El general Padrino y el Coqui
Carlos Blanco
1. Los dos personajes, uno de la Academia Militar, con carrera de rápidos ascensos y pecho orlado de medallas por los combates que nunca fueron, y el otro, de franelita amarilla, sonrisa de medio ganchete, entre el desafío y la sorna, comparten la escena de un país hecho escombros. Ninguno de los dos monopoliza la violencia y ambos la representan y la ejercen. En la República civil estarían en las antípodas; en el corralón de violencia en que se ha convertido Venezuela, no tanto.
2. Si se observa la cúpula militar y se le quita el sonido, se ven generales y almirantes en sus uniformes –ahora acubanados– con los viejos arreos de la institución. Pareciera que son los jefes de una fuerza armada de verdad. Al elevar el volumen ya se sabe que no. Hablan un idioma que ni siquiera es de esa revolución caribeña que Fidel tuvo y Chávez quiso tener, ahorrándose la épica, y que Maduro no tiene, porque por supuesto que carece de la épica y de la estética, solo poseedor de la emética soviética.
3. El idioma de Padrino y de los miembros de su manada es el de las proclamas de la Plaza Roja de Moscú, cuando los generales del partido, colocados al lado de Stalin, se volvían agresivos contra el capitalismo, la burguesía mundial, contra todo el que usara bien los cubiertos y no eructara en la mesa, mientras le celebraban los chistes al Maduro de entonces. Pero siempre, allí arriba, parecían los titulares de algo parecido a unas fuerzas armadas.
4. Cuando se baja la mirada poco a poco esa pirámide institucional se disuelve progresivamente: unidades militares que no existen, batallones con número reducido de integrantes, equipos muy nuevos y funcionales al lado de venerable chatarra, cuatro tanques flamantes y 20 que no dan por el arranque, capitanes que mandan más que coroneles, cubanos y rusos que le dan órdenes a oficiales venezolanos.
5. Más abajo todavía, se ve la descomposición, deserciones, solicitudes de “baja” por miles, corrupción de la grande y de la cotidiana; la clásica alcabala donde “el funcionario” pregunta o responde a la pregunta de “¿cómo arreglamos esto?” o los más joviales al viejo estilo, “epa, compa, ¿y pa’ los frescos?”. Pero allí, a la sombra de todo esto, la verdad más cruda es que lo que fue la institución militar no existe; sus restos se apilan con los colectivos rojos, las milicias convertidas en agencias de entrenamiento del PSUV, la disidencia de las FARC y el ELN, confluyen en el festín de la caída de Roma: “Vivimos revolcaos/en un merengue/y en un mismo lodo/todos manoseados”.
6. Esa base donde se relacionan en un mismo proyecto el oficial militar y Santrich, el comandante de componente y el camarada Bernal, es lo que le da sentido a la disolución de la institución militar y la creación de un nuevo aparato armado, cívico y militar, legal e ilegal, venezolano y extranjero, que ejerce de consuno ese crimen organizado que llaman la violencia revolucionaria.
7. ¿Existe diferencia entre el Coqui y la FAES o la DGCIM? El primero se ha vuelto más o menos invulnerable por la organización de su banda y el armamento que posee; las segundas lo son de una manera más barata: una insignia, un pasamontaña y una metralleta. Ambos ejecutan al enemigo sin pasar por ese pantano de órdenes de allanamiento, tribunales y juicios. Cuando los generales de la FAN torturan a oficiales y civiles, cuando los desaparecen, cuando los jueces militares son meros instrumentos de la más dura represión, ¿son acaso diferentes a las bandas que asuelan los barrios del país donde el rito de iniciación es asesinar como prueba de valor?
8. Esa indistinción entre la fuerza de lo que pudo haber sido la institución militar y la de los colectivos, el PSUV armado que son las milicias, y los chicos del ELN y de la disidencia de las FARC, es la expresión de la disolución de las instituciones, la pérdida del monopolio de la violencia por parte de un Estado que dejó de existir, y la muerte como consigna de todo ese entramado de perversas alianzas.
9. Padrino López, consentido por Rusia, fiel a Maduro pero no más que a sí mismo (si acaso alguna transición podrida se atraviesa), se convirtió en un topo soviético dentro del país. No como un general del esplendor rojo como Zhukov, defensor de Stalingrado contra Hitler, sino el Lavrenty Beria de Stalin, oscuro, manipulador, poderoso hasta que le tocó el turno.
10. Los noruegos, los dialogantes, los de las elecciones de gobernadores y del reparto del CNE, dos pa’ti, dos pa’mí, y el quinto pa’ti, los de la apertura económica ahora que Maduro comprendió, ¿tendrán algo que decir sobre este “escenario base”, como dicen los entendidos y pedantes
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