domingo, 22 de abril de 2018

Crónica de los magistrados en el exilio

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              Elias Pino Iurrieta

El Nacional

Los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia ocupaban sus cargos en medio de irregularidades que clamaban al cielo, razón por la cual, ante una necesidad perentoria, la Asamblea Nacional agarró el toro por los cuernos. El 1 de enero de 2016 anuló la designación de los 33 magistrados afectos a la dictadura y dependientes sumisamente de ella, y abrió concurso de credenciales para llenar las vacantes. El proceso se perfeccionó con meticulosidad en julio de 2017, después de una revisión detenida de los correspondientes currículos, para que comenzara una tenaz persecución de los jueces elegidos conforme a derecho, que llega hasta la actualidad.


El dictador reclamó de inmediato su arresto. Ordenó que se les encarcelara para que pasaran a la jurisdicción militar. Así comenzó una cacería, debido a la cual fue detenido el magistrado Oscar Zerpa. El doctor Zerpa fue sometido a un encierro inhumano sobre cuyas vicisitudes se habló con creces en los medios, mientras se forzaba la clandestinidad del resto de sus colegas que habían escapado de las primeras redadas. De allí el exilio forzado del resto, que se ha establecido rodeado de penurias en Colombia, Chile, Estados Unidos y Panamá. Salieron con lo que tenían puesto, con apenas alguna muda de ropa, para no caer en las garras de sus perseguidores.
La obligada disgregación no los condujo a la pasividad. El 13 de octubre de 2017, llevaron a cabo un acto público en la sede de la OEA para denunciar su situación ante la comunidad hemisférica y para manifestar la intención de cumplir con su deber en latitudes extranjeras. De inmediato fueron reconocidos por los diputados de la Asamblea Nacional, que los habían designado con toda pulcritud; por la fiscal general de la República, por la Asociación Mundial de Juristas, por la Federación Interamericana de Abogados y por un núcleo duro y célebre de abogados venezolanos. También fueron recibidos por altas instituciones de Estado y por cortes de justicia en Estados Unidos, Colombia, Chile, Panamá, Perú y España. Además, después de su presentación ante la OEA, fueron acogidos con beneplácito por el Parlamento Europeo. De su papel de fugitivos ascendieron a una posición de reconocimiento a escala mundial.
El hostigamiento de la dictadura, que ni siquiera les permitió la posibilidad de hacer maletas, impidió que se establecieran oportunamente como Tribunal Supremo. Las amenazas de cárcel y la búsqueda implacable evitaron que se organizaran a plenitud en términos institucionales. Tampoco facilitaron la posibilidad de que actuaran en tal sentido desde el obligado exilio. Si se agrega la traba de la carencia de recursos, han hecho lo que han podido dentro de límites comprensibles para reclamar el imperio de la justicia por la cual luchan y debido a la cual se les ha convertido en objeto de feroz búsqueda militar. Dos de ellos, me consta, trabajan como dependientes para subsistir en Estados Unidos: uno como taxista en carro prestado y otro como camarero en un hotel, mientras el resto pasa rutinas modestas que apenas permiten desahogos mínimos. En una situación de flagrante descomedimiento, de abominable ataque por parte de los mandones de turno, destacan por la transparencia de su conducta y por su compromiso con valores fundamentales del republicanismo. ¿Por qué actúan y viven así? Debido a que pretenden fortalecer el organismo al cual pertenecen, para que no permanezcan dudas sobre su existencia y llegue al pleno reconocimiento que le corresponde mientras en Venezuela el Estado de Derecho ha dejado de existir.
Como escribo antes de que la Asamblea Nacional responda la solicitud de antejuicio de mérito contra Nicolás Maduro, que los magistrados legítimos han pedido, que esos hombres de bien ahora reclaman desde el lugar de sus empeños y sus sacrificios, no sé qué sucederá. Los apremios de las entregas periodísticas apenas han permitido un vistazo anterior a la reunión de los diputados. De lo expuesto se colige la trascendencia de la digna y valiente actividad de los peticionarios, pero también los escollos que implica. Ojalá la realidad desemboque en desenlaces cónsonos con los pasos que la crónica quiso describir.

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