IMPLANTACIÓN Y ALTERNANCIAS DEL PRETORIANISMO
Carlos Canache Mata
Generalmente,
se entiende por Estado pretoriano aquel en que el poder militar tiene una
presencia y una influencia decisivas en la actuación del poder público, con la
subordinación del poder civil al poder militar. Guillermo Cabanellas, en su
“Diccionario de Derecho Usual”, define el pretorianismo de este modo:
“Influencia excesiva de los militares en la políitica o el gobierno del Estado.
El término procede de la frecuencia con que la guardia pretoriana de la antigua
Roma, valiéndose de su fuerza, de fraudes, presiones o venalidades, ejercía el
poder e inclusive designaba a los que habían de jercerlo” (1).
Aplicando
ese concepto a nuestro proceso histórico, si bien es cierto que tras la
disolución de la Gran Colombia y el restablecimiento de la República, el
Presidente constitucional General José Antonio Páez -elegido como tal por el Congreso de la
República para el período 1831-1835-
había manifestado la voluntad de
que su espada y su lanza estarían subordinadas a la “más respetuosa obediencia
a las decisiones de la ley”, también es cierto que, para el segundo período presidencial (1835-1839), la candidatura y la elección del
civil doctor José María Vargas reflejaban y tenían un carácter antimilitarista,
dada la circunstancia de que muchos de los jefes que habían participado en la
gesta emancipadora –todos activos en sus rangos militares- creían que les
correspondía seguir dirigiendo los destinos del país. Paralelamente, como lo
señala José Gil Fortoul, “en 1834 temían los militares que la República se
convirtiera para siempre en una organización puramente civil, perdiendo ellos
de ese modo el derecho de dirigirla que creían haber adquirido en las guerras
de Independencia” (2).
La
antimomia del poder civil-poder militar
–que con brillo poético analiza Andrés Eloy Blanco en su libro “Vargas, el Albacea
de la Angustia”- es, sin duda, el detonante del estallido del golpe de Estado
del 8 de julio de 1835 –la llamada “Revolución de las Reformas”, por sus
propios impulsores- contra el Presidente
Vargas, quien había asumido el cargo el 9 de febrero de ese año, pasando a ser
el primer Presidente civil de nuestra historia republicana. José Antonio Páez,
relata en su Autobiografía: “”Repetidas veces
había el doctor Vargas manifestado deseos de retirar su candidatura a la
Presidencia; pero tan vivas eran las instancias de los que querían ver en este
puesto a un ciudadano que representara el poder civil, y con tantas razones
acudieron a su patriotismo para que no
se retirara de la contienda eleccionaria, que al fin hubo de ceder,
resignándose a sacrificar el reposo y tranquilidad, que hasta entonces había
disfrutado, a los lances de la vida política, tan mal avenida con las pacíficas
ocupaciones que formaban sus delicias…Gran alborozo produjo en el pueblo el
triunfo de Vargas, y nadie entonces hubiera presentido que aquella elección
habría de tomarse como motivo para encender los horrores de la guerra civil”
(3).
El
golpe contra Vargas echó a tierra la semilla, la primera implantación, del
pretorianismo en la Venezuela post-independentista. La irrupción del elemento militar en el
escenario venezolano mediante el golpe de Estado, el ejercicio directo del
poder, las presiones o el tutelaje político ha sido una constante a lo largo de
nuestra historia republicana. A este respecto, el ex-Presidente Rafel Caldera
recuerda “que en ciento quince años, desde 1830 hasta 1945, no llegamos a tener
ocho años de gobierno civil, sumando a Vargas, a Narvarte, a Tovar, a Gual, a
Rojas Paúl y Andueza, porque el general-presidente parecía una necesidad
inevitable en el país, de acuerdo con la
tesis del gendarme necesario”. (4).
El
historiador Augusto Mijares apunta que la separación de Vargas “no significó el
predominio pretoriano y brutal reclamado por los Reformistas,
pero sí el predominio impreciso, y por eso más temible, basado en la convicción
de que únicamente al amparo del caudilllo se podía gobernar en Venezuela” (5).
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, con los gobiernos del
General Eleazar López Contreras y del General Isaías Medina
Angarita, a pesar de estar presididos por dos jefes militares, disminuyó
ostensiblemente la impronta pretoriana; pero ésta cobró de nuevo su siniestro
esplendor con el derrocamiento del gobierno de Rómulo Gallegos, y fue derrotada
varias veces cuando resurgió contra el gobierno constitucional de Rómulo
Betancourt. El pretorianismo volvió con el régimen del fallecido
teniente-coronel Hugo Chávez Frías y actualmente está “vivo y coleando”, como
se dice coloquialmente, con su causahabiente Nicolás Maduro, quien es un simple
mascarón de proa civil.
Las
reseñadas alternancias del poder civil y el poder militar en la historia de
Venezuela, al igual que en otro países, nos confirma una vez más que la
historia de los pueblos nunca se ha escrito en forma lineal, sino en zigzag,
con caídas y regresos, con retrocesos y avances.
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Notas
1-Guillermo
Cabanellas. “Diccionario de Derecho Usual”. Buenos Aires. 1962. Tomo III. Pág.
376.
2-José
Gil Fortoul. “Historia Constitucional de Venezuela”. Ediciones Sales. Caracas.
1964. Tomo Segundo. Pág. 196.
3-José
Antonio Páez. Autobiografía. Tomo II. Pág. 195.
4-Rafael
Caldera. “La Venezuela Civil, constructores de la democracia”. 1ª edición.
Cyngular. 2011. Pág. 63.
5-Augusto
Mijares. “La Evolución Política de Venezuela 1810-1860”. Venezuela
Independiente. Fundación Eugenio Mendoza, Caracas, 1962. Pág. 90.
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