CARLOS CANACHE MATA
Mañana 25 de julio, se conmemoran 452 años
de la fundación de Caracas. La historia de Caracas es fascinante. Dominar el
valle donde ella luego se levantó, no fue tarea fácil para los conquistadores.
La búsqueda y explotación de unas minas de oro y la tentación de un clima más
benigno fueron alicientes poderosos en el ánimo de los que desde oriente y
occidente emprendieron varias veces la llamada Conquista del Centro. Francisco
Fajardo desde Margarita, y Juan Rodríguez Suárez y Diego de Losada desde El
Tocuyo, fueron sucesivamente capitanes de la riesgosa y retadora aventura.
Había que remontar montañas, sortear desfiladeros, cruzar ríos, inventar
caminos.
No sólo había que enfrentar el desafío de la
naturaleza, sino también la resistencia aborigen. Como un encanto malévolo,
como una gesta cruel y heroica, como hazaña y tormento, nos impresiona el largo
combate entre indios y españoles. Algunos historiadores y cronistas –sobre todo
Oviedo y Baños- nos relatan la conquista como si nos estuvieran echando un
cuento. Caballos y armas de fuego contra flechas y macanas; batallas ganadas
por un puñado de conquistadores protegidos con sayos de armas frente a indios
semidesnudos y con la piel embetunada de aceite y onoto; lucha cuerpo a cuerpo
en hondonadas remotas; emboscadas desde cañaverales o cejas de árboles
salvajes; caneyes incendiados atravesando como antorchas la oscura extensión de
la noche; el drama, en fin, de dos razas disputándose la tierra de un mundo
nuevo.
Es la
épica confrontación entre los que llegan y los que ya estaban. Los españoles
cruzaban el Mar Océano en sus navíos para buscarle más colonias al Imperio,
para trasegar oro y plata del nuevo al viejo continente, para saciar la sed de
aventuras, para probar fortunas personales. Los indios defendían el suelo donde
habían nacido, los aires que siempre habían respirado, el sol que siempre los
había alumbrado. Cuando Guaicaipuro guerreaba con sus indios teques, cuando
Paramaconi con su cabeza empenachada acaudillaba sus toromaimas, cuando los mariches
son vencidos y Tamanaco acepta ser gladiador para pelear con un perro, están
afirmando su derecho a resistir el despojo, a contestar el asalto, a no dejarse
quitar lo que siempre han tenido como suyo. Una lucha desigual, pero una lucha.
Más exigente en perseverancia y tesón sostenido
es construir una ciudad que fundarla. Por la pintoresca y solemne descripción
que nos hacen los cronistas de la fundación de Caracas, no cuesta trabajo
deducir que Diego de Losada no necesitaba mayores recursos para clavar un
madero y sacudir tres veces una bandera anunciando el acontecimiento. La gran
tarea fue la que vino después. Trazar calles y plazas, hacer casas, levantar
iglesias, asentar a la gente en el propósito de una vida estable. Precisamente,
Diego de Losada se ha llevado la gloria de la fundación de Caracas porque su
establecimiento poblacional tuvo permanencia, continuidad. El hato de Francisco
Fajardo había desaparecido. La villa de San Francisco de Juan Rodríguez Suárez
sólo duró seis meses. Fue lo que fundó Losada aquel 25 de julio de 1567 –el año
es seguro, el día es el generalmente aceptado y el más probable- lo que no se acabó, lo que no se interrumpió,
lo que siguió creciendo, llegando a ser, después de un largo proceso de más de
cuatro siglos, la Caracas de hoy.
En ese tránsito de la ciudad desde el siglo
XVI hasta este siglo XXI, todas las grandezas y miserias humanas han iluminado
y ensombrecido el paso del hombre. Aquí comenzó el viento de la Independencia
que se propagó por todo el continente. De aquí salieron Simón Bolívar y sus
soldados a guerrear por la libertad de la gran patria suramericana. Y aquí
también por momentos se desconoció al héroe, se fraguaron contiendas ciiviles,
se han impulsado despotismos. Es Caracas, afirmándose más allá de las penumbras
y de los mediodías de la historia.
Ahora, ha llegado a sus 452 años, después de
noches y auroras, tentada por el reto de sus problemas y por el compromiso del
porvenir. Ha crecido tanto, al extenderse al pie de ese olimpo suyo que es el
Avila –el Guaraira Repano de tanta resonancia indígena- que ya le queda
estrecho el valle. Es como una tumultuosa exhalación alineada entre sus montes.
Altos edificios apuntan su cielo sorprendido y lleva su corona de espinas de
ranchos trepados en los cerros, con altiva mirada intemporal tendida hacia el
futuro.
Contra la dictadura que desde hace 20 años
tiene embridado al país, Caracas está y estará en la faena de la vuelta a la
libertad y la democracia.
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