Ezequiel Zamora: De huérfano menesteroso a boyante pulpero
ENRIQUE VILORIA VERA
Luego de la muerte del padre, la familia se traslada a Caracas, donde Ezequiel y sus dos hermanos Antonio y Gabriel efectúan – subsidiados por el Concejo Municipal – estudios de primeras letras en la escuela lancasteriana Bolívar regimentada por el maestro Vicente Méndez. Allí, el futuro caudillo federal recibirá los rudimentos del conocimiento propios de la formación inicial en aquella lejana III República, a saber: leer, escribir, conceptos básicos de matemática y gramática, y doctrina cristiana. Son sus condiscípulos de entonces Manuel María Echandía, Pedro Medina, José Miguel López y Carlos Dávila, quienes persistirán en el afecto y el quehacer futuro de Zamora.
Laureano Villanueva, el biógrafo por antonomasia de Zamora, señala que desde niño se inclinó a:
“Ejercicios corporales, especialmente a la lucha, la natación, la carrera y la equitación: caminaba leguas a pie, y trepaba las montañas sin fatigarse: con lo cual perfeccionaba su fuerza natural, y adquiría agilidad y destreza en sus movimientos y acciones.” Así va espigando el futuro Valiente Ciudadano, quien es físicamente descrito por Villanueva como: “alto y delgado de cuerpo; de ojos azules y mirada viva y penetrante: sus facciones se marcaban y distinguían por líneas bien definidas que daban a su rostro por sus pómulos agudos, su nariz recta, su barba firme y saliente, su frente descubierta y bien modelada, una vigorosa expresión de inteligencia, altivez y energía (…) A los dieciocho años ya se notaba la prominencia de la parte superior de la cabeza, signo frenológico del carácter indomable y de la virtud de la perseverancia”.
Años después, en la Gaceta de Venezuela 895 del 2 de enero de 1848, se lanza una requisitoria contra Ezequiel Zamora, quien es físicamente descrito así:
“Pelo rubio, pasudo y bastante poblado, color blanco y algo catire, frente pequeña, ojos azules y unidos, nariz larga perfilada, nuca pequeña y algo sumida, labios delgados, barba roja y escasa, estatura regular, cuerpo delgado, muy junto de muslos y piernas manetas y cubiertas de un vello áspero, los pies son también largos y flacos: es de un andar resuelto”.
La madre Paula Correa, recia de carácter y muy apegada a Ezequiel – quien velaba pródigamente por ella – , el esposo de su hermana Carlota, el alsaciano Juan Gáspers y José Manuel García Correa, primo y esposo de su hermana Genoveva, contribuyen ampliamente a la formación de la personalidad del futuro hombre de armas. En especial Gáspers quien es descrito un tanto épicamente por Brito Figueroa:
“Un francés aventado a América por la represión antidemocrática que se generaliza en Europa, especialmente en Francia, después de la Restauración. Como tantos otros revolucionarios europeos, Juan Gáspers emigra a América, huyendo a la reacción feudal – absolutista y atraído por la lucha que libran las naciones hispanoamericanas contra la dominación colonial. En Venezuela, Gáspers es un venezolano más y confundido con nuestra igualitaria población participa en sus luchas, comparte las inquietudes y anhelos del pueblo. El alsaciano introduce a Zamora en un mundo desconocido, labor para la que está suficientemente dotado, se trata de un hombre de ideas democráticas que ha participado en las luchas revolucionarias del pueblo francés”.
En lo concerniente a la influencia de su primo y también cuñado García Correa sobre el joven Zamora, Villanueva señala que:
“Su maestro fue realmente el Doctor García, varón doctísimo y amable, que popularizaba dentro y fuera de la Universidad de Caracas, los fundamentales principios del Derecho romano, de la filosofía moderna, y de la política de la igualdad; cuyos consejos y lecciones, floreciendo en el entendimiento del joven Zamora, de natural fácil y claro, explican su educación moral, y la precisión y firmeza con que sostuvo siempre los derechos del pueblo”.
Hacia 1838, el joven Zamora comienza en la Villa de Cura de sus ancestros, la carrera de comerciante. Así pasó de dependiente de pulpería a socio industrial, para luego establecerse por su cuenta y riesgo, y administrar una bodega de su propiedad. Manuel Donís Ríos sintetiza esta secuencia que llevó a Zamora de dependiente a propietario de su pulpería sita en calle Real de Villa de Cura:
“Una vez en Villa de Cura se hizo socio de la casa comercial de Daniel Scotto y como pequeño comerciante y prestamista que fue (llamados despectivamente, canastilleros), se ajustó – y saco beneficio – a las condiciones establecidas en la Ley de abril de 1834, la cual concedió el derecho a los acreedores de rematar las propiedades y bienes; incluyendo las deudas y esclavos de los deudores, para hacer efectivo el pago en caso de que éstos no cancelaran en el plazo establecido (…) La sociedad con Scotto se disolvió y el nuevo socio fue Gabriel Rodríguez. La Sociedad Rodríguez Zamora duró hasta marzo de 1844, año en que Ezequiel se independizó y montó negocio propio”.
Sus conciudadanos siempre reconocieron la seriedad personal y la responsabilidad comercial del pulpero Zamora, lo que le valió además de una incuestionable reputación, la posibilidad de diversificar sus actividades comerciales y diversificar sus nexos tanto hacia los llanos y las poblaciones aragüeñas y mirandinas cercanas a la Villa, lo que lo lleva a ampliar su visión de mundo y a conocer mejor a sus semejantes. Como bien lo recoge Adolfo Rodríguez, uno de sus mejores biógrafos:
“El otro mundo llegaba en toda esta mercancía, quesos de mano, guruperas, jabón de tierra, pólvora, tabaco, aguardiente, vino blanco, manteca en botijuelas, bacalao, acemitas, bizcochuelos, café de primera, frascos de agua colonia, cochino, tapas de suela, papelón real a real, cinchas de burro, tabaco e tripa, pimienta guayabita, garbanzos, telas de zaraza, chigüire, sombreros de pelo, carato, cada uno marcado por quien viene a ofrecerlos o por quienes los compran. Oscuros emisarios de la montaña o de los llanos de Tiznados. Presentados por quién sabe quién en sus largas caminatas a pie, o en los ejercicios de equitación, ascendiendo estos riscos, tras el venado, o el báquiro, ya que cazar es también su afición”.
Años después será denominado el General del Pueblo Soberano, para luego, a finales del siglo XX, erigirse en una de las raíces del árbol seco de la inepta y hablachenta Revolución Bolivariana.
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