martes, 16 de mayo de 2017

La paz como virtud y como farsa
 
Angel Oropeza
 
Según ciertas concepciones políticas primitivas, la paz es simplemente la ausencia de guerra o la inexistencia de conflictos. Esta fue siempre la tesis de los especímenes de la represión militarista latinoamericana, como Pinochet, Somoza, Castro, D’Aubuisson o Duvalier. Por supuesto, es la que comparten Maduro, Cabello y otros representantes de nuestra decadente oligarquía.
Así como la salud no se reduce a la ausencia de enfermedad, o la libertad no es solo no estar preso, la paz es mucho más que lo que estas visiones reduccionistas interesadamente proponen. La palabra “paz” viene del latín pax (pacis), que significa “acuerdo o pacto”. Y esto es así, porque la paz es el fruto de la sana convivencia entre los seres humanos. La paz es un estado de equilibrio y armonía que, en su dimensión política, solo es posible en presencia de un orden social justo en el que todos tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades para desarrollarse como tales. Los humanos somos en esencia seres en conflicto, producto de nuestra natural y deseable diversidad. Es por ello que la paz social, más que la ausencia de conflictos, supone la capacidad para manejarlos y transformarlos en fuente constante de enriquecimiento colectivo.
Al igual que la mayoría de los sátrapas de nuestro continente, el régimen venezolano ha comenzado nuevamente a hacer uso de la palabra paz en su acepción de farsa. Se habla de una “constituyente para la paz” y de quienes se oponen a ella como desestabilizadores y enemigos de “su” paz. Ahora bien, ¿qué significa “la paz” para la clase política gobernante? Cuando el régimen habla de la necesidad de “preservar” la paz, ¿de qué está realmente hablando?
La “paz” para el madurocabellismo no es otra cosa que el mantenimiento –a juro y por la fuerza– de un orden político en el que una minoría corrupta hace negocios con las necesidades materiales de una inmensa mayoría. Es esta “paz” la que ha permitido, por ejemplo, que 82% de las familias venezolanas se encuentren hoy por debajo de la línea de pobreza, lo que nos ha convertido, desde la perspectiva del ingreso, en el país más pobre del continente. La “paz” que pide preservar el oficialismo es la que ha permitido el “milagro” económico de un severo empobrecimiento colectivo combinado con un obsceno proceso de concentración de la riqueza en pocas manos, al punto que hoy tengamos el índice más alto de desigualdad social (0,44) de los últimos 20 años.
La “paz” que pide preservar nuestra hipócrita oligarquía es la misma que cobró la vida de 28.230 venezolanos el año pasado, 76% de ellos menores de 35 años, lo que nos ubica como el país más violento del mundo. Es la misma “paz” que tiene a 63% de la población sin ningún tipo de seguro de atención médica, que ha provocado una escasez superior a 80% en medicamentos esenciales, y que nos ha convertido en el país de América Latina donde es mayor el gasto del propio bolsillo de los ciudadanos para atender problemas de salud.
La “paz” que Maduro y Cabello piden a gritos “proteger”, es la que tiene a casi 2 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, y donde solo 40% de la población juvenil asiste regularmente a un centro de enseñanza. Es la “paz” de las colas interminables para poder comprar cada vez menos, de la delincuencia galopante y de la inflación más alta del planeta. Esta es la “paz” que nos piden resguardar, en su propio provecho, quienes se esconden atemorizados detrás de guardaespaldas disfrazados de soldados, pidiendo a gritos que nos sacrifiquemos todos para que ellos puedan seguir disfrutando los placeres sensuales del poder. Es la paz de los explotadores, que no es otra cosa que violencia y miseria para el pueblo.
Es por ello que, a diferencia de esa farsa, la búsqueda de la verdadera paz, la que solo se consigue a través de la justicia, al mismo tiempo que una noticia de esperanza y liberación para la mayoría, es la amenaza más peligrosa para el presente orden constituido, y para el statu quo de los poderosos y gobierneros.

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