miércoles, 16 de mayo de 2012


REBELIÓN DE LOS MOROSOS

IGNACIO CAMACHO


Disminuir tamaño del textoAumentar tamaño del textoLOS griegos, que inventaron el sistema democrático, están a punto de alumbrar ahora la democracia antisistema. Para resolver su colapso político, económico y social parecen decididos a reventar las reglas de un juego en el que hicieron trampas cuyas consecuencias no desean afrontar. Las inevitable próximas elecciones helenas trituran el mantra de la dictadura de los mercadospara plantear el desafío de una democracia contra los mercados; una rebelión popular contra los acreedores en la que los deudores pretenden imponer las condiciones del pago de su deuda bajo la amenaza de desatar una catástrofe. Desesperados ante su insolvencia, los griegos tratan de salir del atolladero incrementando el caos: en vez de tener como hasta ahora un problema con el euro quieren convertirse en un problema para el euro.

Si el veredicto electoral favorece, como vaticinan los sondeos, a la izquierda rebelde amotinada contra el rescate europeo, estaremos ante una colisión de legitimidades, que no de soberanías. Grecia pidió una ayuda que le fue concedida —y pagada ya en dos paquetes de miles de millones de euros aportados por los socios de la unión monetaria— y ahora rechaza su devolución incumpliendo las condiciones en que aceptó recibirla. Todo ello muy democráticamente. Sus instituciones democráticas defraudaron el pacto de la moneda única y falsearon las cifras con la complicidad del mismo pueblo que se declara insolvente por no afrontar los sacrificios derivados de su fraude. Se trata de una rebelión de morosos que se niegan a cumplir sus compromisos según el célebre principio de que, a partir de un cierto volumen, la deuda es más problema para el que la ha prestado que para el que la debe. Saben que su motín compromete la estabilidad financiera de Europa y están dispuestos a tensar la cuerda para provocar un desastroso efecto de arrastre. Primero recurrieron al engaño y ahora al chantaje.

La pregunta es qué puede suceder cuando el pueblo se convierte en cómplice de un fraude. Incluso en agente promotor, puesto que la clase dirigente convencional se siente desbordada por el impulso nihilista de unos ciudadanos que se beneficiaron de un Estado de bienestar ficticio, construido a crédito, para objetar ahora su parte del trato bajo la coartada simplista de que los políticos les engañaron. No, no les engañaron. O lo hicieron con su beneplácito porque les beneficiaba el paripé de vivir una fiesta social con dinero prestado. No hay inocentes en esa estafa; tampoco la Europa y los mercados que la permitieron a base de vista gorda. El voto a tenebrosos neonazis y adefesios ultracomunistas es la expresión rabiosa de un pesimismo impotente que rehúsa aceptar las propias responsabilidades. Y el siguiente paso es el de la inmolación terminal, el de la autodestrucción extensiva, el de la voladura enfurecida y vindicativa del sistema entero. El suicidio kamikaze.

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