sábado, 17 de septiembre de 2011


UN MANIFESTANTE INCÓGNITO
Carlos Raúl Hernandez
Venezuela, política y petróleo, uno de los cinco libros cardinales en la historia del país, coloca a Rómulo Betancourt en la cumbre de las ideas. Pero no fue un académico sino el líder más importante de América Latina en el siglo XX, que en 1931 abrió la puerta al debate político moderno, sembró en 1941 Acción Democrática, ramificado y fuerte partido popular del futuro, y en 1958 el Pacto de Punto Fijo, base de la democracia. Desde 1959 paró en seco el tsunamitotalitario de la Revolución Cubana que amenazaba de México a la Argentina.
Es el primer hombre de su generación y de las anteriores que entiende a plenitud el concepto moderno de democracia, -pluralismo, libertad, representación- hoy por fortuna universal ante el derrumbe de las “democracias reales”. Junto con Haya de La Torre, se distancia antes que nadie de la ideología stalinista.
A los 23 años con el Plan de Barranquilla de 1931 aferra la sociedad venezolana concreta, cosa imposible para los alucinados de la Tercera Internacional. Ellos responden meses después con el Manifiesto Comunista y hasta hoy se dedicaron sin descanso a destruir lo que él construyó.
El Pacto de Punto Fijo contiene los únicos cuarenta años de paz que tuvo Venezuela en su historia; lo demás es monte y culebra. Formaliza entre nosotros las normas básicas de la vida civilizada -el Estado de Derecho- válidas en cualquier rincón del mundo: oposición constitucional y sometimiento castrense al poder civil, que la “revolución sucia” echa por tierra. Los grupos que sirvieron decicerone al chavismo, y antes a todas las causas equivocadas y perversas, después de medrar en él, desacreditaron “el puntofijismo” hasta convertirlo en palabra maldita.
La yerbamala autoritaria que nunca muere, desata repetidas insurrecciones de izquierda y derecha, y de no haber sido Betancourt presidente del 59 al 64, probablemente la democracia sucumbe al nacer. Sólo lo impidió su combinación de inteligencia política, autoridad moral y coraje. Cuenta Ramón J. Velásquez que cada vez que había rumor de conspiración, Betancourt convocaba al alto mando militar a Miraflores sin autorización para salir (detenidos, de hecho) hasta tanto no se develara. Además prohibía la entrada a los ministros para que no colaran chismes.
Perón, Evita, Castro, Vargas, Guevara, Villa, alcanzaron niveles míticos pero pertenecen más a la turbidez que a la claridad latinoamericana. El embrujo de Fidel Castro divide los partidos socialdemócratas y los jóvenes sacrifican sus vidas tras un espejismo.
El Che Guevara quería “crear muchos Vietnam” para alterar la bipolaridad hacia los soviéticos -dueños ya de la rebelión anticolonial africana-, pero Betancourt les cortó las garras y se convierte en la contrafigura de Castro. Democracia venezolana o comunismo cubano, alternativa frente a las dictaduras tradicionales. He ahí la cuestión. Luego la guerrilla fracasó ante las democracias.
Muy joven Betancourt se desmarca de los clubes políticos opositores, cenáculos de discusión sin relaciones orgánicas con la gente, al estilo de la Francia revolucionaria. Llamó ese modelo “asexuado”. También con la práctica europea deligas comunistas, amplias y desordenadas de Europa en el siglo XIX. Intercepta las ideas leninianas del partido piramidal y el centralismo democrático, aunque rechaza apasionadamente el obrerismo (“tontas tonterías”). Se monta en suPackard a recorrer Venezuela y construye un bloque social abierto de trabajadores, empresarios, estudiantes, obreros: el “policlasismo”.
Su gobierno -luego el de Leoni- forja una gran unidad nacional para aplicar la “teoría del desarrollo” de grandes pensadores del momento (Lipset, Rostow, Prebisch, Almond, Germani, Jaguaribe), adoptada por los organismos internacionales y la élite nativa: expansión industrial, democratización de la educación, reforma agraria y masivas inversiones en infraestructura. Venezuela se convirtió en el país más moderno de América Latina, pero el Viernes Negro de 1983 sonaron las alarmas. Lo que sirvió, ya no servía. Había que dar un gran viraje, que intentó Pérez en 1989 pero el país no lo entendió y vino el naufragio.
Un hombre ha asistido de incógnito, sin que lo reconozcan, a los centenares de batallas de los últimos trece años en defensa de la libertad, “única manera de vivir decentemente”. Muchos no han oído hablar de él, pero cuando marchamos, escribimos o protestamos contra el militarismo y el caudillismo, Betancourt anda por ahí. 

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