Por Teodoro Petkoff
Como si fuéramos pocos, ahora la abuela parió morochos. En este país hoy más caótico que nunca; con una crisis carcelaria frente a la cual el gobierno luce impotente; con las universidades asediadas y con sus trabajadores en pie de lucha permanente; con una ola de apagones en todos los estados del país; con las empresas de Guayana al borde del colapso en ese “salvaje oeste” en que se ha convertido la región; con esa insoportable “sensación” de inseguridad diagnosticada por la Defensora del Puesto y, para colmo, con un presidente que finge gobernar desde Cuba y cuya enfermedad se ha transformado en el secreto mejor guardado del Caribe, se ha anunciando para hoy el inicio de un paro médico indefinido nacional, en todos los centros de salud del sector público y que ya, por cierto, tiene una semana andando en Caracas. Suma y sigue.
Se trata de una medida extrema que da buena cuenta de la gravedad de la situación en la cual se encuentran los médicos al servicio del Estado. Tiene que habérseles colmado la paciencia para que todos sus organismos gremiales, con el apoyo de todos sus miembros, tomaran esa medida.
Han cuidado de avisar, eso sí en demostración de alto sentido de responsabilidad, que determinados servicios de emergencia se mantendrán operativos, pero no así ninguna otra de las actividades de rutina.
Los médicos, después de una infinidad de infructuosas tentativas de comunicación y diálogo con las autoridades del Ministerio de Salud, no han tenido más remedio que apelar al paro para ver si los taponados e intransigentes Altos Oídos alcanzan a escuchar el clamor que proviene de las bases. Es un signo de los tiempos.
La gente de este país está muy lejos de la resignación y la aceptación mansa de los abusos y atropellos del gobierno. La ineptitud de las autoridades, la insensibilidad frente a la situación material que confrontan los distintos sectores de un país agobiado por la inflación, la negativa a reconocer la existencia de la contratación colectiva (que el chacumbelato está empeñado en liquidar como eje de las relaciones laborales), está desbordando a la administración pública y también la paciencia de la gente.
El centro de las solicitudes de los galenos lo constituyen tres aspectos principales.
La atención a la infraestructura hospitalaria, que estos inútiles que gobiernan tienen años intentando remozar, la dotación de insumos y equipos, la protección frente a la inseguridad que ya ha penetrado los recintos hospitalarios y, por último pero no menos importante, el incremento de los sueldos de los médicos, que se cuentan entre los más bajos de todos los trabajadores al servicio del Estado.
Cualquier gobierno no dominado por la soberbia y la arrogancia hace rato se habría sentado a conversar con su contraparte médica, para buscar soluciones, en la civilizada discusión de un contrato colectivo, a los difíciles temas que preocupan al sector. Pero de este gobierno es imposible esperar tal tipo de conducta. Se lo impide su peculiar filosofía, según la cual, mientras más caótica es la situación del país, más avanza la revolución. Lo que no perciben es que lo hace como el cangrejo.
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