirtieron en los rivales políticos que dieron piso y sustento a la democracia incipiente.
Los Pactos de la Moncloa sellaron los acuerdos políticos y económicos. (Nunca será lo suficientemente bien valorada la contribución del entonces Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez y del entonces secretario general del Partido Comunista (PCE), Santiago Carrillo, para afianzar un proceso minado de imponderables)
Dos jóvenes self starters lanzaron la empresa de convertir a un partido desahuciado el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en una potente referencia nacional. Un prodigio político llamado Felipe González y un excelente organizador llamado Alfonso Guerra, llevaron al PSOE a la mayoría absoluta en las elecciones de 1982 y formaron gobierno.
Casi catorce años después, ganó el Partido Popular (PP), con José María Aznar a la cabeza, y se instaló definitivamente la alternancia democrática en el país.
España se alojó de lleno en Europa. Sus empresas se expandieron por el mundo, su música rock inundó las radios, sus museos florecieron entre los mejores, la "marcha" hizo de sus ciudades un festival permanente, su gastronomía cambio la gastronomía y su fútbol se adueñó del balón.
El milagro español se había consumado.
¿Qué pasó entonces?
Por una parte, el crecimiento económico tenía los pies de ladrillo; se sustentó en demasía sobre el sector de la construcción; miles de proyectos se erguían sin ton ni son, se construían aeropuertos en los que no aterrizaban ni los pájaros, y los balnearios eran estacionamientos compactos de hormigón y cabilla.
Por otra parte, cuando sonaron las alarmas de la crisis financiera, tanto el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, como las élites económicas, desestimaron el aviso. Al despertar, el lobo ya estaba sentado en sus camas.
El sistema financiero hizo aguas, el desempleo se disparó hasta ser el más alto de Europa, el estado de bienestar, uno de los mejores del continente, resultó demasiado oneroso, y los presupuestos de las autonomías evidenciaron su desaforada magnitud. El "milagro" costaba muy caro.
El gobierno de Mariano Rajoy ha hecho lo que juzga son sus deberes. Rigor financiero y reforma laboral. Una medicina ardiente para una sociedad respondona.
Mientras tanto la OCDE, en su informe semestral presentado el martes pasado, augura dos años más de ruda recesión. Y el Consejo de Europa se debatirá entre austeridad y crecimiento para crear empleo. Todos a la espera de lo que resulte de las elecciones griegas del 17 de junio.
España está atenazada entre esas perspectivas. Quizás le convenga desempolvar el espíritu que alentó la transición y entre todos: gobierno y oposición, patronal y sindicatos, sociedad civil e iglesia, reanimar el milagro español sustentado en un diálogo social y político apegado a la realidad.
Ya lo hicieron una vez.
@jeanmaninat
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