AUTOBIOGRAFÍA
IMAGINARIA DE ANDRES ELOY BLANCO
Carlos Canache Mata
Paralelamente al modo tradicional, la
historia también puede contarse con versiones imaginarias que los autores ponen
en boca de sus propios protagonistas. Decía
Pedro Grases, a propósito del libro de Ramón J. Velásquez titulado “Confesiones
Imaginarias de Juan Vicente Gómez”, que era “un nuevo modo de escribir
historia”. Sirve para hurgar en la psiquis de los personajes y en los
acontecimientos del tiempo en que ejercieron influencia y dominio.
Eduardo Morales GIL, doctor en Ciencia
Política de la Universidad Simón Bolívar, publicó, en el mes de noviembre del
año pasado, su “Autobiografía Imaginaria de Andrés Eloy Blanco, el poeta del
pueblo venezolano”, donde, como señala en la Introducción, aborda “temas
insoslayables en el actual escenario nacional…analizados desde la perspectiva
doctrinaria del excelso cumanés, en estilo autobiográfico, apegado a su prosa,
su psicología y su pensamiento”. La nada fácil tarea la cumple y desarrolla en
17 Capítulos, que, en una como luminosa elipse, comienza con la exaltación que
hace el poeta de su “Cumaná Inmarcesible”, la “ciudad del cielo y del agua”, la
“ciudad marinera y mariscala”, y termina con “el Sofisma de la Torre de
Marfil”, donde apunta que “no me limité a convertir en obra poética la angustia
y el dolor de Juan Bimba, sino que asumí, además, en el campo de la acción
política e institucional, mi responsabilidad de ciudadano”. Verso y civismo fueron sus armas. Por las páginas de la Autobiografía discurre
la historia, acontecimientos que conocieron el país y el mundo, lo grande y lo
pequeño, tragedias y triunfos, la luz y las sombras que caben en el alma del
ser humano.
Las guerras civiles de la historia
venezolana del siglo XIX y de comienzos del siglo XX pasan por allí, dejando
sus regueros de sangre, como relámpagos encandilados, como desgarraduras de la
violencia buscando los privilegios y las gratificaciones del poder. Desfila la
invasión de los sesenta, iniciada por
Cipriano Catro el 23 de mayo de 1899 desde Cúcuta, que culmina con su entrada
victoriosa a Caracas la tarde del 22 de octubre, para luego abrirse las puertas
“al más libertino cesarismo”. Se registra el golpe del 19 de diciembre de 1908
de Juan Vicente Gómez contra su antiguo jefe y compadre que, por razones de
salud, había viajado a Alemania; sus veintisiete años, entre 1908 y 1935, de
amo absoluto del poder, aunque en los cinco primeros años respetó las libertades
y los derechos ciudadanos; sus siete reformas constitucionales, para satisfacer
sus antojos y sus conveniencias políticas; el desplazamiento del cacao y el
café por la explotación del petróleo, que en 1926 pasó a ser nuestro principal
producto de exportación, en medio de la calificada por Rómulo Betancourt como
la “danza de las concesiones”; la organización de la administración y de las
finanzas públicas por el eficiente Ministro de Hacienda Román Cárdenas; la
formación del Ejército profesional al entrar en 1910 en funcionamiento la
Academia Militar que había sido decretada por Cipriano Castro; la irrupción de
la “generación del 28” con las protestas
de la Semana del Estudiante; y, como telón de fondo, la represión y la
persecución política con las cárceles llenas de presos, que eran
torturados y condenados a trabajos forzados
en la construcción de carreteras.
Destaco, de manera especial, el viacrucis de
Andrés Eloy durante la dictadura gomecista. Cuenta en la Autobiografía que fue
apresado el 24 de octubre de 1928, que vivió “casi cuatro años de calabozos,
torturas, grillos, aislamiento e incomunicación en La Rotunda, el Castillo
Libertador (¡qué ironía de nombre!) y la Cárcel de Puerto Cabello”, que fue
confinado en 1932 a Timotes y Valera, que en 1933 le dan a Caracas por cárcel,
con prohibición de ejercer la profesión de abogado y de escribir en la prensa y
hablar por radio, lo que le hizo decir “soy un hombre suelto, pero no libre”. A
propósito de ese calvario al que lo sometió Gómez, permítanme recordar una anécdota que él relata en la
Autobiografía. En una visita al Táchira, una agraciada joven se le acerca y le
presenta su álbum para que se lo autografiara. Al preguntarle su nombre, le
responde: Rosa Virginia Gómez. Entonces, el poeta-ciudadano le escribió este verso:
“Si te dejaron, Táchira, desierto/como a mí, medio vivo y medio muerto/alguna
cosa se salvó en tu ruina/la Rosa de los Gómez se te quedó en tu huerto/y a mí
tan sólo me tocó la espina”.
Muerto Gómez, se entra “en una especie de
claroscuro político” con los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita. El
18 de octubre de 1945 triunfó el movimiento cívico-militar que, dice Andrés
Eloy, “no se trocó en la reedición de un vulgar cuartelazo como los producidos
tradicionalmente en América Latina”, sino que “sus conquistas marcan un hito y
señalan el comienzo de una nueva época en el desarrollo del país”. Mencionaré
sólo dos de las conquistas historiadas en la Autobiografía. Allí se dice: “El
15 de marzo de 1946 fue promulgado el revolucionario Estatuto, donde se concedió
por vez primera en nuestra historia el sufragio universal, directo y secreto a
los venezolanos mayores de 18 años, sin distingo de sexo e instrucción, se
declaró elegibles a los mayores de 21 años y se consagró la representación
proporcional de las minorías”. Otro gran logro fue la fórmula del
“fifty-fifty”, mediante una reforma de la Ley del Impuesto sobre la Renta,
estableciéndose que “si sumados todos los impuestos pagados por las empresas
petroleras, la tributación de éstas no alcanzaba al 50% de sus ganancias,
quedaban obligadas a satisfacer al fisco la respectiva diferencia”.
El pueblo venezolano estrenó el recién
consagrado sufragio universal el 27 de octubre de 1946 con la elección de los diputados a la
Asamblea Constituyente, que escogió a Andrés Eloy como su presidente. Se aprobó
la nueva Constitución, bajo cuya normativa se elige, el 14 de diciembre de
1947, Presidente de la República a Rómulo Gallegos, quien designa a Andrés Eloy
como su canciller. Se produce el golpe de Estado del 24 de noviembre de 1048, y
llegó la hora del exilio. Todo es registrado y analizado en la Autobiografía.
Andrés Eloy Blanco falleció en la madrugada
del 21 de mayo de 1955, en la ciudad de Méjico, a causa de un accidente
automovilístico sucedido la noche anterior. La patria lo honra teniendo sus
restos en el Panteón Nacional.
Desde allí sigue cantando y dando lecciones para la acción
pública.
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