Crónica de los magistrados en el exilio
Elias Pino Iurrieta
El Nacional
Los magistrados del Tribunal Supremo de
Justicia ocupaban sus cargos en medio de irregularidades que clamaban al
cielo, razón por la cual, ante una necesidad perentoria, la Asamblea
Nacional agarró el toro por los cuernos. El 1 de enero de 2016 anuló la
designación de los 33 magistrados afectos a la dictadura y dependientes
sumisamente de ella, y abrió concurso de credenciales para llenar las
vacantes. El proceso se perfeccionó con meticulosidad en julio de 2017,
después de una revisión detenida de los correspondientes currículos,
para que comenzara una tenaz persecución de los jueces elegidos conforme
a derecho, que llega hasta la actualidad.
El dictador reclamó de inmediato su
arresto. Ordenó que se les encarcelara para que pasaran a la
jurisdicción militar. Así comenzó una cacería, debido a la cual fue
detenido el magistrado Oscar Zerpa. El doctor Zerpa fue sometido a un
encierro inhumano sobre cuyas vicisitudes se habló con creces en los
medios, mientras se forzaba la clandestinidad del resto de sus colegas
que habían escapado de las primeras redadas. De allí el exilio forzado
del resto, que se ha establecido rodeado de penurias en Colombia, Chile,
Estados Unidos y Panamá. Salieron con lo que tenían puesto, con apenas
alguna muda de ropa, para no caer en las garras de sus perseguidores.
La obligada disgregación no los
condujo a la pasividad. El 13 de octubre de 2017, llevaron a cabo un
acto público en la sede de la OEA para denunciar su situación ante la
comunidad hemisférica y para manifestar la intención de cumplir con su
deber en latitudes extranjeras. De inmediato fueron reconocidos por los
diputados de la Asamblea Nacional, que los habían designado con toda
pulcritud; por la fiscal general de la República, por la Asociación
Mundial de Juristas, por la Federación Interamericana de Abogados y por
un núcleo duro y célebre de abogados venezolanos. También fueron
recibidos por altas instituciones de Estado y por cortes de justicia en
Estados Unidos, Colombia, Chile, Panamá, Perú y España. Además, después
de su presentación ante la OEA, fueron acogidos con beneplácito por el
Parlamento Europeo. De su papel de fugitivos ascendieron a una posición
de reconocimiento a escala mundial.
El hostigamiento de la dictadura, que
ni siquiera les permitió la posibilidad de hacer maletas, impidió que
se establecieran oportunamente como Tribunal Supremo. Las amenazas de
cárcel y la búsqueda implacable evitaron que se organizaran a plenitud
en términos institucionales. Tampoco facilitaron la posibilidad de que
actuaran en tal sentido desde el obligado exilio. Si se agrega la traba
de la carencia de recursos, han hecho lo que han podido dentro de
límites comprensibles para reclamar el imperio de la justicia por la
cual luchan y debido a la cual se les ha convertido en objeto de feroz
búsqueda militar. Dos de ellos, me consta, trabajan como dependientes
para subsistir en Estados Unidos: uno como taxista en carro prestado y
otro como camarero en un hotel, mientras el resto pasa rutinas modestas
que apenas permiten desahogos mínimos. En una situación de flagrante
descomedimiento, de abominable ataque por parte de los mandones de
turno, destacan por la transparencia de su conducta y por su compromiso
con valores fundamentales del republicanismo. ¿Por qué actúan y viven
así? Debido a que pretenden fortalecer el organismo al cual pertenecen,
para que no permanezcan dudas sobre su existencia y llegue al pleno
reconocimiento que le corresponde mientras en Venezuela el Estado de
Derecho ha dejado de existir.
Como escribo antes de que la Asamblea
Nacional responda la solicitud de antejuicio de mérito contra Nicolás
Maduro, que los magistrados legítimos han pedido, que esos hombres de
bien ahora reclaman desde el lugar de sus empeños y sus sacrificios, no
sé qué sucederá. Los apremios de las entregas periodísticas apenas han
permitido un vistazo anterior a la reunión de los diputados. De lo
expuesto se colige la trascendencia de la digna y valiente actividad de
los peticionarios, pero también los escollos que implica. Ojalá la
realidad desemboque en desenlaces cónsonos con los pasos que la crónica
quiso describir.
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