Su agilidad mental es sorprendente y en las conversaciones con él emerge con nitidez su cáustico sentido del humor, que utiliza para defenderse de los muchos y muy feroces críticos que tiene. Es muy consciente de que, por más que lo intente corregir, su legado histórico incluirá interpretaciones que él considera injustas -como, por ejemplo, que fue demasiado tolerante con las violaciones de los derechos humanos por parte de los dictadores con los que le tocó negociar-. No acepta esta crítica y cita un caso: "Ahora que se han publicado las transcripciones, se puede ver que en mi primera reunión con Zhu en Lai, en Pekín, y antes de hablar de otros temas, le manifesté nuestra profunda preocupación por la cuestión de los derechos humanos en China y la necesidad de hacer algo al respecto, y que el asunto debía estar en nuestra agenda. Lo planteé a pesar de que yo sabía que esta condición le llegaría inmediatamente a Mao y que podría acabar con las negociaciones".
Hoy, cuatro décadas después, la preocupación central de Kissinger es, de nuevo, la relación entre China y Estados Unidos. Según él, esta relación definirá el orden mundial que se está conformando en este siglo. Una de las sorpresas es la importancia que Kissinger, icono de la realpolitik y del peso que tiene el poder en las relaciones internacionales, ahora le da a la cultura. Kissinger enfatiza los profundos y sutiles factores culturales que llevan a EE UU y China a interpretar de manera muy diferente los mismos eventos. Dice que su experiencia le ha enseñado que estas lecturas distintas afectan a las decisiones tanto o más que el cálculo que cada país hace acerca del poder del otro. Para ilustrarlo comenta, sonriendo irónicamente, que mientras la cultura estadounidense parte de la premisa de que todo problema tiene solución y que esta puede alcanzarse en un tiempo finito, en la cultura China una solución "no es más que elticket de admisión para una nueva serie de problemas".
Estas brechas culturales tienen implicaciones, por ejemplo, en la manera en la que algunos interpretan el ascenso de China y lo que supone para su conducta internacional. "Los chinos no piensan en su país como 'una potencia en ascenso", dice Kissinger. "Durante 18 de los últimos 20 siglos, China ha sido la potencia dominante en su región", añade, insistiendo en que esta percepción del tiempo histórico influye sobre las decisiones que hoy se toman en Pekín.
"Yo no acepto la idea que China es un país inherentemente agresivo cuya expansión será por la fuerza. Históricamente, ha aumentado su influencia internacional casi por ósmosis, a través de la expansión cultural, y no como lo hacían las potencias europeas, con invasiones y el uso de la fuerza bruta".
Paradójicamente, y a pesar de esto, Kissinger está muy preocupado. "He estudiado este tema toda mi vida y estoy convencido que sin una buena relación entre China y EE UU la civilización tal como la hemos conocido hasta ahora peligra. Le debemos a nuestras sociedades el más serio de los esfuerzos por lograr una relación armónica entre estos dos países, y esto no se va a lograr sin que haya en ambos una visión compartida de los problemas y de cómo afrontarlos en conjunto". Para esto Kissinger propone la creación de una "comunidad del Pacífico" parecida a la comunidad transatlántica, cuyo propósito sería garantizar la seguridad y la estabilidad mediante el respeto mutuo, la colaboración y la inclusión. Ojalá se logre.
En todo caso, me es difícil pensar sobre todo esto sin tener en mente una cita de Sun Tzu en El arte de la guerra que Kissinger incluye en su libro: "La excelencia final no reside en ganar cada batalla, sino en derrotar al enemigo sin jamás luchar".
Es obvio que este viejo luchador ya no quiere ganar por la fuerza.
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