Tomás Straka y el eterno anhelo de la república perdida
Albinson Linares
19-4-2012
Pocas herencias pueden aportar tanto a la vocación intelectual como el crisol familiar del que viene Tomás Straka. El armonioso maridaje entre el rigor disciplinado germano y la calidez del carácter criollo – esa sabiduría mestiza que enriquece cada una de sus investigaciones- le han ganado un espacio propio en la áspera escena de la historiografía venezolana.
No en vano son volúmenes como La voz de los vencidos, ideas del partido realista de Caracas (1810-1821), La alas de Ícaro, indagación sobre ética y ciudadanía en Venezuela (1800-1830) y La épica del desencanto, entre muchos otros en los que este venezolano escudriña con paciencia los entresijos del caótico pasado común.
En palabras de Straka sólo en dos oportunidades los venezolanos hemos reaccionado colectivamente como un sólido ente monolítico: contra Francia el 19 de abril de 1810 y en clara oposición al proyecto grancolombiano a partir de 1826. En ambas ocasiones las acciones emprendidas fueron la respuesta patriótica a fenómenos supranacionales que amenazaban el proceso de independencia tan caro para el incipiente carácter venezolano.
Aunque, según apunta Straka, en los años subsiguientes a los sucesos del cabildo caraqueño muchos de los protagonistas y testigos no vacilaron en afirmar que ese día “comenzó la revolución” no existen indicios para afirmar que los caraqueños no estuviesen realmente indignados por la invasión napoleónica como se evidenció en el repudio a los emisarios de José Bonaparte y la defensa, cuatro años antes, de la incursión del traidor Miranda. Todo esto sin olvidar la conjura previa de 1808.Desde entonces dos grandes corrientes han vertido ríos de tinta sobre aquellos sucesos. Están los que piensan que fue el último acto de fidelidad a la inveterada debilidad del monarca Fernando VII y aquellos que ven en la repulsa de los caraqueños al gobierno de Vicente Emparan una astuta maniobra para comenzar el proceso de independencia.
Existen otros factores que, sin duda, influyeron en estos sucesos. Francia no sólo significaba para los blancos criollos el luminoso movimiento, encabezado por Diderot y D’Alembert, que pretendía divulgar todo el conocimiento de su época para “el desarrollo social y económico de los seres humanos”. Francia significaba revolución, disolución social, cambios profundos en el orden establecido, amenazas al catolicismo y agitación de las esclavitudes.
“Ante peligros de semejante proporción, lo responsable era organizar una junta –institución hispánica para enfrentar calamidades– y asumir el desafío de mantener las cosas por su carril. Eso, seguramente, es lo que concluyeron la mayor parte de los que le respondieron que “no” a la pregunta que hizo Emparan desde el balcón”, escribió Straka recientemente.
Hoy se conmemoran los 200 años de los sucesos acaecidos el jueves santo de 1810. Ese 19 de abril ha sido exaltado como fecha preponderante en el posterior desarrollo de la gesta independentista y el proceso republicano. Conviene preguntarse en este bicentenario qué celebramos exactamente y ahondar en cuál es el legado de ese antiguo movimiento mantuano en el país contemporáneo.
Entre republicanos te veas
-¿Sigue siendo el republicanismo venezolano una utopía?, ¿Un proyecto que pocas veces toca la realidad social y política?
-Nuestro republicanismo aún tiene mucho de anhelo y de proyecto en construcción; de modo que el saldo es ambivalente. Por un lado, las veces en las que la anti-república -expresada en la arbitrariedad por encima de la regularidad y la legalidad; en el personalismo por encima de la institucionalidad; en el autoritarismo por encima de las decisiones consensuadas; en la actitud de vasallaje, de obediencia a un “jefe”, por encima de las conductas ciudadanas- ha imperado en Venezuela, todo indica que el saldo de nuestro republicanismo está en rojo.
Pero por otro lado -y eso ya lo subrayaban Gil Fortoul hace cien años y Mijares hace setenta- a pesar de todo esto el hecho de que los valores no hayan sido abandonados, que sigamos insistiendo en ciertos ideales, que siempre haya habido un núcleo cívico y ciudadano, y que incluso ese núcleo sobreviva en la coyuntura actual, demuestra que los valores republicanos han permeado mucho más de lo que el pesimismo -¡Y hay tantas razones para tenerlo!- nos pueda indicar.
-A 200 años de ese jueves santo ¿Puede definirse concretamente cuál es el legado histórico del 19 de abril?
-Fue el inicio de un camino que nos condujo -o que esperamos que finalmente nos conduzca- hacia una sociedad democrática, libre, ciudadana e inclusiva. Eso no fue, obviamente, lo que los cabildantes de Caracas tenían exactamente en sus cabezas cuando destituyeron a un gobernador al que sospechaban pro-francés en la coyuntura del momento (recuérdese que inicialmente fue una reacción contra la invasión napoleónica); pero eso fue lo que desataron, de una manera o de otra, dejando un legado que aún tiene mucho por decir.
-¿La ciudadanía ha sido consecuente con los ideales planteados por los padres fundadores?
-Depende, porque no se trató de un grupo homogéneo… ¿De qué legado?, ¿Del doxo liberalismo de un Sanz o un Roscio?, ¿Del republicanismo crecientemente conservador de un Bolívar, a partir de 1819?, ¿Del sueño de una republica católica de Ramón Ignacio Méndez?, ¿Del utopismo de un Simón Rodríguez?, ¿Del sosegado republicanismo de un Bello o un Sucre? Además, ¿a título de qué compromiso deberíamos ser consecuentes con las ideas y las angustias de unos señores que se murieron hace ciento y tantos años? En rigor, estos ideales adquieren cuerpo hacia 1830, cuando se rehace la república tras la secesión de Colombia.
Entonces, los auténticos “padres fundadores” de algo con continuidad hasta hoy marcan un proyecto que, con sus variantes, seguimos. Con ellos sí somos más o menos consecuentes…¿Cuál era ese proyecto? El de una república liberal y capitalista. Ya el tiempo dirá si seguiremos en esa consecuencia, o no.
La improvisación como legado
-¿Estaba servido el terreno en 1810 para el surgimiento de fenómenos posteriores como el personalismo y el caudillismo?
-No. El personalismo y el caudillismo son producto del desmoronamiento institucional y de la quiebra de la élite urbana que vinieron con la guerra. Su partida de nacimiento está en Domingo Monteverde cuando, a la cabeza de una gran reacción antirrepublicana, toma Caracas a mediados de 1812. Olvidándose de la legalidad, del armisticio, y de sus autoridades españoles, asume directamente el poder y hace lo que le viene en gana. Después, dando una pésima lección, Cádiz lo ratifica. Con él nace un proceder que, lamentablemente, se impuso para la posteridad.
-¿Fue la guerra el único factor determinante en el surgimiento de los hombres de armas como los grandes líderes de ese período histórico?
-No fue el único. Nunca hay un único factor. Pero fue determinante. Lo acompañó, por supuesto, el quiebre de la élite civil después de las cárceles, ejecuciones políticas o francas matanzas y los exilios a partir de 1812. Quedaron en el país, básicamente, los hombres de armas y ellos terminaron siendo “la patria”. Y por dos siglos han seguido creyéndoselo (con el aplauso de muchos civiles).
-¿Cómo afectó al proceso de independencia el vacío de poder vivido luego del 19 de abril y el 05 de julio esa ausencia del poder divino de la corona?
-Fue un reto ideológico y jurídico fundamental. ¿Quién estaba en condiciones de ocupar el lugar del Rey por la Gracia de Dios?, ¿Cómo hacer que la república simbólicamente lo lograra? El esfuerzo de los sacerdotes patriotas por presentar a Bolívar como nuestro “Simón Macabeo”, incluso de tejer un patronato en torno suyo, estuvo en esa dirección. Lo mismo puede decirse de las reflexiones de Roscio. Sin embargo, tal vez, nunca pudo ocuparse del todo. Ahora bien, el punto es que, supuestamente, las repúblicas no deberían necesitar algo así.
-La desconexión entre las instituciones legadas por la Corona y el surgimiento, sobre la marcha, de un Ejército Libertador son factores que explican cierta debilidad institucional que se percibe en la historia venezolana ¿Esa improvisación frenética, hija de la coyuntura guerrera, es una herencia negra de ese proceso inicial?
-Por supuesto. La desinstitucionalización del Antiguo Régimen, no pudo ser sustituida por otra institucionalidad por mucho tiempo. La ciudadanía, digamos, “moral”, no estaba extendida. La mayoría no sabía bien de qué se trataba el asunto, ni hizo suyas las leyes. Las reflexiones y angustias de un Bolívar se sintetizan en ese reto. De algún modo -y tal es el problema- sigue siendo el nuestro, cuando lo que llama Carrera Damas la “conciencia monárquica” continúa siendo un problema en el éxito de nuestra democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario