País
militarizado y martirizado
Trino Márquez
La
ratificación de Vladimir Padrino como ministro de la Defensa evidencia de nuevo
el grado de dominio alcanzado por ese general y, en términos más globales, por la
cúpula militar. Lo que va quedando en el gobierno de poder civil es un residuo.
Jamás se le habría ocurrido a un general exigirle a Rómulo Betancourt, a Raúl
Leoni, a Rafael Caldera, a Carlos Andrés Pérez, hasta podría incluirse a Hugo
Chávez, permanecer al frente de ese
ministerio porque ese oficial se consideraba el factor de equilibrio y cohesión
de la institución castrense. Ese despropósito solo ocurre en la Venezuela de
Nicolás Maduro, un presidente que de
civil le queda la fachada. En el pasado democrático, quien mantenía la unidad de
las Fuerzas Armadas era el Presidente de la República, Comandante en Jefe las
Fuerzas Armadas, electo de forma democrática por los ciudadanos. Su legitimidad
residía en el voto popular, no en el apoyo de los oficiales del Alto Mando.
Con
Maduro, Venezuela ha ido siendo cada vez más presa de las garras de los
militares. Al mismo ritmo que la crisis nacional se agudiza y se hace más
global, Maduro les entrega más atribuciones a los hombres uniformados de verde
oliva. La nación se militariza. Se convierte en un inmenso cuartel de caporales
que imponen su estrecha y distorsionada visión de la autoridad. Visión según la
cual la autoridad no surge del cumplimiento de las leyes aprobadas por la
Asamblea Nacional y el respeto a la condición humana, sino del desprecio a las
normas mínimas de la convivencia civilizada.
El régimen busca reducir los espacios de
la vida republicana. Trata de entronizar a los militares para que sientan que
con Nicolás Maduro son ellos quienes gobiernan. La sociedad se ha militarizado
desde los planos más generales, hasta los más específicos. A los militares Maduro
les entregó Pdvsa, la CVG, la gran mayoría de las empresas estatizadas, el Arco
Minero, la distribución de alimentos y combustible, el control de los puertos y
aeropuertos. Once gobernadores y casi un tercio de los miembros del gabinete
ministerial son uniformados activos o en condición de retiro. Quienes
investigan el tema calculan que más de 2.500 uniformados de las diferentes
fuerzas ejercen cargos gerenciales en la
Administración Pública. En la medida en
que Maduro se siente más aislado y presionado por la comunidad internacional,
más trata de refugiarse en los fusiles y en los tanques. El actual ha pasado de
ser un gobierno con los militares, a un gobierno de los militares.
La vida cotidiana se parece cada vez más a
la vida cuartelaría. Llegas a
Maiquetía, y antes de entrar al mostrador de la agencia de viajes, un par de
guardias nacionales te piden que les enseñes el pasaporte. Pero, ya va, ¿no existe
un servicio de migraciones responsable de asegurar que tus documentos estén en
regla para que puedas ingresar sin problemas al país de tu destino? Estos
mismos militares deciden a quién sí y a quién no le revisan la maleta. Quienes
son guillotinados por el chafarote de turno, inician el calvario. La maleta del desdichado viajero es sometida
al escrutinio público. La pregunta, de nuevo, es: ¿no hay en el aeropuerto unos
escáneres de alta tecnología capaces de detectar con precisión drogas, armas o explosivos? ¿Por qué someter
al viajero a esa humillación? Lo que sucede en Maiquetía ocurre a diario en las
carreteras, en las alcabalas
improvisadas, en los puertos, en los barrios pobre. El país se convirtió en una
pesadilla. La lucha contra la
delincuencia, el tráfico de drogas o el contrabando de extracción, termina
siendo una orgía de abusos contra los derechos humanos.
El individuo debe aparecer como un ser
minúsculo. Ridículo. Atemorizado por el látigo del caporal. Un ciudadano
amenazado por la bota militar tiende a sentir que el régimen de Maduro es
indestructible. Que el diálogo en Oslo o en Barbados no prosperará. Que las
marchas y las protestas, en el mejor de los casos, quedarán como testimonio de
la valentía de los venezolanos, pero nunca como un recurso eficaz para alterar
la rigidez y fortaleza del gobierno, e iniciar los cambios que se buscan.
De este proceso de degradación, los
primeros que deben darse cuenta del daño que les causan al país y a la propia
institución castrense, son los mismos oficiales. El militarismo representa el
atraso y la barbarie. La democracia que comenzará a reconstruirse tendrá que
colocar a las Fuerzas Armadas en el lugar que les corresponde: columna de la
libertad, no sus sepultureros.
@trinomarquezc
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