sábado, 14 de abril de 2012

OZZIE GUILLÉN Y LA TIRANOFILIA VENEZOLANA

Iben Martínez


Hace pocos días, Oswaldo Guillén, timonel profesional de equipos de béisbol 
en Grandes Ligas,  declaró su amor y admiración por Fidel Castro.
“¿Quieres saber porqué?”-  ofreció, explicativo -, “porque  durante todos 
estos años mucha gente ha intentado matarlo pero  el [&%$)@#%&] 
todavía está ahí”.
Como la entrevista fue concedida en el áspero inglés de gente 
ruda que se habla al sur de Chicago, donde está el parque de los 
Medias Blancas, antiguo equipo de Ozzie, debemos suponer que 
el pudibundo corchete relleno de arañitas que inserta la prensa gringa 
en la transcripción quiere decir algo así como “moderfocker”, equivalente 
a nuestro enfático “coñoe’sumadre”.
Que se sepa, el manejador venezolano que, al  momento de formular
sus declaraciones y hasta nuevo aviso, es el manejador de los “Marlins 
de Miami”, no aportó otras razones para su admiración. Solo esa: el 
Comandante Moderfocker sigue allí, a pesar de más de seiscientos intentos 
de magnicidio, reales o imaginados por el G2 cubano. Solo eso, el 
superlativo récord de sobrevivencia y su correlato, el de ininterumpida
permanencia  en el poder, es lo que lleva a Ozzie a afirmar “amo a Fidel”.
La fanaticada de los Marlins, en su gran mayoría cubanos en el exilio 
y cubanos de origen estadounidense, ha puesto el grito  en el cielo y 
ahora alienta un boicot al equipo floridano que no cesará hasta que 
despidan al réprobo. La gerencia general del equipo se ha “desmarcado”, 
como suele decirse, con una declaración de prensa que inequívocamente 
censura las opiniones del antiguo shortstop de los Media Blancas y de los 
Orioles de Baltimore. Se ha afirmado insistentemente que Ozzie, el 
hablador Ozzie, el desenfadado Ozzie que siempre contaba con la absolución 
luego de cada uno de sus provocadores despropósitos, se ha quedado al fin sin 
trabajo en la Gran Carpa.
De súbito, el cielo de la Florida se ha vuelto de concreto armado antes de 
caerle encima a Ozzie mientras todo el mundo, urbi et interneti, como diría 
mi entrañable amigo Ricardo Bada, piensa que el venezolano merece al menos 
ser sumergido a la fuerza en un barril de brea y emplumado hasta la gorra antes 
de desterrarlo para siempre de Miami.  Mientras escribo esta bagatela, sin embargo, 
llega la noticia de que la alta gerencia de los Marlins ha suspendido al lenguaraz 
por solamente cinco partidos. Y, casi inmediatamente, comienza una rueda de 
prensa televisada en la que Ozzie toma para sí el ejemplo de un Heberto 
Padilla forzado a “autocriticarse” ante la Unión de Escritores y Artistas  de Cuba. 
A despecho de su rueda de prensa, me late que el hoy “arrepentido” Ozzie 
sigue creyendo que Fidel es digno de admiración porque ha estado allí contra v
iento y marea y “no se ha dejado tumbar”, pero, ¡cuidado!, eso mismo 
creen millones de latinoamericanos. Digo “creen” y no “piensan” porque, tal  
como dejó dicho el gran Juan de Mairena,bajo lo que se piensa está lo que se cree
La tiranofilia es la disposición a condonar de antemano todas las arbitrariedades 
de un déspota en la creencia de que la sujeción a poderes independientes del Poder 
Ejecutivo no es más que un estorbo para el iluminado que nos tiraniza y a 
“hay que dejar trabajar”. La permanencia en el poder absoluto es acaso el 
supremo valor en nuestras sociedaes, acostumbradas a abdicar de sus 
responsabilidades otorgándole a un iluminado imprescindible la potestad de 
tiranizar. Ella ha avivado en todo tiempo el argumento en pro de la reeeleción.
En Venezuela,  pese a ser una democracia desde 1958 , ha sido frecuente gobernar 
con poderes especiales, los hechos, por completo dictatoriales, durante casi la 
totalidad de los períodos presidenciales. Gobernó así Rómulo Betancourt, so pretexto 
de derrotar la insurgencia guerrillera. Igual hizo Carlos Andrés Pérez, en su primer 
período, para afrontar mejor las turbulencias del boom petrolero del 73. Y lo ha 
hecho Chávez durante catorce años, sin “burguesas” rémoras  leguleyas que 
entorpezcan  sus salvadores designios. Y ni hablemos de  la primera  mitad del 
siglo pasado, y mucho menos del siglo de Bolivar, aquel incomprendido, beneficiario 
perpetuo de poderes  dictatoriales invariablemente extorsionados al Legislativo cada 
vez que se le trancaba el serrucho. 
De modo que, concedido: Guillén es insincero en su retractación  porque, siendo 
latinoamericano, en el fondo de su corazón –en el corazón de su corazón, según 
dice la locución gringa– admira a Fidel Castro, sí, pero ni más ni mas menos que lo 
admiraban las empingorotadas señoronas de la high society caraqueña cuando, 
en 1989, se desmoñaban por estrechar la mano de Fidel, invitado estrella a la coronación 
de Carlos Andrés Pérez.  Y por las mismas razones: “No se le puede quitar que  es un 
hombre de una gran personalidad. ¡Cuántos  presidentes no ha visto pasar por la Casa 
Blanca y él sigue estando allí, convencido de su vaina”.
Por todo lo que sabemos, la mitad de nuestros compatriotas apoya los usos de Chávez, 
mientras que un gran contingente del bando opositor considera, ¡todavia hoy!, que los 
políticos,  al fin los oficiantes del juego democrático,  deberían hervir todos en las 
pailas del infierno.
 Y añoran un Chávez de signo contrario.

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