El CNE de la discordia
Trino Márquez
La elección del CNE por parte de la
Asamblea Nacional ha estallado como un misil en la frágil dirigencia opositora.
Las aguas se han partido de nuevo entre quienes decidieron participar en el
llamado del Comité de Postulaciones, impulsaron nombres y luego saludaron la
designación del cuerpo rectoral; y quienes denunciaron ese acto como un
nombramiento írrito. En el primer lote se ubican organizaciones políticas,
dirigentes y personalidades de distintas organizaciones civiles. Henrique
Capriles apoyó sin ambigüedades la selección. La consideró un primer paso hacia
la recuperación de la institucionalidad democrática. En el segundo sector se
encuentran las agrupaciones que se negaron a apoyar el trabajo del comité, no
estimularon la presentación de nombres y
ahora señalan que la constitución del organismo es ilegal e inconstitucional.
En esta fracción milita el secretario general de la OEA, quien denuncia el
proceso como una jugada ‘colaboracionista’.
Me
sitúo entre quienes ven con satisfacción los acuerdos que permitieron integrar el cuerpo electoral. Acepto que
habría preferido un CNE más despolitizado y neutral, resultado de un acuerdo
integral. Pero, en el estado de debilidad que padece la oposición, tal deseo resulta
ilusorio. Enfrentamos un régimen autoritario cubanoide en el cual cada
conquista significa una ganancia neta. Ya quieran los cubanos de la isla
anotarse pequeños triunfos como este.
El
acuerdo lo veo como parte de un proceso mucho más amplio, consecuencia de la
presión internacional, especialmente estadounidense. En las últimas semanas se han producido algunos
movimientos llamativos. El pacto con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de
la ONU -dirigido por el político norteamericano David Beasley-, y el cambio a prisión domiciliaria de los seis
exejecutivos de Citgo detenidos desde hace tres años bajo graves acusaciones, representan medidas que denotan un cambio de enfoque por parte de Nicolás Maduro. El giro se
entiende: la situación del país es catastrófica; el régimen no puede sostenerse
solo a partir de la represión y el engaño. Está obligado frente sus propios
militantes a crear una atmósfera que permita recuperar la credibilidad interna
e internacional del gobierno, base para obtener financiamiento y comenzar a
superar la debacle económica.
No
comparto la postura de ese segmento de la oposición que así como descalifica la
integración del CNE, rechaza participar en las elecciones regionales. Cuestiono
los postulados a partir de los cuales llega a esa conclusión. Los resumo del
siguiente modo: como Maduro y la AN de 2020 son ilegítimos y no son reconocidos
por la mayoría de las naciones democráticas del mundo, todos los actos
ejecutados por el mandatario y su
asamblea son nulos. Es un razonamiento circular. Un silogismo. Parte de unas premisas
que contienen en sí mismas el resultado. Este tipo de argumentación puede poseer
validez pedagógica en un curso universitario de lógica lineal, pero carece de eficacia
política. Maduro y su grupo poseen el
control del Estado y del Gobierno. Nada de lo que ocurre en Venezuela se decide
sin su consentimiento. Estamos frente a un gobierno de facto, pero es el único
existente. Lo demás son ilusiones. Es verdad que la comunidad internacional lo
desconoce formalmente, sin embargo, fue a quien invitaron a la última Cumbre
Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno en Andorra. Cuba lleva casi
seis décadas fuera de la OEA. Sin embargo, el régimen creado por los Castro se
mantiene allí sin alteraciones, ni sobresaltos.
La
política no hay que practicarla solo en nombre de la dignidad, la coherencia, la
valentía y otros valores similares, fundamentales cuando se trata de la vida personal.
En un ambiente signado por el deterioro generalizado y la caída en barrena del
prestigio de los dirigentes opositores, resulta esencial recuperar el sentido realista
de la acción política. Maduro no saldrá por invasiones militares, ni por
huelgas insurreccionales, ni por estallidos sociales como el Caracazo. El poderoso aparato represivo formal e informal que ha construido, la alianza
tan sólida que ha tejido con el estamento militar, la cuasi extinción de los
partidos políticos y el gigantesco éxodo de los años recientes, hacen muy
remotas las posibilidades de que tales fenómenos telúricos se produzcan.
El
camino se reduce a acumular fuerzas internas mediante pequeños logros y
apoyarse en los aliados internacionales, para obtener las mejores condiciones posibles en los comicios regionales y preparar
el terreno para ir a unas elecciones nacionales competitivas, transparentes, supervisadas
y avaladas por la comunidad internacional. Alcanzar estos objetivos luce
complicado, pero no imposible.
En
2015, con un solo representante democrático en el CNE, Vicente Díaz, se obtuvo
un triunfo apoteósico. Ahora se cuenta con dos figuras de prestigio –Enrique
Márquez, político veterano, y Roberto Picón, uno de los mejores técnicos
electorales de la nación- capaces de representar con eficacia los intereses de
la democracia y de los venezolanos.
El
reto consiste en convertir de nuevo la política en el arte de lo posible, según
reza el lugar común, evitando transformarla en el sueño de lo imposible, como los obstinados de siempre pretenden.
@trinomarquezc
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