La dictadura de Ortega
Trino Márquez
La tiranía impuesta por Daniel Ortega
ha seguido desde 2006 -cuando
ganó las últimas elecciones competitivas que hubo en Nicaragua, gracias a la
inexplicable división de los liberales- un camino que tuvo sus antecedentes más
cercanos en el modelo diseñado por Hugo Chávez.
A
partir de esa fecha fue asumiendo el control de todas las instituciones del
Estado. Se entronizó en la Asamblea Nacional, tomó el Poder Judicial, ha ido cercando a los
medios de comunicación independientes y acorralando a la oposición. En el plano
económico, él y su esposa, la vicepresidenta
Rosario Murillo -a quienes muchos entendidos en la materia consideran el
verdadero centro de poder, la lady Macbeth del país- crearon su propia
burguesía. El nepotismo de los Ortega Murillo
se extiende por toda la economía. La red va desde las pocas industrias existentes,
hasta el comercio, el turismo y la banca. La generosa ayuda que le ha otorgado
el régimen venezolano a Nicaragua, ha ido a parar a las acaudaladas cuentas de
la pareja y sus vástagos, quienes viven en la opulencia, en una nación donde la
gente se muere de hambre.
Los
quince años que Ortega lleva ejerciendo el mando le parecen insuficientes. En
diciembre del año pasado obligó a la Asamblea aprobar la “Ley de defensa de los
derechos del pueblo a la independencia, la soberanía y la autodeterminación
para la paz”. No sé si les parece familiar esa monserga. Esa ley es una de las
armas que le ha servido para decapitar a la oposición y avanzar sin obstáculos
a la reelección en las elecciones presidenciales del próximo 7 de noviembre.
La
primera víctima de esa escabechina fue Cristiana Chamorro, hija de la mujer que
le infringió la derrota electoral a Daniel Ortega en 1990, tras una década de
haber estado destruyendo lo poco que había dejado Anastasio Somoza. Hasta el
momento que la detuvieron y encerraron en su domicilio, Cristiana aparecía liderando
las encuestas de opinión, con altas posibilidades de triunfar en los comicios
de noviembre. Luego fueron cayendo uno a uno los otros aspirantes a la
presidencia y líderes opositores.
De
esas capturas, hay dos que me parecen reveladoras del carácter despótico del
régimen de Ortega. Una es la de Dora María Téllez, excomandante guerrillera del
Frente Sandinista quien a sus veintitantos años participó en el célebre asalto
al Palacio Nacional en 1978, espectacular episodio que logró la liberación de
un importante grupo de guerrilleros presos, entre ellos el propio Ortega. Téllez desempeñó algunos cargos relevantes
durante la gestión del dictador, hasta que finalmente se distanció de él. El
otro caso significativo es el de Víctor Hugo Tinoco, también guerrillero al
igual que Dora María, quien fue vicecanciller y participó en la ronda de
negociaciones que hubo en la década de los ochenta entre el gobierno sandinista
y la ‘Contra’, comandada por Edén Pastora.
La
excusa para detener a los dirigentes opuestos a las fechorías del dúo
Ortega-Murillo es que propician actos que ‘menoscaban la independencia de
Nicaragua’. El patrioterismo cerril convertido en instrumento de persecución y
aniquilamiento de los adversarios.
Hasta
hora, Daniel Ortega ha actuado sin
contrapesos internos ni internacionales significativos. Salvo algunas
declaraciones genéricas de Estados Unidos, la OEA, la Unión Europea y algunos
otros países, llamando a respetar la democracia y el Estado de Derecho, las
violaciones del tándem Ortega-Murillo no han recibido la contundente respuesta internacional
que debieron haberse producido. La respuestaa del régimen ha sido la típica de
las dictaduras: se trata de un asunto interno y rechaza cualquier tipo de
injerencia o intervención externa en nombre de la soberanía y la
autodeterminación de los pueblos. Con esa patraña, las tiranías cercan a los
partidos y organizaciones democráticas y
acaban con la libertad.
La
arremetida contra la oposición está produciéndose en una situación en la cual el volumen de nicaragüenses que huye hacia Estados Unidos ha venido
aumentando, porque la Covid-19 terminó por erosionar aún más la débil economía
de ese país. El descalabro ha impactado a los sectores más pobres. Los círculos
que rodean a Ortega y a su mujer han preservado los privilegios de siempre. Los
que han acumulado desde hace más de tres lustros. En el ambiente de miseria que
envuelve a ese país, Ortega se las arregla para comprarles a los órganos de
seguridad que lo mantienen en la casa de gobierno, camionetas último modelo,
sofisticadas armas y equipos de
protección a la policía que reprime las pocas manifestaciones de protesta
contra los abusos del déspota.
La
campaña de Ortega contra la democracia debería ser respondida por las
democracias del planeta. Ese ejemplo resulta nefasto en una etapa en la cual
América Latina gira hacia el autoritarismo. La conducta de Bukele y
Bolsonaro, el triunfo casi inevitable de Pedro Castillo, lo que ocurre en
Colombia, donde Gustavo Petro puede convertirse en Presidente, y lo que sucede
en Cuba y Venezuela desde hace décadas, son demasiadas alarmas encendidas para
convencerse de que hay que actuar contra el tirano de Nicaragua.
@trinomarquezc
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