miércoles, 6 de marzo de 2019

El día que grité en el Metro: “GUAIDÓ REGRESÓ”


Ivan Zambrano

@Jguaido: “¡Ya en nuestra tierra amada! ¡Venezuela, 
acabamos de pasar migración y nos movilizaremos 
adónde está nuestro pueblo!”

La noticia me agarró en el Metro un lunes de Carnaval. Quedé en un shock raro, en un limbo entre la alegría y el miedo. Bajé la cabeza mientras contenía las lágrimas y la sonrisa de idiota. Juan Guaidó, el hombre que le puso cara a la esperanza en Venezuela, había regresado por la puerta grande a su país, luego de una gira internacional por países que le dieron respaldo y tratamiento de jefe de Estado, recibido por las masas como el propio Backstreet Boy, con tal seguridad en sí mismo, que iba sin chaleco antibalas. Nuestro presidente, el de los bueno, llegó con equipaje extra de fuerza y valentía al Aeropuerto Internacional de Maiquetía, boca de lobo chavista.
Guaidó fue el primero de los regresos, de los tantos que vienen. Le dio otro golpe mortal al ya moribundo chavismo. Quería gritarlo a la gente que tenía cerca. En el vagón todos andaban como si nada. El niño disfrazado de Spiderman encaramándose en los tubos, el vende chupetas con sus ofertas en Bom bom bum (otro gran sobreviviente al chavismo) y las madres cabizbajas que contaban cómo iba a rendir lo que cargaban en la bolsa de mercado.
Me contuve. Podía ser peligroso ponerme a gritar en la estación Petare, parroquia y ex novia del chavismo (pero uno nunca sabe). Hice como si me estuvieran dando la noticia por teléfono, para tantear la zona.
-¿Aló? ¿Sí? ¿Qué qué?¿Que Guaidó entró sin problemas por Maiquetía?- fingí con mi mejor cara de Sheryl Rubio. Todos voltearon hacia donde yo estaba, sus rostros eran de incertidumbre total, no estaban enterados de nada. En lo que “colgué” la llamada señuelo, un señor se me acercó a preguntarme en voz bajita:
-¿Pero no le hicieron nada a Guaidó?
-No le hicieron nada, señor. Entró sin rollo.
Vi la sonrisa de una chama que se hizo la que no estaba oyendo. Se desató un pequeño efecto dominó de “¿le creemos a este loco?”.
No me aguanté. Lo grité en el vagón:
“GUAIDÓ REGRESÓ. Señores, Juan Guaidó está en Maiquetía. Pasó por migración sin problemas”.

Por alguna razón, me creyeron. La gente explotó de emoción en el vagón. El niño Spiderman hizo una pirueta que terminó en un abrazo para su papá, un aplauso de alivio explotó bajo tierra, llanto con risa, toda esta energía cabía en un tren que estaba a punto de hacer parada en Chacaito.
La adrenalina me llegó al cuello, pegué el segundo grito, sin temor a Diosdado:
“En un rato el presidente encargado de Venezuela hablará en la Plaza Alfredo Sadel. Los que quieran bájense en esta estación y vamos caminando”.
Los que iban camino a casa, no dudaron en cambiar la ruta. Un par de obreros, una pareja de tortolitos y como 8 curiosos sonrientes más, me siguieron mientras me caían a preguntas. Yo repetía: “Guaidó está bien. No lo van a meter preso. Hablará en La Sadel”. Se fueron sumando más y más voluntades. Los acompañé hasta la salida del Metro. Seguí por mi cuenta porque me estaba asustando que me gustara el activismo político, y créanme que no quiero ser un dirigente juvenil de Voluntad Popular, son demasiado picados e intensos (las o los que han estado empatados con líderes estudiantiles saben de lo que les hablo, ¿no?)
Ya con el cuerpo caliente, volví a soltar el notición, solo que esta vez pisé una culebra roja.
-Señores, Juan Guaidó llegó sin rollo a Maiqu…
-A ese Guaidó nos lo vamos a pegar- Me lanzó desde una esquina una anciana gordinflona, con todos los dientes en deuda, haciéndome un gesto grotesco hacia su intransitada vagina.
-¿Tú y cuántos más?- le dije (me la jugué, chama)
-Los chavistas nos vamos a coger a ese sifrinito. Ese Guaidó es marico.
-¿Cuál es el peo? Yo también soy marico.
**Silencio de “esto no me lo esperaba”**
-Ay valeee. Bueno, cógetelo
-Con gusto. Y cuando sea primera dama te voy a mandar a comprar una plancha pa que mastiques bien toda la mierda que estás comiendo.
Disculpen el francés avanzado...
Obvio se me acabó el estuche de valentía y salí corriendo antes de que la vieja me mandara a joder con alguno de los malandros de por ahí. Aunque, en honor a la verdad, de un tiempo para acá me siento más seguro en la calle. No es que haya menos malandros después del 23 de enero, es que se han civilizado. Ahora por lo menos te dicen: “Por favor, dame el celular, mamagüevo”. Nuestros enemigos ceden, y sin nosotros usar fuerza bruta. Este ha sido un juego de estrategia y Twitter. 
Revisé el celular mientras caminaba de Chacaito a la tarima y empezaron a llegar los videos:
-Juan Guaidó regresó en un vuelo comercial de COPA. Saludó a los pasajeros desde el puesto del piloto.
-Agente de migración recibió a Guaidó con un: “Bienvenido, presidente”.
-Embajadores de todo el mundo esperaron en el aeropuerto la llegada de Guaidó. Hasta los trabajadores del aeropuerto se emocionaron al verlo llegar.
-Bajo el sol del mediodía, Juan Guaidó fue recibido como un rock star por el pueblo de La Guaira. Sin chaleco ni casco, se subió al techo de la camioneta para saludar a los varguenses.
La libertad palpita. Cargaba los ojos empapados y la sonrisa fija. Llegué a la plaza justo a tiempo. Finalmente el presidente apareció en la tarima. La gente se volvió loca. El rugido era predecible, pero esto sonaba más duro, eran gritos de liberación, de agradecimiento, la gente se entregaba a la emoción por el cambio. Un montón de voces unidas, así suena el alivio colectivo, este día nos devolvió el aliento y el fresquito en el alma.
“No habrá descanso hasta que logremos el abrazo en familia”. En eso resumo el discurso de Guaidó. De eso se trata el cambio, de fortalecernos desde la democracia más inmediata que tenemos: la familia. Hay que mantenerla unida. No se valen más despedidas, no se valen más idas sin vuelta, no se vale gastar los megas en abrazos por Skype. El papel de la diáspora ha sido determinante para denunciar los abusos del chavismo alrededor del mundo, son los embajadores de un país que lo intenta. Pronto regresarán los que quieran unirse a la reconstrucción en primera fila, los esperamos con las birras y los tequeños en la tasca de siempre, donde beberemos todo lo que nos hizo llorar el chavismo. 
La alegría se pausó por un instante. Escuchamos las hélices del enemigo al fondo. Peligro. Un helicóptero militar sobrevoló la plaza justo cuando empezamos a cantar el himno nacional. Fue como si recitamos un encantamiento para escudarnos de esa amenaza en el cielo. Seguimos con la mano derecha en el corazón y entonando el coro desde el estómago. Voló bajito, parece que desde esa altura notaron que éramos un pueblo desarmado y dispuesto a todo. Un pueblo que entendió que los errores del pasado los cometimos por andar apurados, que esta vez la estrategia está en desmontar al chavismo desde adentro, en quitarle el caparazón blindado de la Fuerza Armada y en hablarle a los empleados públicos, rehenes del ego de la bestia que los obliga a fingirle amor en una marcha.
Gloria al bravo pueblo
que el yugo lanzó...

¡Abajo cadenas!
gritaba el señor ..

y el pobre en su choza
Libertad pidió...

Gritemos con brío
¡Muera la opresión!

Compatriotas fieles,
la fuerza es la unión...

Seguid el ejemplo
que Caracas (y la Guaira) dio.
Llorar mientras escuchas el himno, algo inédito para mis ojos, tan inédito como todo lo que veía y no creía: un pueblo dispuesto a liberarse con las manos en alto, sin fusiles. La letra del himno, el saxofón. Se me hizo agua la cara. Sudor y lágrimas, sangre ha corrido suficiente. Esto es un sacrificio de otro tipo, uno que requiere de paciencia, de confianza, de trabajo en equipo, de entendernos en el idioma de la democracia real.
Sentí una mano sobre el hombro izquierdo.
-¿Te puedo dar un abrazo?- me dijo un ángel con el pelo plateado.
-Ay, señora. ¿Usted quiere que yo me deshidrate?
Lloramos juntos. No nos conocíamos, pero nos presentó la sonrisa y la ganas de llegar al país que tenemos en la cabeza. Tengo sangre para la tías y eso me encanta. Tienen la calidez de una madre, la irreverencia sostenida y me perdonan todo. En ese abrazo encontré la respuesta: no estoy solo, nunca lo he estado. Somos millones los que queremos el cambio.
El chavismo se abrió y se cerró en la Guaira. Desde la metáfora del deslave hasta la épica de un regreso, el de la democracia.
Vamos bien, porque vamos todos Venezuela.

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