¿Cuántos presidentes rojos hay?
Trino Márquez
El nombramiento del nuevo Consejo Nacional Electoral, el
inicio de la promoción de las elecciones regionales y municipales y la simpatía
de Nicolás Maduro con el Acuerdo de Salvación Nacional propuesto por el sector
opositor que respalda a Juan Guaidó, auspiciaban la reapertura de la ronda de
negociaciones iniciada en Oslo y parecían crear un ambiente de cierta
distención en el erizado escenario político nacional.
La
alegría duró poco. El Nacional, el periódico más importante en la historia
venezolana, fue asaltado para complacer los deseos de venganza de ese personaje
maléfico llamado Diosdado Cabello. El abuso le colocó unos tacos de dinamita al
eventual diálogo entre el gobierno y la oposición, y enrareció otra vez la
atmósfera preelectoral. La férrea hegemonía comunicacional ejercida por el
régimen desde hace más de una década, subió un grado más con esa invasión, que
no puede ser justificada en nombre del cumplimiento de una orden judicial. A numerosos
presos políticos, de acuerdo con denuncias del Foro Penal, distintos tribunales
les han dictado medidas de excarcelación, sin embargo, el Sebin y otros cuerpos
policiales las han ignorado olímpicamente. Por lo tanto, no es la sumisión a
los tribunales lo que motiva la confiscación del periódico.
A
los pocos días del episodio en El Nacional, el régimen señaló que los presos
políticos serían trasladados a cárceles para
delincuentes comunes. Ellos, que protagonizaron dos golpes de Estado cruentos, fueron
tratados con una benevolencia inaudita por la democracia disfrutando de una comodidad desmedida
durante su permanencia en la cárcel, ahora pretenden equiparar a los opositores
detenidos con personas que han cometido delitos
ordinarios. Finalmente, el contralor señaló que las inhabilitaciones constituían
una materia que le concernía a su despacho. Una clara advertencia a quienes
están pensando que es posible levantar las sanciones administrativas contra
dirigentes políticos inhabilitados, para
que los comicios regionales avancen en
un ambiente más democrático.
La
adopción de medidas ilegales, las amenazas encubiertas y los anuncios improvisados vuelven a poner sobre el
tapete el tema de si el gobierno está o
no interesado en negociar una salida pacífica a la crisis mediante elecciones
democráticas. Un grueso sector de la oposición considera que las dos caras de Jano
no son más que un libreto de los muchos tramados por el gobierno, con la asesoría cubana, con la finalidad de lanzar fuegos
artificiales, ganar tiempo y engañar incautos.
A partir de este juicio sumario las conclusiones son evidentes: con el
régimen no se puede dialogar, ni negociar, y tampoco se debe participar en las
elecciones regionales porque sería convalidar a una banda de manipuladores
compulsivos.
Este
razonamiento, donde cada pieza encaja perfectamente con la otra, es el tipo de
interpretaciones que a Maduro y su gente les conviene. Dentro de esa lógica
lineal, las acciones del régimen se deciden en una sala situacional. Existe un
cerebro que organiza todos los pasos que el régimen da. Cada uno de ellos
obedece a un guion preestablecido. No queda espacio para la disidencia o la
confrontación interna.
Si
la oposición quiere hacer política, aprovechando las pequeñas fisuras y
desencuentros que se producen en el bando rival, está obligada a cambiar de
perspectiva analítica. Dentro del oficialismo existen grupos y tendencias
preocupadas por el empobrecimiento del país y por el aislamiento internacional,
que aleja cada vez más las posibilidades de que el gobierno obtenga los
recursos financieros necesarios para comenzar a recuperar la nación. Junto a
esta facción, y conviviendo con ella, hay otro sector –tal vez el más
poderosos- al que solo le importa sobrevivir, saqueando los recursos que
todavía quedan de ese país rico y próspero que fue Venezuela.
Maduro
se mueve entre esas dos aguas y debe responderles a los dos bandos. Quiere
hacerles un guiño al nuevo gobierno de Bien y a la Unión Europea coqueteando
con las posibilidades de unas elecciones competitivas, con un CNE que no es tan
parcializado como el que presidia Tibisay Lucena, pero evita confrontar a sus
propios extremistas negados a cualquier acercamiento con la oposición. Esta
ambivalencia es aprovechada por la franja liderada por Cabello para cometer
desmanes que dan al traste con las intenciones de diálogo y alimentan la
desconfianza de los grupos opositores radicales,
quienes se contentan con decir ‘yo les advertí que todo no era más que una
farsa’, pero jamás proponen ninguna iniciativa acerca de cómo salir de la
tragedia que vive la nación. No quieren diálogo, negociaciones ni comicios,
pero carecen de fuerza y presencia nacional hasta para organizar una verbena.
El
sector opositor y la comunidad internacional cuadrados con el diálogo y las
elecciones, deberían exigirle a Maduro mayor coherencia. Tendrían que pedirle que controle
a sus propios aventureros. De esa presión podrían salir logros importantes para
la democracia y el país.
@trinomarquezc
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