lunes, 23 de abril de 2018

El caso contra la participación
                                     

El debate sobre si la Mesa para la Unidad Democrática debe apoyar la candidatura de Henri Falcón no puede abordarse sin primero desenredar los argumentos a favor de la participación en las elecciones presidenciales.
El primero es el que esgrime Falcón mismo: la oposición venezolana debe participar porque tiene chance de ganar y no tiene mejor opción. La mayoría de los venezolanos quiere votar; los gobiernos no suelen ser reelectos durante períodos de hiperinflación; las encuestas favorecen a Falcón y otro fraude podría provocar una crisis que abra las puertas a una transición. No participar, por otro lado, lleva a la oposición a una calle ciega. Los boicot rara vez funcionan y la MUD y el Frente Amplio no tienen una propuesta seria para luchar contra el gobierno en un escenario que no sea electoral.
El segundo argumento reconoce las bajas probabilidades de que la dictadura le ceda el poder a la oposición. Pero señala que Henri Falcón no es un candidato opositor “normal”. Es un disidente del chavismo con vínculos con el gobierno al que Nicolás Maduro podría endosar la presidencia bajo ciertas condiciones. Por ejemplo, el régimen podría darle libertad a Falcón para actuar en varios frentes, especialmente el económico, sin aflojar su control sobre la Fuerza Armada, los servicios de inteligencia y el Poder Judicial. Este arreglo le permitiría a la dictadura entregar a alguien más competente el manejo de la economía sin poner bajo riesgo su permanencia en el poder; facilitar una transición dentro del chavismo que les permita implementar reformas para solucionar la crisis humanitaria.
¿Son convincentes estos argumentos? Para mí ambos desestiman las desventajas de participar bajo la realidad política actual en un proceso amañado que Maduro puede manipular para fabricar su triunfo. Con la participación las probabilidades de forzar un cambio a través del voto son demasiado bajas como para tomar el riesgo de profundizar y crear más divisiones dentro la oposición, y desestimar el daño que provocaría otro fraude si una parte de la MUD —porque ya un consenso es inviable — decide apoyar a Falcón.

El escepticismo sobre la salida electoral…bajo estas condiciones

Desde 2015, la dictadura ha dado muchas señales de que no está dispuesta a ceder poder a través de elecciones. Colocó toda clase de obstáculos para frenar el proceso de convocatoria del referendo revocatorio para luego suspenderlo; le arrebató las competencias a la Asamblea Nacional; durante las protestas de 2017 prefirió reprimir, encarcelar y asesinar a sus adversarios antes que hacer una sola concesión; e instaló mediante un descomunal fraude una Asamblea Nacional Constituyente.
A mediados del año pasado, el gobierno decidió por fin convocar las elecciones regionales. La encuestas auguraban un contundente triunfo para la MUD; en base a ellas algunos analistas estimaron que la oposición ganaría 16 o más de las 23 gobernaciones.
Pero el chavismo hizo lo que muchos consideraban imposible. En medio de una contracción económica sin precedentes en la historia de América Latina, que llevó al país a una tragedia humanitaria que persiste hasta hoy, ganó 17 de las 23 gobernaciones.
¿Cómo logró este resultado?
Utilizando todas las palancas de un poder casi ilimitado para inclinar el terreno a su favor, presionar a los votantes y deslegitimar a su adversario. La lista de abusos incluye la inhabilitación de candidatos; la manipulación arbitraria de la fecha electoral y la infiltración de la MUD para dividir y desprestigiar al liderazgo opositor; la orquestación del fraude de la ANC con la convocatoria electoral para promover la abstención; la reubicación de centros; y la inclusión en el tarjetón a los candidatos que habían perdido en las primarias opositoras.
También incluye un mecanismo relativamente nuevo y particularmente perverso: la explotación política del hambre a través de las bolsas CLAP y el Carnet de la Patria. El gobierno fraguó una innovadora forma de clientelismo que aprovecha la escasez de alimentos para presionar a los venezolanos a votar por los políticos que causaron la escasez. Un estudio estima que la probabilidad de que un opositor con Carnet de la Patria vote por el gobierno es mas del 25%. Cabe suponer que la probabilidad de que no vote es aún más alta.

Los límites de la participación

Las regionales, sin embargo, no solo demostraron hasta dónde está dispuesto a llegar el régimen para “ganar” una elección. También demostraron cuánto está dispuesto a ceder. La oposición obtuvo apenas seis de las 23 gobernaciones y poco después el oficialismo le quitó dos de esa seis, Bolívar y Zulia. Casi la mitad.
A los cuatro estados restantes Maduro los despojó de competencias e intervino sus policías. El régimen, pues, no se conformó con forjar un sistema que le permitió obtener 17 de las 23 gobernaciones a pesar de su baja popularidad. Le arrebató a la oposición otras dos gobernaciones.
Más importante aún, las regionales dejaron claro que Maduro cuenta con abanico de posibles acciones que puede estirar y encoger a su conveniencia para abrir o cerrar totalmente los espacios de verdadera competitividad electoral. Cuenta con los mecanismos para ceder solo hasta el punto que desea ceder.
Si en las regionales, unas elecciones que no acarreaban la posibilidad de una transición, el régimen no toleró que la oposición obtuviera siquiera seis de las 23 gobernaciones, ¿qué podemos esperar entonces de las presidenciales?
La estrategia electoral tiene límites. Por ejemplo, nadie participaría en una elección donde solo se permite el voto a miembros de organizaciones chavistas.
Falcón admitió que estos límites existen cuando prometió retirarse si el gobierno incumplía el acuerdo que firmó con Avanzada Progresista, Copei y el MAS. De los once puntos de ese acuerdo el gobierno solo ha cumplido uno cabalmente. Falcón, sin embargo, no ha anunciado todavía su retiro ni ha explicado porqué decidió romper su promesa.
 

Falcón no puede unir a la oposición

Con una oposición unida sería un reto ganar las elecciones y luego presionar al gobierno para que entregue el poder.
Pero los desafíos son mucho mayores si los principales partidos de la oposición deciden no participar. Sin una maquinaria para movilizar y defender el voto, las probabilidades de que Falcón alcance sus objetivos son aún menores de lo que ya son.
Falcón no puede ni pretende sumar los apoyos de Voluntad Popular y Soy Venezuela. Pero ¿puede convencer al resto de la oposición?
En los partidos más grandes, Primero Justicia y Acción Democrática, hay barreras que ahora lucen insuperables. Henrique Capriles está coqueteando con apoyar a Falcón. Pero Julio Borges, que tiene más influencia que Capriles en PJ, reafirma a cada rato la decisión de su partido de no votar. Durante su gira internacional, Borges le ha comunicado este mensaje a presidentes, ministros, congresistas y líderes de organizaciones internacionales (muchos países ya le han prometido no reconocer las elecciones). De hecho, la reciente conferencia de prensa del diputado Alfonso Marquina llamando a no votar “desde Primero Justicia” fue probablemente un mensaje a Capriles: si decide apoyar a Falcón, el partido no lo respaldará.
Por otro lado, el todopoderoso líder de AD, Henry Ramos Allup, se ha mantenido también firme en su decisión de no participar. Los líderes de la generación de 2007, que militan en diferentes partidos, difundieron un video con el hashtag #NoLoLlamesElección. El Frente Amplio ha asumido la misma línea.
PJ y AD, por el otro lado, no quieren exponerse a que los critiquen por inconsistentes. La oposición y el gobierno no firmaron un acuerdo en República Dominicana porque Maduro se negó a ofrecer garantías electorales mínimas.
Cuando después del diálogo algunos asomaban la posibilidad de participar muchos con razón se preguntaron: si se va a participar con las condiciones que la MUD rechazó, ¿por qué se rechazaron entonces?
Falcón tiene además otra limitación: no tiene el capital político para arrear a la oposición detrás de su candidatura. Tanto en el liderazgo opositor como en la base, Falcón genera suspicacias por la misma razón por la cual algunos lo ven como la persona ideal para pactar una transición con el chavismo.
A estas alturas, pues, es difícil imaginar a la oposición forjando un consenso a favor de la participación. Falcón solo puede aspirar a que una parte de la MUD lo respalde. No puede lograr que PJ lo apoye pero sí puede dividir al partido si consigue el respaldo de Capriles. No puede lograr cambiar la postura de la MUD pero sí puede profundizar sus divisiones y la desconfianza mutua entre las diferentes facciones. Su espacio para sumar apoyos es tan restringido que su éxito significa polarizar y fragmentar más a una oposición que ya está fragmentada.
Una lección que nos ha dejado el chavismo es que las cosas siempre se pueden poner peor. La oposición ahora está mal; una división en torno a Falcón podría sepultarla.

Pacto con el gobierno: ¿una opción realista?

Algunos analistas sostienen que hay sectores del chavismo dispuestos a cederle la presidencia a Falcón bajo ciertas condiciones. Un pacto de esta naturaleza, dicen, es la única salida realista a la crisis porque el chavismo no va a soltar el poder sin las garantías de protección que solo Falcón puede ofrecer. Si las opciones se reducen a Maduro por otros seis años o un acuerdo de cohabitación entre Falcón y el régimen, ¿no sería razonable apoyar la segunda?
El problema es que esto no es un dilema en base a una realidad sino un dilema en base a una posibilidad; una posibilidad, por lo demás, que uno debe ver con escepticismo.
¿Cuán fácil es pastorear a las diferentes facciones del gobierno hacia una transición pactada? ¿Se les puede convencer de que es posible reemplazar a Maduro por Falcón sin poner bajo riesgo su permanencia en el poder? Cierto: el statu quo también trae consigo riesgos. El colapso del país podría provocar caída del régimen y Maduro no tiene la capacidad de solucionar la crisis. Pero es probable que los chavistas sean mucho más sensibles a los potenciales riesgos de un cambio que a los riesgos de dejar las cosas como están. Si un cambio grande y difícil de implementar genera miedo, la inercia tiene todas las de ganar.
Pero supongamos que los escépticos están equivocados. Ante la posibilidad de una transición controlada, ¿qué debe hacer la oposición? ¿Y por qué Falcón necesita a la MUD? ¿Acaso tiene que ganar las elecciones por una amplia ventaja para que los sectores chavistas que quieren una transición lo respalden? Si ese el caso, ¿no es una exageración pintar este escenario como realista?
A la MUD no se le puede pedir que apoye a Falcón porque hay un chance de que el gobierno le entregue el poder bajo condiciones; nadie le puede pedir a Borges, Ramos Allup y Leopoldo López que sacrifiquen su credibilidad y capital político apoyando en secreto un acuerdo de cohabitación con los jerarcas del régimen cuando ni siquiera hay garantías de que la cúpula chavista esté dispuesta a sellar ese acuerdo.

El caso contra la participación

Hay un conjunto de realidades que se niegan a aceptar los defensores de Falcón. La primera es que la mayor parte del liderazgo opositor se opone a participar y tienen razones legítimas para oponerse. Sin el apoyo de los principales partidos, Falcón no contará con recursos para movilizar y defender el voto.
La segunda es que los líderes de la MUD están cada vez más comprometidos con no participar (con sus seguidores y con la comunidad internacional) y Falcón no tiene el poder para cambiar esta situación.
La tercera es un resultado de las primeras dos: aunque Falcón no puede unir sí puede dividir. El apoyo de Capriles, por ejemplo, podría resquebrajar a PJ e infligir un enorme daño a la MUD.
Es verdad que ahora la alternativa a la participación no es ideal. El Frente Amplio no ha presentado una propuesta seria para luchar contra la dictadura. Nada cambiará si la oposición no vota en las presidenciales. Pero la candidatura de Falcón no tiene mejores perspectivas. La única diferencia es que podría dejar a la oposición en una posición mucho más débil para hacer frente a la situación que muy probablemente tendrá que encarar después de la farsa electoral del 20 de mayo.

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