miércoles, 31 de mayo de 2017

EL ALMA DEL CUERPO DEMOCRÁTICO

RAMON GUILLERMO AVELEDO

Una nación sin Parlamento es como un cuerpo sin alma” declaró recientemente la Conferencia Episcopal Venezolana. Y tiene razón. Es una cuestión de lógica democrática elemental. Una sociedad nacional moderna es, necesariamente, una sociedad democrática. Nunca perfecta, siempre perfectible. Pero la inconformidad con relación a la sociedad que es nos acicatea para buscar la sociedad que puede ser.
Y es como dos y dos son cuatro: Sin parlamento no hay democracia y sin democracia no hay parlamento. No hablo de remedos escenográficos. De esos parlamentos postizos, uniformes, monocolores, diseñados para apoyar, aprobar y aplaudir. Hablo de cuerpos plurales que reflejen la diversidad nacional y que palpiten con los problemas de la vida real. Cámaras donde patriotas de distintas opiniones contrastan sus proyectos, discuten sus visiones de país, exponen y defienden lo que se está haciendo y escuchan la crítica a cuyo examen se someten, y desde la alternativa, se proponen soluciones.
Porque el parlamento es el único órgano del poder público plural, por eso es un cuerpo deliberante. Otros poderes no pueden serlo, dada su naturaleza, aunque deban servir a todos. La pluralidad parlamentaria nace del carácter representativo. Allí van aquellos que el pueblo elector decidió enviar. Con su variedad de regiones, opiniones, sectores e intereses. Por más ingredientes participativos que se incorporen para abrir el sistema político, una evolución muy positiva, la deliberación es tarea de una cámara de representantes con una mano en la sístole y la diástole populares, y la otra en los altos y perdurables intereses del Estado como gerente y garante del bien común.
Porque el parlamento es el órgano diseñado para controlar el poder. Poder limitado, distribuido e institucionalizado es uno de los datos claves de la civilización. Y el control del poder lo ejerce el parlamento al delimitarlo mediante las leyes que lo regulan y a través de los presupuestos, que establecen los ingresos y los gastos estatales. También lo controla en su gestión y su capacidad de gasto, mediante las autorizaciones, aprobaciones, asignaciones adicionales y endeudamiento. Y se lo controla políticamente, con los debates, preguntas, examen de las memorias ministeriales, seguimiento de las políticas públicas que se aplican.
Porque el parlamento es el órgano que existe para que se escuche la voz del pueblo. Para que el soberano, que dice la Constitución, no quede pintado en la pared. Para que ningún poderoso olvide que no es su dueño, esa tendencia que es como una pendiente resbaladiza por la cual es tan fácil caer, sino su servidor. Porque la democracia no es un sistema para ungir amos y señores, sino para escoger servidores.
El golpe continuado que desde diciembre de 2015 se viene dando para anular la Asamblea Nacional, tiene su apoteosis de descaro impúdico, en el fraude constituyente que se pretende imponer. Los ciudadanos no permitiremos ser expropiados.

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