TRINO MARQUEZ
El
régimen aspira a reducir el asesinato
del capitán Rafael Acosta Arévalo y la amputación de los ojos del joven Rufo
Chácon, a censurables excesos de unos funcionarios de la Dgcim y de unos
policías de PoliTáchira. Pretende hacer creer que detrás de esos abominables
hechos no hubo una orden superior, una cadena de mando y una política global
dirigida a aniquilar a oficiales acusados de sedición e inocular miedo en todos
sus compañeros de armas. O que, en el caso de Rufo, no hubo el mandato de reprimir
sin contemplaciones a manifestantes de zonas populares que protesten por las
seculares fallas en la distribución de gas doméstico. Nicolás Maduro busca
desligarse de esos hechos que, de nuevo, lo colocan en la picota, lo
desprestigian y aíslan cada vez más. Para esta maniobra cuenta con la
colaboración del fiscal Tarek William S. No hay que dejarlo que huya por la
tangente. La violencia y la represión despiadadas forman parte intrínseca del
modelo de dominación sobre el que se levanta su régimen.
Desde el 10 de enero pasado, cuando se
cumplió el período constitucional iniciado el 10 de enero de 2013, Maduro sabe
que solo puede mantenerse en Miraflores a partir de la coerción. Ya no le
resulta posible gobernar construyendo consensos. Su ruptura con la inmensa
mayoría del país es total. Venezuela y Maduro son irreconciliables. Los
problemas que afronta la nación no serán resueltos por el gobernante. Con él,
solo podrán agravarse. Carece de la imaginación, claridad y apoyo financiero
indispensables para resolver los cuellos de botella que se han formado en todos
los sectores. Es incapaz de solucionar el problema de la inflación, la
electricidad, el transporte colectivo, la educación, la salud, los servicios
públicos. Es incapaz de detener el éxodo de venezolanos que huye hacia el
exterior. Está consciente de que él constituye el epicentro de la crisis
económica, política e institucional. Sabe que su salida y la formación de un
nuevo gobierno, electo en comicios transparentes, permitirán despejar el camino
para que Venezuela regrese progresivamente a la normalidad. Está consciente de
todas estas verdades inocultables, pero se niega a admitirlas. Para él, no son
negociables la validez de las elecciones de mayo del año pasado, la legitimidad
de su presidencia y su permanencia en el poder hasta el 10 de enero de 2025,
cuando finaliza el actual período constitucional. Aquí es donde se tranca el
serrucho y aparece el lado más oscuro del mandamás.
Maduro solo llegará a 2025 si en la vía
van quedando decenas de miles de víctimas. Unos heridos o torturados, otros
asesinados, encarcelados o deportados. Los de más allá, expulsados porque no
soportan seguir viviendo en la miseria. La represión, rasgo dominante durante
los casi siete años de su gobierno, tenderá a acentuarse. Cada vez lo veremos
más plegado al Alto Mando, más rodeado de cubanos, guardias nacionales,
colectivos y milicianos, más afincado en cuerpos paralegales como la Faes y la
Dgcim. Con ellos encarará las presiones nacionales internacionales para que
acepte iniciar el proceso que conduzca a unas elecciones libres, supervisadas
por organismos internacionales.
Esta naturaleza intrínsecamente
violenta y coercitiva del régimen de Maduro, se desborda a cada instante. El
mismo día que Michelle Bachelet se despedía de Venezuela, se produjo la captura
de los militares entre quienes se encontraba el capitán Acosta Arévalo. El
mismo que Diosdado Cabello señaló que estaba “a buen resguardo”. En medio del
escándalo e indignación que el asesinato provocó, un par de policías sádicos del
Táchira dejaron ciego a Rufo Chacón. El juez que sigue el caso de Juan Requesen
admitió las imputaciones del fiscal. Al joven diputado se le pretende juzgar
por el delito de “homicidio calificado en grado de frustración”, cuya pena podría
ser mayor a veinte años de cárcel; en
tanto que a los funcionarios capturados por su participación en el crimen del
capitán, se les quiere juzgar por un asesinato culposo, es decir, por una
acción en la que no hubo la intención de provocarle la muerte; esto, después de
haberlo golpeado hasta el cansancio. El disfrute enfermizo del régimen cuando martiriza,
llega al punto de que sus secuaces expresaron un deleite obsceno destruyendo las
coronas de flores que algunos ciudadanos colocaron en las rejas de la
Comandancia General de la Marina, en San Bernardino.
El terrorismo lo aplica el régimen de
Maduro de forma masiva o selectiva, según los objetivos que busque. Lo singular
de esta forma de terrorismo es que la ejerce un Estado absolutamente
incompetente para resolver las necesidades más comunes de la vida cotidiana. Un
Estado que no sirve ni para otorgar pasaportes. Que ha renunciado a estar
presente en amplias barrios y zonas del territorio nacional, entregadas a la
delincuencia, la guerrilla, el narcotráfico y la minería ilegal. Estamos en
presencia de una especie muy particular de violencia: terrorismo sin Estado; o,
mejor aún, de un Estado que solo sirve para aterrorizar.
@trinomarquezc
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