miércoles, 30 de junio de 2021

Sputnik bolivariana


    IBSEN MARTINEZ 

EL PAIS


Mi gente en Caracas es una panda de viejos como yo.

Sé bien que el conjunto de mis panas históricos no constituye una muestra demográfica representativa de la población venezolana que aguarda desde hace meses una vacuna.

Y en la ficha técnica de mi sondeo debería asentar además que fue hecho vía Zoom y Whatsapp entre un universo que no pasa de una treintena de compatriotas. Vaya por delante el lenguaje inclusivo: en mi muestra hay muchas más viejas que viejos.

Es un hecho que el Gobierno de Venezuela no aporta datos confiables a las descorazonadoras cifras que, en lo que toca a la pandemia y su manejo en toda América Latina, brindan desde hace tiempo los organismos internacionales y las oenegés.

Sabemos de los 1.1 millones de casos nuevos y que nueve de los diez países del mundo con más muertes recientes en proporción a su población son latinoamericanos. La región, contando las naciones del Caribe, ya suma más de 1.200.000 fallecidos. Sabemos muchas otras cosas, casi todas ellas descorazonadoras.

Sin embargo, al leer los informes y reportajes, de ordinario muy completos, difundidos por la prensa global y las redes sociales, destaca especialmente Venezuela por la ausencia de cifras fiables de contagio y letalidad y por la inexistencia de un verdadero plan de vacunación masivo.

La singular, aterradora opacidad venezolana es congruente con la persecución y la censura generalizadas, características del régimen chavista-madurista. El no saber nada, la desaprensión de las autoridades, el sectarismo con que se ha priorizado a los jerarcas y cuadros del partido gobernante, la corrupción generalizada, el brutal mercado negro de la vacuna y la impavidez de Maduro ante el sufrimiento de nuestra gente hacen todavía más lúgubre la perspectiva venezolana.

Una medida de lo que están padeciendo los venezolanos se aprecia en las cifras de fallecimientos entre nuestros médicos y trabajadores de la salud.

Los fallecidos del sector de la salud —médicos y auxiliares— pasan ya de 651, según indica la organización “Médicos Unidos” que hace más de un año reportó la primera muerte en el gremio. “Médicos Unidos” denuncia desde entonces la desprotección casi total en la que sirven al público quienes combaten en primera línea la pandemia. Con lo que vuelvo a mi pequeñísima muestra.

Uno de mis panas históricos murió en días pasados sin jamás recibir el mensaje de texto con el que la plataforma bolivariana “Patria” debía supuestamente indicarle dónde presentarse para recibir la primera dosis de la Sputnik. Tenía 65 años, era pensionado y, valga lo que valiere el dato, chavista de uña en el rabo.

Varios parientes suyos, exilados en Ciudad de Panamá, promovieron un novenario vía Instagram desde la parroquia Nuestra Señora de Lourdes de esa localidad. Esto dio ideas a sus amigos agnósticos quienes, para honrar la memoria del amigo, se juntaron en una meriendita vía Zoom. Resultó natural preguntar quiénes de entre ellos han logrado vacunarse. Menos del 16 por ciento de los congregados.

La mayoría acudió a algún centro para su primera dosis atendiendo a informaciones sin confirmar, brindadas por gente que se obliga a estar pendiente de la jugada en un país con toda clase de racionamientos. Hablo de rumores internéticos del tipo “en el Hotel Alba parece que están vacunando a los viejos pero hay que llegar a las 4 am”.

Una de mis amigas, atenta a recibir la segunda dosis, y luego de hacer una fila de nueve horas a la intemperie en el Parque Miranda, al este de Caracas, fue despedida con la noticia de que se habían acabado las vacunas. “Vuelvan mañana, pero eso sí, vénganse tempranito”, les dijeron entre embustes sobre la rusa, la china, la cubana. Sobre la cadena de frío y la cantidad crítica de viales.

La verdad era que un contingente de miembros del partido, funcionarios todos del Gobierno, acababa de llegar y había sido favorecido por sobre un centenar de ancianos: el caos y el bochinche clientelar que rigen Venezuela. Mi amiga increpó, airada, a un oficial de la Guardia Nacional que aguantó a pie firme el chaparrón.

__¿Qué me le pusieron la primera vez?— inquirió, facultativo, el guardia.

__Sputnik.

__ No se preocupe, abuela. ¡Es tremenda vacuna! Con eso aguanta otros ochenta días.

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