lunes, 15 de julio de 2019

AUTOBIOGRAFÍA IMAGINARIA DE ANDRES ELOY BLANCO
Carlos Canache Mata

Paralelamente al modo tradicional, la historia también puede contarse con versiones imaginarias que los autores ponen en boca de sus  propios protagonistas. Decía Pedro Grases, a propósito del libro de Ramón J. Velásquez titulado “Confesiones Imaginarias de Juan Vicente Gómez”, que era “un nuevo modo de escribir historia”. Sirve para hurgar en la psiquis de los personajes y en los acontecimientos del tiempo en que ejercieron influencia y dominio.
   Eduardo Morales GIL, doctor en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, publicó, en el mes de noviembre del año pasado, su “Autobiografía Imaginaria de Andrés Eloy Blanco, el poeta del pueblo venezolano”, donde, como señala en la Introducción, aborda “temas insoslayables en el actual escenario nacional…analizados desde la perspectiva doctrinaria del excelso cumanés, en estilo autobiográfico, apegado a su prosa, su psicología y su pensamiento”. La nada fácil tarea la cumple y desarrolla en 17 Capítulos, que, en una como luminosa elipse, comienza con la exaltación que hace el poeta de su “Cumaná Inmarcesible”, la “ciudad del cielo y del agua”, la “ciudad marinera y mariscala”, y termina con “el Sofisma de la Torre de Marfil”, donde apunta que “no me limité a convertir en obra poética la angustia y el dolor de Juan Bimba, sino que asumí, además, en el campo de la acción política e institucional, mi responsabilidad de ciudadano”.  Verso y civismo fueron sus armas.   Por las páginas de la Autobiografía discurre la historia, acontecimientos que conocieron el país y el mundo, lo grande y lo pequeño, tragedias y triunfos, la luz y las sombras que caben en el alma del ser humano.
   Las guerras civiles de la historia venezolana del siglo XIX y de comienzos del siglo XX pasan por allí, dejando sus regueros de sangre, como relámpagos encandilados, como desgarraduras de la violencia buscando los privilegios y las gratificaciones del poder. Desfila la invasión  de los sesenta, iniciada por Cipriano Catro el 23 de mayo de 1899 desde Cúcuta, que culmina con su entrada victoriosa a Caracas la tarde del 22 de octubre, para luego abrirse las puertas “al más libertino cesarismo”. Se registra el golpe del 19 de diciembre de 1908 de Juan Vicente Gómez contra su antiguo jefe y compadre que, por razones de salud, había viajado a Alemania; sus veintisiete años, entre 1908 y 1935, de amo absoluto del poder, aunque en los cinco primeros años respetó las libertades y los derechos ciudadanos; sus siete reformas constitucionales, para satisfacer sus antojos y sus conveniencias políticas; el desplazamiento del cacao y el café por la explotación del petróleo, que en 1926 pasó a ser nuestro principal producto de exportación, en medio de la calificada por Rómulo Betancourt como la “danza de las concesiones”; la organización de la administración y de las finanzas públicas por el eficiente Ministro de Hacienda Román Cárdenas; la formación del Ejército profesional al entrar en 1910 en funcionamiento la Academia Militar que había sido decretada por Cipriano Castro; la irrupción de la  “generación del 28” con las protestas de la Semana del Estudiante; y, como telón de fondo, la represión y la persecución política con las cárceles llenas de presos, que eran torturados  y condenados a trabajos forzados en la construcción de carreteras.
   Destaco, de manera especial, el viacrucis de Andrés Eloy durante la dictadura gomecista. Cuenta en la Autobiografía que fue apresado el 24 de octubre de 1928, que vivió “casi cuatro años de calabozos, torturas, grillos, aislamiento e incomunicación en La Rotunda, el Castillo Libertador (¡qué ironía de nombre!) y la Cárcel de Puerto Cabello”, que fue confinado en 1932 a Timotes y Valera, que en 1933 le dan a Caracas por cárcel, con prohibición de ejercer la profesión de abogado y de escribir en la prensa y hablar por radio, lo que le hizo decir “soy un hombre suelto, pero no libre”. A propósito de ese calvario al que lo sometió Gómez, permítanme  recordar una anécdota que él relata en la Autobiografía. En una visita al Táchira, una agraciada joven se le acerca y le presenta su álbum para que se lo autografiara. Al preguntarle su nombre, le responde: Rosa Virginia Gómez. Entonces, el poeta-ciudadano le escribió este verso: “Si te dejaron, Táchira, desierto/como a mí, medio vivo y medio muerto/alguna cosa se salvó en tu ruina/la Rosa de los Gómez se te quedó en tu huerto/y a mí tan sólo me tocó la espina”.
   Muerto Gómez, se entra “en una especie de claroscuro político” con los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita. El 18 de octubre de 1945 triunfó el movimiento cívico-militar que, dice Andrés Eloy, “no se trocó en la reedición de un vulgar cuartelazo como los producidos tradicionalmente en América Latina”, sino que “sus conquistas marcan un hito y señalan el comienzo de una nueva época en el desarrollo del país”. Mencionaré sólo dos de las conquistas historiadas en la Autobiografía. Allí se dice: “El 15 de marzo de 1946 fue promulgado el revolucionario Estatuto, donde se concedió por vez primera en nuestra historia el sufragio universal, directo y secreto a los venezolanos mayores de 18 años, sin distingo de sexo e instrucción, se declaró elegibles a los mayores de 21 años y se consagró la representación proporcional de las minorías”. Otro gran logro fue la fórmula del “fifty-fifty”, mediante una reforma de la Ley del Impuesto sobre la Renta, estableciéndose que “si sumados todos los impuestos pagados por las empresas petroleras, la tributación de éstas no alcanzaba al 50% de sus ganancias, quedaban obligadas a satisfacer al fisco la respectiva diferencia”. 
   El pueblo venezolano estrenó el recién consagrado sufragio universal el 27 de octubre de 1946  con la elección de los diputados a la Asamblea Constituyente, que escogió a Andrés Eloy como su presidente. Se aprobó la nueva Constitución, bajo cuya normativa se elige, el 14 de diciembre de 1947, Presidente de la República a Rómulo Gallegos, quien designa a Andrés Eloy como su canciller. Se produce el golpe de Estado del 24 de noviembre de 1048, y llegó la hora del exilio. Todo es registrado y analizado en la Autobiografía.                                                                             
   Andrés Eloy Blanco falleció en la madrugada del 21 de mayo de 1955, en la ciudad de Méjico, a causa de un accidente automovilístico sucedido la noche anterior. La patria lo honra teniendo sus restos en el Panteón Nacional.
   Desde allí sigue  cantando y dando lecciones para la acción pública.



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