¿ES LA MERITOCRACIA UN MITO?
Marta de la Vega
@martadelavegav
En la
Venezuela anterior al triunfo de Chávez en 1998, hubo un proceso sostenido de democratización,
crecimiento económico, consolidación de un sistema público de salud y de educación
accesibles a todos los sectores y de muy alta calidad, movilidad social
ascendente e inclusión integradora de grupos muy heterogéneos de la población,
que duró más de 30 años.
También
hubo, después de la huida del dictador militar Marcos Pérez Jiménez en enero de
1958, una política sistemática de los sucesivos gobiernos para asegurar que el
esfuerzo, el mérito, la capacidad, la honradez, la honorabilidad y la
preparación fueran los escalones para acceder al más alto rango de valoración
social y a posiciones públicas de responsabilidad con base en los méritos de ciudadanos
y funcionarios.
Para
el filósofo estadounidense Michael Sandel la meritocracia plantea 2 problemas:
1) las oportunidades en realidad no son iguales para todos 2) A mejor formación
universitaria, mayor mérito. Este último implica la arrogancia de creer que
poseer estudios superiores lleva al éxito, con el consiguiente menosprecio de
quienes no tengan títulos universitarios. Resolver este dilema significa que el
Estado sea garante de que ningún oficio o profesión disminuya la dignidad de
las personas. Al primer problema, la política de Estado es la equidad como
instrumento para que haya igualación sin igualitarismo.
La
meritocracia fue, desde la presidencia constitucional de Rómulo Betancourt entre
1959 y 1964 hasta el final del primer gobierno de Rafael Caldera, un principio orientador
en la escogencia y selección para los cargos en instituciones de educación
superior y cátedras universitarias, en la administración pública y en empresas
del Estado emblemáticas por su eficiencia y éxito.
La
probidad de los gobernantes y en primer lugar del presidente de la república
era una condición indispensable para ejercer el poder. Mediante un pacto de
élites para garantizar la gobernabilidad y estabilidad del sistema político
democrático que comenzaba a desarrollarse, gobernaron alternadamente los dos
grandes partidos de masas, Acción Democrática o Socialdemocracia y COPEI o
Democracia Cristiana.
Con una
democracia modernizadora apenas incipiente, una economía todavía dual y
subdesarrollada pero que afianzaba las bases para una diversificación económica
e industrial, un capitalismo regulado por el Estado o Welfare State en su modalidad latinoamericana, como proyecto
populista que tenía como eje un Estado interventor, dirigista, paternalista y
asistencialista, con una economía a la vez anti-liberal y de mercado,
Venezuela ingresó en el siglo XX.
El
influjo de la revolución cubana de 1959 y la fascinación que ejercía el
liderazgo carismático de Fidel Castro en muchos países latinoamericanos atrapó
a Venezuela por intermedio de una parte de su juventud instruida, de sectores
trabajadores y campesinos, que pensaron que para profundizar la democracia era necesario
torpedearla y destruirla mediante las consignas ideológicas del
marxismo-leninismo y la lucha armada. Esta percepción, inspirada en el ideal
revolucionario del castrismo, condujo a un callejón sin salida a los
insurgentes organizados en guerrillas urbanas y en el campo.
Algunos
de los líderes más emblemáticos entonces, como Teodoro Petkoff o Pompeyo
Márquez, sobre todo después de haber escuchado las denuncias de Nikita Kruschev
durante el XX Congreso del Partido Comunista en 1956 en Moscú sobre las
atrocidades y crímenes horribles del socialismo impuesto por Stalin, convencidos
de que era suicida buscar demoler una democracia que apenas nacía, rompen con
la Unión Soviética y con la Cuba castrista, con graves riesgos de terminar como
Trotski en México. Deciden dejar atrás la violencia, reincorporarse a la vida
política y buscar de manera civilista transformar el país para profundizar y
consolidar la democracia. Se acogen a la
“pacificación” que tuvo lugar durante el primer gobierno de Rafael Caldera
entre 1969 y 1974.
La
meritocracia comenzó a resquebrajarse con el llamado boom petrolero de 1975, en el inicio de la primera presidencia de
Carlos Andrés Pérez. La avalancha de petrodólares no solo inunda el país sino
que adormece las conciencias y las voluntades a favor de la ganancia fácil, de
la famosa consigna “‘ta barato, dame dos”. Permanecieron como islas de
excelencia algunas instituciones, como la entonces recién fundada Universidad
Simón Bolívar en 1970 u organismos de talla mundial como la empresa petrolera
estatal PDVSA, que se convirtió en paradigma de eficiencia institucional, transparencia,
buena gerencia e innovación tecnológica.
Con el
arribo del chavismo como modelo de conducta social y de gobierno, la
meritocracia se convirtió en veleidad contrarrevolucionaria. Los efectos están
a la vista.
La
reconstrucción del país y la transformación de las mentalidades exige que se
rescaten el sentido del logro, la superación y la restauración del trabajo como
medio para alcanzar las mejores metas. La meritocracia no es un mito. Es una realidad
por reimplantar para derribar la kakistocracia, la cleptocracia y la oclocracia
propias del actual régimen usurpador venezolano.
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