CRISTINA, PETRÓLEO Y PSICOANÁLISIS
Moisés Naim
Argentina es el país con más psicólogos per cápita. Este dato me vino a la mente cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que nacionalizaría Repsol YPF, la principal empresa petrolera del país. En todas partes, los psicólogos tratan de ayudar a sus pacientes a cambiar hábitos que dañan la salud (drogarse, fumar) o patrones de conducta que les hacen sufrir (elegir malas parejas, tolerar abusos, etcétera). Sigmund Freud llamó “compulsión a la repetición” a la tendencia a seguir haciendo lo que no conviene
La nacionalización de Repsol-YPF produjo una andanada de críticas en todo el mundo. Excepto en Argentina. Según las encuestas, una inmensa mayoría de argentinos apoya la medida. Esto sorprende, ya que Argentina tiene una larga, conocida y triste historia de nacionalizaciones que solo trajeron pérdidas, corrupción y miseria. De hecho, originalmente YPF era una empresa del Estado muy mal gestionada que, como muchas otras, fue privatizada. Cabe decir que la historia argentina con las privatizaciones tampoco ha sido una cosecha de éxitos. La corrupción en el proceso de vender los activos públicos al sector privado o las insólitas reglas a las que fueron sometidas las empresas una vez privatizadas hicieron que muchas de estas ventas fuesen un desastre. Pero los argentinos saben —o deberían saber— lo que sucede cuando su Gobierno mete las manos en una empresa. En la década pasada, la compañía de agua de Buenos Aires, Aerolíneas Argentinas y varias empresas de electricidad que habían sido privatizadas en los años noventa fueron renacionalizadas con argumentos muy parecidos a los que ahora ha utilizado la presidenta argentina para justificar la toma estatal de Repsol. El resultado de estas renacionalizaciones ha sido catastrófico. No solo sus servicios y desempeño general han empeorado, sino que incurren en pérdidas gigantescas que pagan los argentinos con sus impuestos. Según ha explicado Jorge Colina, economista del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, al periodista Charles Newbery, el subsidio estatal a estas tres empresas el año pasado fue un 80% mayor que el gasto gubernamental en el programa de bienestar infantil.
Pero los argentinos que aplauden la nacionalización de Repsol YPF no solo pueden aprender recordando su propia experiencia, sino también de lo que ha pasado en otros países. Los casos de la mexicana Pemex y la venezolana PDVSA son muy aleccionadores. Estas dos grandes compañías petroleras tienen más en común que el hecho de ser estatales o ejercer un virtual monopolio sobre la exploración y producción de petróleo y gas en países ricos en hidrocarburos. Su similitud más sorprendente es que, a pesar de que los precios del petróleo han estado en pleno auge, las dos empresas han declinado. Su producción, reservas y el potencial son inferiores a lo que solían ser, y su rendimiento es mucho peor de lo que fácilmente podría ser.
Insuficiente inversión, mala gestión, poco acceso a las nuevas tecnologías, el maltrato —o total rechazo— a los socios extranjeros son algunos de los males que comparten. Estas debilidades son, por supuesto, manifestaciones de la politización que las ha infectado. Y la intromisión política va más allá del amiguismo y el clientelismo que socavan su capacidad para operar de manera eficiente. Sus gobiernos aplican impuestos, regulaciones y controles de precios que impiden su buen desempeño y, en algunos casos, las obligan a involucrarse en actividades que nada tienen que ver con su misión principal.
La experiencia de otros países no solo aporta lecciones de fracaso; también hay grandes éxitos. El Gobierno argentino hubiese podido evaluar lo que está sucediendo en Brasil o en Colombia. Hasta hace poco, estos países eran importadores de hidrocarburos. Hoy la brasileña Petrobras es un actor global que va en camino de convertirse en una de las petroleras más importantes del mundo, mientras que en Colombia la producción de petróleo se ha disparado. En ambos casos, el gobierno se reserva un papel central, pero ha creado estructuras que protegen la gestión de la empresa de interferencias políticas.
Resulta obvio que la experiencia propia o ajena no ha pesado mucho en la decisión de la presidenta Fernández de Kirchner. La nacionalización de Repsol YPF no parece formar parte de una estrategia de desarrollo, de un plan energético o de una visión más amplia para el futuro de su país.
Quizás Sigmund Freud sea más útil que Karl Marx para entender las decisiones del Gobierno argentino. Pero apelar a Freud supone darle un gran peso a conductas impulsadas por el inconsciente. En este caso, está claro que Cristina Fernández de Kirchner es muy consciente de sus motivos. Y dudo que estos tengan que ver con Marx o con la promoción de los intereses del pueblo argentino.
Estoy en Twitter @moisesnaim
CRISTINA, PETRÓLEO Y PSICOANÁLISIS
Moisés Naim
Argentina es el país con más psicólogos per cápita. Este dato me vino a la mente cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que nacionalizaría Repsol YPF, la principal empresa petrolera del país. En todas partes, los psicólogos tratan de ayudar a sus pacientes a cambiar hábitos que dañan la salud (drogarse, fumar) o patrones de conducta que les hacen sufrir (elegir malas parejas, tolerar abusos, etcétera). Sigmund Freud llamó “compulsión a la repetición” a la tendencia a seguir haciendo lo que no conviene
La nacionalización de Repsol-YPF produjo una andanada de críticas en todo el mundo. Excepto en Argentina. Según las encuestas, una inmensa mayoría de argentinos apoya la medida. Esto sorprende, ya que Argentina tiene una larga, conocida y triste historia de nacionalizaciones que solo trajeron pérdidas, corrupción y miseria. De hecho, originalmente YPF era una empresa del Estado muy mal gestionada que, como muchas otras, fue privatizada. Cabe decir que la historia argentina con las privatizaciones tampoco ha sido una cosecha de éxitos. La corrupción en el proceso de vender los activos públicos al sector privado o las insólitas reglas a las que fueron sometidas las empresas una vez privatizadas hicieron que muchas de estas ventas fuesen un desastre. Pero los argentinos saben —o deberían saber— lo que sucede cuando su Gobierno mete las manos en una empresa. En la década pasada, la compañía de agua de Buenos Aires, Aerolíneas Argentinas y varias empresas de electricidad que habían sido privatizadas en los años noventa fueron renacionalizadas con argumentos muy parecidos a los que ahora ha utilizado la presidenta argentina para justificar la toma estatal de Repsol. El resultado de estas renacionalizaciones ha sido catastrófico. No solo sus servicios y desempeño general han empeorado, sino que incurren en pérdidas gigantescas que pagan los argentinos con sus impuestos. Según ha explicado Jorge Colina, economista del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, al periodista Charles Newbery, el subsidio estatal a estas tres empresas el año pasado fue un 80% mayor que el gasto gubernamental en el programa de bienestar infantil.
Pero los argentinos que aplauden la nacionalización de Repsol YPF no solo pueden aprender recordando su propia experiencia, sino también de lo que ha pasado en otros países. Los casos de la mexicana Pemex y la venezolana PDVSA son muy aleccionadores. Estas dos grandes compañías petroleras tienen más en común que el hecho de ser estatales o ejercer un virtual monopolio sobre la exploración y producción de petróleo y gas en países ricos en hidrocarburos. Su similitud más sorprendente es que, a pesar de que los precios del petróleo han estado en pleno auge, las dos empresas han declinado. Su producción, reservas y el potencial son inferiores a lo que solían ser, y su rendimiento es mucho peor de lo que fácilmente podría ser.
Insuficiente inversión, mala gestión, poco acceso a las nuevas tecnologías, el maltrato —o total rechazo— a los socios extranjeros son algunos de los males que comparten. Estas debilidades son, por supuesto, manifestaciones de la politización que las ha infectado. Y la intromisión política va más allá del amiguismo y el clientelismo que socavan su capacidad para operar de manera eficiente. Sus gobiernos aplican impuestos, regulaciones y controles de precios que impiden su buen desempeño y, en algunos casos, las obligan a involucrarse en actividades que nada tienen que ver con su misión principal.
La experiencia de otros países no solo aporta lecciones de fracaso; también hay grandes éxitos. El Gobierno argentino hubiese podido evaluar lo que está sucediendo en Brasil o en Colombia. Hasta hace poco, estos países eran importadores de hidrocarburos. Hoy la brasileña Petrobras es un actor global que va en camino de convertirse en una de las petroleras más importantes del mundo, mientras que en Colombia la producción de petróleo se ha disparado. En ambos casos, el gobierno se reserva un papel central, pero ha creado estructuras que protegen la gestión de la empresa de interferencias políticas.
Resulta obvio que la experiencia propia o ajena no ha pesado mucho en la decisión de la presidenta Fernández de Kirchner. La nacionalización de Repsol YPF no parece formar parte de una estrategia de desarrollo, de un plan energético o de una visión más amplia para el futuro de su país.
Quizás Sigmund Freud sea más útil que Karl Marx para entender las decisiones del Gobierno argentino. Pero apelar a Freud supone darle un gran peso a conductas impulsadas por el inconsciente. En este caso, está claro que Cristina Fernández de Kirchner es muy consciente de sus motivos. Y dudo que estos tengan que ver con Marx o con la promoción de los intereses del pueblo argentino.
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