CAER CON LA REPUBLICA
CAROLINA GOMEZ-AVILA
TALCUAL
La vida de Joseph Pulitzer está llena de claroscuros, como la mía, como la de usted. Es probable que buena parte de la influencia que tuvo se debiera más a su enorme fortuna que a sus virtudes. También lo es que sus enemigos tuvieran mucho que ver con que la facultad de periodismo, que tanto soñó en vida, y el premio que lo inmortaliza, no se hicieran realidad hasta después de su muerte.
En 1904, Pulitzer publicó un artículo en The North American Review titulado The College of Journalism (Facultad de periodismo), en el que argumenta en favor de convertir el oficio en carrera. Una reflexión que apalancó en unas palabras de Theodore Roosevelt, entonces presidente de Estados Unidos, y que usó como epígrafe:
«El hombre que escribe, el hombre que mes tras mes, semana tras semana, día tras día, proporciona el material que ha de dar forma a los pensamientos de nuestro pueblo, es esencialmente el hombre que, más que cualquier otro, determina el carácter del pueblo y el tipo de Gobierno que este pueblo tendrá».
Ese artículo de Pulitzer se puede leer sin detenerse en la situación estadounidense de la época para hacerlo, en cambio, en sus puntos de vista, teniendo presente que noticia, información y opinión delimitan espacios distintos en el mismo terreno. Aquí, con las frases del último párrafo, miro lo que tan hondamente nos duele y que espero reparemos, si no por nosotros, por los que vendrán.
Primera frase: «Nuestra república y su prensa se erguirán o caerán juntas».
Esta semana leí una entrevista a Guaidó. Primero me llamó la atención la falta de asperezas en las preguntas y, casi de inmediato, la falta de complacencias. Cerca del final concluí que el entrevistador había hecho un trabajo profesional, algo que no veo con frecuencia. No me pareció una entrevista brillante, solamente me pareció decente y eso ya era digno de mencionar.
Hice memoria, recordé cuántas veces el nombre del entrevistador me predispuso para, al leer, comprender el porqué de mi predisposición. Recordé cómo el felón de la patria discriminó a los periodistas, filtró cuestionarios, atacó a los medios como retaliación por la incomodidad que le produjeron e instituyó el «periodismo necesario» como una contraofensiva que fue, a su vez, contestada con menos profesionalismo aún.
Un legado con consecuencias nefastas porque, por una parte, casi todos los políticos terminaron por reclutar periodistas adláteres y, por la otra, casi todos los periodistas se sometieron a la obediencia anticipada, facilitando prácticas clientelares.
Segunda frase: «Una prensa idónea, desinteresada, de espíritu público, con inteligencia entrenada para distinguir lo que es correcto y el coraje para hacerlo, puede preservar esa virtud pública sin la cual un gobierno popular es una farsa y una burla».
No se puede determinar si detrás de un periodista sumiso o clientelar hubo un periodista capaz, pero, en presente, no lo hay. Si un periodista no contrasta lo que dice el entrevistado con información verificable, si no puede indagar en causas que la población desconoce, ofrecer un contexto no manipulado, nutrirla con información que pueda relacionar o, si al hacerlo, cae en la insolencia o la difamación, no hay idoneidad.
Sobre el desinterés, el problema es que lo justifiquen con activismo porque la militancia es enemiga del desinterés. Sobre el espíritu público, decir que es medularmente republicano. ¿Puede tener espíritu público un periodista que no sabe, no entiende, no respeta y no comulga con el sistema de organización del Estado que es la república?
Luego está el problema de distinguir lo que es correcto en la arena movediza de la empatía, la moda de la prensa nacional. No ven que empatizar con el sufrimiento del pueblo no siempre es lo correcto, aunque sea popular, y que hay que tener coraje para denunciarlo.
Tercera frase: «Una prensa cínica, mercenaria y demagoga, con el tiempo dará origen a un pueblo igualmente vil».
Este es nuestro presente. ¿Qué se siente ver lo que han construido? Una prensa clientelar enseña clientelismo, lo que necesitan los autócratas populistas. Este es el resultado de haber sido seducidos por mimos o dinero, de haber aceptado convertirse en mensajeros, influenciadores, portadores de primicias, exclusivas y desmentidos. Esto no lo construyeron solos. Fueron imprescindibles los políticos con sus preferencias, sus lisonjas o sus abiertas contrataciones contrarias a la ética, o sea, corruptas.
Última frase: «El poder de moldear el futuro de la república estará en manos de los periodistas de las generaciones futuras».
Que no sepan escribir es remediable, aunque no sé por quiénes. Los periodistas de esta generación no dominan el idioma que es su herramienta de trabajo, un fracaso atribuible a la universidad. Además, son reticentes a las correcciones porque acordaron aplaudirse recíprocamente sin importar si hay o no razón para ello. Así que las generaciones futuras serán tercas en el error, creerán que equivocado está quien los corrige y despreciarán el aprendizaje. Sin enmienda inmediata, el futuro será un continuo conflicto entre tozudos.
Pero más grave es lo de los «periodistas necesarios». Pienso en el problema que representan estos operadores ideológicos, en el procedimiento deshonesto por el cual el pueblo recibe interpretaciones interesadas en vez de noticias y manipulación en vez de información. Y entonces miro las instituciones desmoronadas de la república, a los políticos desfallecidos, y luego los veo a ellos, inconscientes de estar caídos como el resto y junto a mí.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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