domingo, 19 de junio de 2011

Retrato de una diáspora

El Nacional:

Es profesional, tiene entre 25 y 54 años de edad, vive en familia, trabaja en el sector privado y gana más de 51.000 dólares al año. Ese es el perfil ­a trazos gruesos­ del inmigrante venezolano que dibujan el censo de Estados Unidos y las estadísticas del Departamento de Seguridad Nacional.

La comunidad venezolana en ese país registró un incremento de 135% en la última década, al pasar de 91.507 personas, en el año 2000, a 215.023 en 2010.

Sólo 3 de cada 10 tiene ciudadanía estadounidense y hay, al menos, 60.000 indocumentados, de acuerdo con el Centro Hispano Pew, instituto de investigación con sede en Washington.

Es el grupo más grande de coterráneos en el exterior y, aunque representan sólo 0,4% de la población latina en Estados Unidos, para Venezuela este éxodo significa 1% del total de sus habitantes; es decir, 1 de cada 100 venezolanos ha emigrado a ese país de Norteamérica.

De lejos les siguen destinos como Colombia, Panamá, Perú o España.

La colonia no pasa inadvertida en Miami, donde calculan que casi 20% de la población de la ciudad de Doral, por ejemplo, es de origen venezolano.

En el sur de Florida la cadencia del habla de este lado del Caribe contrasta con la cubana, la puertorriqueña y la dominicana, otras de las emigraciones que registra ese estado.

Presencia creciente.
Desde que Aimara Betancourt, venezolana de 54 años de edad, se instaló con su esposo y sus tres hijos en Miami, ha visto crecer a la comunidad de coterráneos. Corría febrero de 1998 cuando la familia llegó a Estados Unidos por una propuesta de trabajo del padre. Durante los primeros años en Doral era difícil conseguir paisanos, pero hace aproximadamente 8 años ­dice Betancourt­ la localidad experimentó un vertiginoso crecimiento residencial y comercial.

Cerca de 70% de los venezolanos que habitan en Estados Unidos vive en Florida, detalla el censo. A Doral la llaman Doralzuela. Al igual que Weston (Westonzuela), un suburbio a 30 minutos de Miami, que fue el primer gran enclave de los emigrantes del país en Florida, Doral recibe el sufijo que lo identifica con estas tierras. En esa zona, 10 de los 257 locales de comida que existen son venezolanos, de acuerdo con un reporte del diario Mercado de Dinero , publicado en abril. El vecindario de Betancourt se llenó de coterráneos. “Doral creció gracias a venezolanos y colombianos. Muchos corrieron la voz. Los venezolanos ubicaban casas, las alquilaban o compraban”, señala.

Carlos Lovera cuenta que Doral se convirtió en el plan alternativo de los venezolanos. “Tengo 15 años acá y he visto cómo se han venido familias enteras.

Es gente que deja atrás a sus familiares, sus bienes, su estatus, por buscar una vida más segura y con mejores oportunidades.

Somos tantos venezolanos que hasta tenemos un concejal”. Se refiere a Luigi Boria, un empresario caraqueño de 52 años de edad que fue elegido el 2 de noviembre del año pasado al Concejo Municipal de esa ciudad del condado de Miami-Dade, el primer venezolano que ocupa un cargo político en Estados Unidos.

Desde su despacho en Miami, Boria señala que la crisis política es el principal motor de la inmigración. “No sólo por la libertad de expresión sino por el sistema de seguridad. La gente se siente desprotegida porque el Gobierno no defiende las condiciones básicas del venezolano y por eso buscan mejores lugares; Miami es el más cercano”, asegura el concejal.

Betancourt indica que, entre sus vecinos más recientes, el denominador común es el temor a la inseguridad de las calles venezolanas. “Mucha gente me dice que se vino por sus hijos, para que se críen en mejores ciudades, en un sitio más tranquilo. Creo que mis hijos fueron afortunados al crecer aquí”, dice con el tono resignado de quien se entera por las noticias que la tasa de homicidios en Venezuela es la segunda más alta de América Latina, después de Ciudad Juárez.

Plan B. Una pedrada que lanzaron unos ladrones a la ventana del copiloto, para hacerles perder el control del carro y robarlos, fue el detonante para que Daniela Martucci y su esposo decidieran irse del país hace cinco años. “Ese incidente fue en La Urbina, en Caracas; terminé en la clínica y me cosieron puntos en la cabeza. Mi esposo me dijo que eso estaba fuera de nuestro control. Ya nos habían robado un carro, pero al ver la agresión física decidimos irnos”, relata.

“Intentaron secuestrarme cuando llevaba a mi hijo a la escuela un martes antes de las 7:00 de la mañana. La familia vivía atemorizada; mi esposa no tenía paz, me llamaba todo el tiempo para saber si estaba bien. La convivencia se había vuelto insoportable y todo por el miedo”, relata Luis Vieira, que cerró su local de comida en Barquisimeto, vendió la casa, los muebles y la camioneta, y se fue hace dos años a vivir a Atlanta con su familia.

Historias como éstas son comunes entre los inmigrantes venezolanos, afirma Ernesto Ackerman, presidente de Independent Venezuelan American Citizens (IVAC), organización que agrupa a venezolano-estadounidenses en esa nación. “La inseguridad, la inestabilidad política y económica son las principales causas por las que salen del país”, indica.

A Luis Daniel Hurtado, un abogado corporativo y traductor de 39 años de edad, la inseguridad jurídica lo llevó a instalarse en Miami. “El Estado deja cada vez menos libertad económica. En Caracas trabajaba para varias empresas y entre enero y junio de 2010 cerraron a mis principales clientes, que eran dos instituciones financieras. Con esa medida mi campo laboral se redujo. Conseguí empleo en otra compañía, pero tuvo problemas económicos y cerró antes de que me viniera. Desde marzo de 2011 estoy acá”.

Calificados. Desde Washington, Mark López, director asociado del Centro Hispano Pew, pone la lupa en otro hecho: los venezolanos siguen la tendencia de crecimiento de los peruanos y colombianos en Estados Unidos, una inmigración con características similares. Jóvenes y bien formados, quienes emigran desde estos países buscan mejores ofertas de empleo y generación de ingresos. “La población de suramericanos se duplicó la década pasada.

Como pasa con casi todos los países de la región, los venezolanos vienen porque quieren tener crecimiento económico.

Hay mejores oportunidades aquí para quienes tienen un título universitario”, afirma.

El perfil de los venezolanos que trazan los datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos lo confirma. De acuerdo con la más reciente Encuesta sobre la Comunidad Estadounidense, de 2009, 73% de los venezolanos que viven en ese país entran en el mercado laboral. Un alto porcentaje de ellos (44%) trabaja en puestos gerenciales o profesionales y de ventas y oficinas (25%).

Los profesionales jóvenes, como Martucci y su esposo, integran ese grupo. La asesora en comunicaciones y el contador, ambos rozando la treintena, dispusieron todo para irse del país en 2006. La primera opción fue Australia, pero estar a más de 24 horas de vuelo de la familia los amilanó. Su esposo logró que la compañía para la que trabaja lo transfiriera a Miami. “Vinimos con mucha suerte. La empresa nos ayudó a tramitar la visa”, relata Martucci. Con la certificación laboral, un trámite que lleva a la expedición del permiso de residencia, ella también pudo asentarse y ejercer su profesión.

En Estados Unidos, 8 de cada 10 venezolanos percibe un salario en el sector privado. Las industrias de servicios educativos, cuidado de la salud y asistencia social, científicos, gerenciales, administrativos y manejo de residuos, entretenimiento, comida, finanzas, seguros y bienes raíces concentran a la mitad de ellos.

Camino empedrado. En 2004, Juan Montilla, de 39 años de edad, llegó a Nueva York con 2.500 dólares que le prestó su hermano. “Me vine porque allá no conseguía trabajo”, recuerda. Llegó a casa de un familiar en Brooklyn y su primer trabajo fue de ayudante de cocina en un restaurante. En Valencia, donde vivía, quedó su experticia como trabajador de la cristalería. “Aprendí a comer en las tiendas, en las que todo es a 99 centavos. Trabajaba como 12 horas diarias y sólo tenía un día libre”.

Llegó como turista y se quedó trabajando ilegalmente. Los tres hijos y la esposa se le sumaron al poco tiempo. Desde entonces, no ha podido salir de Estados Unidos y hace dos años empezó un lento proceso ante las autoridades de inmigración para regularizar la situación familiar. De la cocina pasó a limpiar bares por las mañanas, hasta que hace poco una cristalería lo contrató.

“Aquí trabajas, puedes pagar tus rentas y todavía te queda algo para ahorrar. En Venezuela todo lo que me ganaba en una semana lo tenía que gastar en el mercado”, expresa.

Para Ackerman existe la idea equivocada de que todo el que emigra a Estados Unidos tiene dinero. “Muchos padres han movilizado a sus familias a Estados Unidos, pero siguen atendiendo sus negocios en Venezuela. Esa es una parte de la inmigración, la que cuenta con recursos para tener empresas aquí, pero los perfiles son variados: hay profesionales y también gente sin una carrera que se viene a buscar trabajo. Hay venezolanos ­incluso profesionales­ limpiando carros o trabajando en almacenes”, señala.

El año pasado, por causa de la crisis, cerró la clínica que por 7 años tuvieron los venezolanos en Doral. El presidente de IVAC señala que allí se atendía a quienes no tenían seguro médico, por lo general, venezolanos en condición ilegal. Calcula que puede haber hasta 100.000 conciudadanos en esa situación. El censo señala que 34% de los venezolanos en Estados Unidos carece de un seguro médico y 11% de esta comunidad es pobre, de acuerdo con los parámetros estadounidenses.

“Vimos a gente que dormía en sus carros, que no tenían para pagar un alquiler. Si no tienes papeles, es difícil conseguir trabajo. Las multas para el empleador son muy altas si lo descubren”, agrega Ackerman.

Los trámites para lograr la residencia, además, son costosos. Montilla calcula que al final de ese camino burocrático habrá gastado entre 18.000 y 20.000 dólares para sacar sus papeles y los de su familia. Teme por su trabajo porque la crisis económica que atraviesa Estados Unidos ha afectado a la empresa de construcción que lo empleó.

Pero el de Montilla es uno de esos casos que escapan de la medición oficial. A los “balseros del aire”, mote con el que comienzan a referirse a los venezolanos en Estados Unidos, los registros oficiales los muestran como una comunidad pujante, muy diferente a los balseros cubanos, que pisan tierra estadounidense para comenzar de cero. “La gente se está viniendo de Venezuela por la inseguridad y la disminución de los derechos democráticos.

Ahora que es más marcada la esencia del gobierno dictatorial, la tendencia a emigrar ha aumentado”, concluye Boria, el primer concejal venezolano en Miam

No hay comentarios:

Publicar un comentario