A MARISABEL RODRIGUEZ SIEMPRE LE DAN LO SUYO
Milagros Socorro
La Gran Aldea
Polémica no, indignación. El video que muestra a la ex esposa de Hugo Chávez, Marisabel Rodríguez en el momento de recibir una dosis de la vacuna rusa, Sputnik V, para prevenir el Covid-19 ha despertado la ira de muchos venezolanos que han visto morir centenares de profesionales de la salud, principalmente médicos y enfermeros, así como familiares y amigos, que no solo no han sido vacunados sino que no han recibido ningún tipo de atención por parte del régimen de Nicolás Maduro, cuyas “políticas sanitarias” no son dictadas por especialistas sino por militares, por burócratas de la dictadura o hasta por los brujos que asesoran a Miraflores.
Ante la furia que produjo el privilegio dispensado a la ex primera dama, esta admitió que no es médico, pero que es “paciente oncológico”, lo que enardeció aún más los ánimos de buena parte del país, puesto que la inmensa mayoría de los enfermos en cáncer en Venezuela no es que no han sido inmunizados con el medicamento ruso o chino, es que no reciben ni siquiera los tratamientos que corresponden. Prueba de ello son las decenas de solicitudes que cada día llenan las redes sociales: los enfermos venezolanos tienen que apañárselas como puedan para rasguñar los remedios y aplicarse las terapias, porque el Estado hace mucho que se desentendió de eso. De esto no escapan, por cierto, los pacientes crónicos o aquejados por enfermedades graves, como tampoco los niños o jubilados. Por donde se le mire, Marisabel de Chávez goza de ventajas que se le niegan a las masas venezolanas; y para colmo, lo exhibe. Restriega en las caras de los desesperados las prerrogativas de que ella goza. Sin pudor. Sin vergüenza. Sin piedad.
Rodríguez nunca ha destacado por su buena prensa. En las dos acepciones de la frase. Siempre ha sido una vocera mediocre, por no decir que desastrosa, y tampoco ha concitado la simpatía o el respeto del país. En este sentido, la ardorosa amante del Volkswagen estacionado bajo el farol dañado hizo su aporte a la destrucción institucional de Venezuela, que hasta el arribo de ella a La Casona había tenido consortes presidenciales admiradas y queridas por su discreción, sobriedad y seriedad. Marisabel de Chávez acabó con esa tradición. Ella puede reclamar, pues, ese derecho a llamarse chavista: con sus excesos, sus pataletas, sus sesiones de gimnasia divulgados con lujo de fotografías, sus pleitos con las amantes de su marido, que la llevaban, por ejemplo, a crear problemas por negarse a pisar la televisora presidida por una rival, por sus melodramas y, en fin, sus destemplanzas, demolió el patronato de las esposas de jefes de Estado en Venezuela.
En su defensa habría que recordar varios hechos. Es cierto que Marisabel de Chávez nunca pareció tener aliados ni apoyos. Al contrario. Siempre le han llovido críticas y descalificaciones, una situación de desventaja en que fue puesta por el propio Chávez, quien la puso, por ejemplo, a encabezar la lista de candidatos oficialistas a la Asamblea Constituyente, en 1999, aunque ella no tenía ni preparación ni trayectoria política. También es cierto que mientras estuvo casada con el golpista del ‘92 tuvo que tragar grueso para encajar las constantes e indisimuladas infidelidades de él, no solo con figuras de la farándula sino con funcionarias del Gobierno, del partido y del cuerpo diplomático.
La imagen de Marisabel de Chávez era de una mujer malquerida, humillada en público y tratada con muy escasa consideración. Sobraban los colaboradores de su círculo más próximo que se iban de la lengua comentando los desplantes que la pobre ex locutora tenía que aguantar. Chávez enseñó al país a despreciarla y ella no hizo nada para cambiar esa matriz. Prueba de su ínfimo arraigo popular es que la única vez que se midió fue en 2008, cuando se presentó como candidata a la Alcaldía del municipio Iribarren, en Barquisimeto, con el apoyo del Partido Podemos… y llegó de tercera con el 4% de los votos.
En el reciente episodio de la vacuna usurpada (puesto que corrió a sentarse en la silla de las inyecciones antes que los sanitarios y que los ancianos) se ha cometido una injusticia con ella. La llaman “enchufada”, y eso no es verdad. Marisabel de Chávez tiene asignada una pensión, exactamente igual que la tienen las madres de los hijos tenidos por Chávez fuera del matrimonio mientras estaba en el poder. Ella no es enchufada, ella es más bien pescuecera. Siempre está pescueceando, ya sea insultando a Juan Guaidó (a quien llamó “rata asquerosa” y acusó de asesinatos), manifestando envidia por Fabiana Rosales, esposa de Guaidó, de quien admiró la suerte de esta al hacer giras internacionales que ella nunca pudo hacer (muy probablemente porque su butaca en el camastrón se había reservado para otra mujer), adulando a diversos jerarcas del régimen o haciendo RT a Putin, pero eso de nada le ha valido. Marisabel de Chávez no tiene cargo. Jamás la toman en cuenta para nada. Quizá, pese a sus reiterados intentos de probar la pureza de su sangre revolucionaria, no le perdonan los bandazos que ha dado y las veces que se le volteó al galáctico.
Los coléricos detractores deberían recapacitar. Después de haber sido reducida a la picaresca política aquel 14 de febrero que Chávez le prometió, por radio, que esa noche le daría lo suyo (y luego las malas lenguas aseguraron que esa era una más de las mentiras del arañero), y de haber soportado dos décadas de burlas, la señora Rodríguez se ganó su vacunita.
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