LA PÁGINA EN BLANCO
LEANDRO AREA P.
Apreciado lector, confieso que cada vez que pienso en escribir estas cuartillas que te envío, que me envío, pues tengo el compromiso personal y naufrago de hacerlo, a través de generoso medio, el espíritu se tensa por encontrar un tema relevante en el que hacer coincidir tus demonios con los míos, ellos que son tantos.
En esas me debato irremediablemente, en el fango implacable que impone la realidad y sus veleidades, entre los temas que parecen de urgencia o trascendencia y una cierta condición autobiográfica que se niega rebelde a ser absorbida y sin respiro por esa agenda de los temas en curso, así la llaman los tan escrupulosos especialistas, cuando a lo que aspiro en verdad y supongo es a comprender y compartir contigo lo que siento y deseo más allá del oscuro e imborrable presente, incluyéndolo a él.
Como ves la página en blanco del título escogido no es tal, está tan preñada de vida previamente y de tal forma, que es difícil encontrar el camino en el que conjugar pensamiento y tinta sosegadamente sin quedar atrapado en la maraña de su provocadora blancura inexistente. Espinosa primera y compleja libertad de expresión.
Hay en estos trámites de escritor enjaulado un primer estado de vaguedad, confieso ese es mi caso, que me produce una cierta tensión nerviosa y que se expresa contradictoriamente en buscar distracción, atrayente en el fondo quizás, sin sentido concreto en apariencia, y que permite al principio garrapatear sin concreción alguna un bulto de ideas en una especie de borrador deforme e interminable mientras el reloj de la entrega de la virginal página en cuestión, ahora ya trocada en escritura, toca a la puerta y rezonga en el teléfono.
Cuando me apuro a escribir, siempre es así, la musa escasa y el sudor y la premura a borbotones, puede que busque en la agenda del hoy y no encuentre motivo o esté harto de ello o me ponga distraído a revisar en mis libros tentando inspiración, y abra casualmente como hoy el volumen perdido de “Ensayos y críticas” de Edgar Allan Poe que fue traducido por Julio Cortázar y en cuyo prólogo el autor de Rayuela o Las armas secretas o tantas y entrañables obras más afirma así y me distrae: “Pero esos neuróticos, esos monomaníacos, esos locos, no son cuentistas, no saben ser cuentistas, porque un cuento es una obra de arte y no un poema, es literatura y no poesía”. Pobre de los poetas pues que quisieron ser literatos o artistas. O a lo mejor los eleva por encima de estas rupestres ambiciones humanas y premiables. Sabrá Dios.
Lo cierto es que frente a tales afirmaciones mi mente cambia de geografía al reencontrarme con esas líneas subrayadas por mí hace más de cuarenta años cuando leí, devoré, el libro en cuestión, y siento hoy apresurado que mi mente divaga produciendo un cierto sentimiento de culpa al distraerme y substraerme de la realidad, que me obliga a encontrarme con el elusivo lector que casual me acompaña al que agradezco posarse sobre estos árboles espesos donde no sé si encontrará compartida su voz.
Ayer por cierto disfruté, es supongo una forma de amor, de una entrevista realizada a Hannah Arendt por el periodista Günter Gauss, en 1964, en la que afirma con espléndida alemana fruición que su vida había tenido como norte, más que cualquier otra ambición, la ilusión de comprender.
Ahora entiendo que la página en blanco, que como hemos visto es más oscura que lo que parece, a la que te enfrentas tanto como escritor como lector, te da esa posibilidad de comprender y comprenderte, al escribirla y al escribirte, al leerla y leerte. Que el amable Cortázar me haya tirado en la cara que un cuento es una obra de arte y no así un poema, me ha llevado a trompada limpia a una situación a la que no busqué desplazarme y aquí estoy comentando con la guillotina del tiempo a mis espaldas y le doy gracias.
Aprecio ahora que el reto de la página en blanco es como la del pasajero que se sube a un avión del cual desconoce su destino y aterriza en un país que ni sabía, a donde nunca deseo ir y donde además no tiene como pagarse la sopa del almuerzo. Página en blanco, vuelo incierto en busca de nido por comprender acompañadamente. Perdona que hasta ahora haya llegado hasta mis manos tu mensaje.
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