viernes, 7 de mayo de 2010

4 OPINIONES SOBRE MOCKUS DESDE VENEZUELA


YO NO VOY A MOCKUS


Emilio Nouel V.


Los resultados de las elecciones presidenciales en Colombia, hoy como nunca antes, deben interesarnos a los venezolanos. Si eventos electorales mucho más lejanos no dejan de repercutir en nosotros, con mucho más razón los de nuestro vecino, al que nos ligan y ligarán un sin número de vínculos por los siglos de los siglos.

Hoy por hoy, no nos podemos sustraer de la intensa interdependencia global, y ésta es, sin duda, también política. Lo que pase allá en Colombia traerá consecuencias, buenas o malas, para los venezolanos y la región; al igual que lo que suceda aquí, incidirá en los acontecimientos de allá y en el continente. No hace falta abundar en razones al respecto.

Pero si eso es cierto en condiciones normales, en las presentes lo son aun más.

Así las cosas, no nos queda otra que comentar esas elecciones, sobre todo, lo que empiezan a apuntar las encuestas, y éstas indican, hasta ahora, que tendremos un duelo final entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus.

Llama la atención el vertiginoso ascenso del último, similar a otros casos que hemos visto en Latinoamérica. En un año, Mockus no ha hecho sino subir en la preferencia del electorado colombiano, colocándose en la actualidad en el primer lugar.

Mockus, como se sabe, ha sido un Alcalde exitoso, académico reconocido, hombre inteligente, aunque extravagante; a ratos atrabiliario, y muy dado a los gestos espectaculares que rompen con los cánones y la circunspección de la política tradicional. Para sus detractores, es una persona imprevisible, que se equivoca mucho, no se conoce a ciencia cierta su rumbo, que es un fenómeno aluvional, “más cercano a las nubes que a la tierra”, seráfico, y populista típico latinoamericano, débil de carácter, y, en fin, una incógnita política en muchos aspectos, lo que representaría un alto riesgo para la sociedad colombiana y sus instituciones asediadas por graves amenazas. Un líder de estas características, según éstos, no sería entonces el indicado para enfrentar los retos no resueltos de Colombia. Plinio Apuleyo Mendoza señala que Con Mockus, el enigma y los riesgos que conlleva son los mismos. Es etéreo, brumoso, imprevisible, expuesto a cada paso a rectificarse a sí mismo. ¿Adónde nos llevaría? De pronto ni él mismo lo sabe”.

Sus seguidores, por el contrario, señalan grandes virtudes en Mockus. Brillante administrador y ejecutor, honesto, moderno, eficaz, dialogante, “la fuerza tranquila”, dirige un equipo triunfador, no proviene de las oligarquías partidistas y dispondría del temple suficiente para enfrentar a la delincuencia, el narcotráfico y la guerrilla.

Obviamente, Mockus pareciera representar una opción fuerte de la población colombiana fatigada de la dirigencia política, de la violencia y de los problemas sociales no resueltos. Quizás, para la mayoría de los colombianos pueda ser lo mejor, pero no estamos tan seguros de ello.

Mockus es un político ubicado en el centro-derecha del espectro político, a pesar de sus gestos irreverentes, propios de la izquierda. Es partidario de la economía de mercado, de apertura a las inversiones extranjeras y el libre comercio. Para algunos es neoliberal.

No obstante, como simple observador venezolano debo enmarcar este asunto en un entorno mucho más amplio, incluso más allá de las relaciones bilaterales.

El régimen autoritario bajo el cual vivimos promueve un proyecto político-ideológico hemisférico (ALBA) expansionista, tiene relaciones estrechas con las FARC, y con la llamada Coordinadora Bolivariana Continental.De allí que no sea ocioso preguntarse sobre lo que más convendría que ocurriese en Colombia para las fuerzas democráticas venezolanas y su propósito de recuperar la democracia.

¿Es preferible un mandatario que pongan un freno a aquellas pretensiones de Chávez y su expansionismo o uno que permita que sus designios autoritarios se sigan proyectando?

Porque si en Venezuela no tuviéramos ése régimen, que amenaza a la región, quizás estos comentarios transitarían por otros derroteros, y las preferencias respecto de las figuras que se disputan la presidencia de Colombia serían otras; el asunto, si bien se mantendría como importante, sería, sin embargo, menos preocupante. Podríamos expresar nuestras preferencias con mayor comodidad.

En Venezuela, la figura de Mockus atrae mucho. Hemos visto políticos, analistas y humoristas pronunciarse al respecto, en su mayor parte, favorablemente. Pero los enfoques no calibran suficientemente la significación y los efectos probables de un triunfo de Mockus en Colombia para el desarrollo de la oposición democrática en nuestro país.

Hay opiniones muy superficiales, como, por ejemplo, la que dice que a Chávez le conviene un triunfo de Santos porque así podrá mantener la confrontación viva con un factor exterior, “el enemigo externo”, lo cual reforzaría su posición en lo interno. Eso no es necesariamente así. ¿Acaso necesita Chávez a Santos para ser confrontacional? ¿No viene de decir en UNASUR que no le importa quien gane en Colombia, porque igual se entenderá con ese gobierno?

Estas opiniones dan por descontado que con Mockus, Chávez estaría apaciguado, “desarmado”, porque no tendría con quien pugnar, ni dispondría de enemigos externos a señalar, lo cual podría facilitar más una salida democrática en Venezuela.

Esta hipótesis, expresada, incluso, por Fernando Mires, no nos luce bien sustentada, conociendo la naturaleza del gobernante de Venezuela y sus arrebatos.

A nuestro juicio, Chávez se enfrentará, más temprano que tarde, con Santos o con Mockus, o con quien sea. Enemigos externos a elegir le sobrarán, así tenga a un Mockus en Colombia tranquilo. Si no es Mockus, los conseguirá en la oligarquía de Colombia, en EEUU, en Chile o en Europa. Por otro lado, no alcanzamos ver cómo una salida democrática en Venezuela podría acelerarse con Mockus en la presidencia; más bien, percibimos que se prolongaría en el tiempo con un Mockus, “apaciguado” y/o “apaciguador”, “neutralizado”, o en el peor de los casos, “zelayizado”. No cabe la menor duda, sería una presión menos para Chávez, un flanco cubierto, que le permitiría avanzar en sus planes con las FARC, la Coordinadora Bolivariana Continental y la ALBA, desembarazado, como estaría, de un factor que lo frene o enfrente; y con esto no queremos que se infiera que el presidente colombiano deba ser beligerante ante Chávez. Pero permítannos dudar de que Mockus se conduzca adecuadamente frente a un aliado de Chávez: las FARC.

Ciertamente, para la industria y el comercio colombianos sería un gran alivio un Mockus que haga las paces con Chávez. ¿Y para Venezuela sería lo mismo? Me refiero a sus industriales y comerciantes, asediados, confiscados, sin dólares para importar, con sus derechos económicos en proceso de extinción. Para éstos, a mi juicio, nada cambiaría sustancialmente.

Para los consumidores venezolanos, quizás sea positivo también; tendrían mayores opciones de compra, y el gobierno venezolano se aliviaría igualmente al no tener la presión del problema de la falta de alimentos y otros productos que reiniciarían su ingreso desde Colombia.

El “fenómeno electoral Mockus”, “la bola de Mockus” o “el tsunami verde” es probable que gane en las elecciones de Colombia.

Como venezolano, sin embargo, no apuesto a ese triunfo, y que me disculpen los colombianos que lo siguen. Pero este asunto no es sólo del interés de ellos, es también continental, y es, por supuesto, nuestro. Yo no voy a Mockus.


EMILIO NOUEL V.


MOCKUS Y COLOMBIA

Antanas Mockus se ha convertido en un artista de lo inesperado y tanto es así que estoy seguro que a él no le extrañaría llegar a ser Presidente de la República de Colombia. No es el destape de su trasero pálido el primer ensayo exitoso de llamar la atención, si tomamos por cierto lo que él mismo narra en el bello libro “Gracias Maestra” de la Fundación Compartir. Cuenta allí: “El profesor Restrepo me animó sin quererlo a cometer mi primer sacrilegio: en una izada de banderas, aburrido con la actitud displicente de mis compañeros, insulté al pabellón patrio y ante el silencio absoluto que siguió al improperio, insulté a los presentes por haber dejado insultar a la bandera”.

Y así le ha ido bien. El listado de ejemplos sería, oh gloria, inmarcesible, y por ello no patinaré en esa tinta pintada de elefantes, disfraces, vasos de agua vaciados sobre el rostro del oponente político. Pero nada en privado; todo en público. Preparado con cálculo matemático, que para eso también sirven los números. Imágenes, escenarios, resultados. Y a los colombianos les ha agradado ese espectáculo, pues hasta su propio mal de Parkinson ha consolidado a su electorado.

Esa combinación de “mono” (catire), sin pasado partidista, eficiente, en ambiente circense, ha calado en un país aburrido de las formulas partidistas que no han hecho sino revalidar el pasado: azules y rojos, liberales y conservadores, cachacos y corronchos, godos y cachiporros, pájaros, chulavitas, uribistas. Sociedad cansada además de líderes, gamonales, barones de la guerra, caudillos, y también de estilos de hacer política. Paralelamente se ha registrado un cambio en la agenda de temas que preocupan a la gente, tanto así que la seguridad, por ejemplo, ya no es prioridad en ese menú del desasosiego ciudadano, como si lo son ahora la educación, la legalidad, el medio ambiente, los derechos humanos y otros valores post-materialistas, dicen.

Los “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, y la cultura que allí se idealiza, pareciera desvanecerse frente a un hiperrealismo neurálgico que ha encontrado en la Ola Verde una alternativa existencial, psiquiátrica más que política, en el país que fuera de Aureliano Buendía, Tiro Fijo, Raúl Reyes, Pablo Escobar, Gaitán y tantos otros, que son parte de un pasado mitológico y atávico. Cual cadáveres insepultos son una sola sombra larga que aún vaga por Colombia causando terror y horror sobre una población que les teme pero que ni los respeta ni los sigue. Es otra dimensión. Dos Colombias, dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Uno en el pecado y otro en la redención.

Recuerdo que Mockus estuvo en Caracas en 1997, ya siendo aspirante presidencial de su país para las elecciones que se celebrarían en 1998 y que llevaron a la Presidencia a Andrés Pastrana, último presidente antes de Uribe, el gemelo de Chávez, que abrió, sin maquinarlo, las puertas para que se convirtiera en el fenómeno que es hoy.

Leandro Area


MOCKUS
Alonso Moleiro

Aunque muchos voceros locales, algunos de ellos personas de toda mi amistad y aprecio, se encrespan y se preocupan con su sola mención, tengo que confesar que, cuando hablamos de Colombia, a mí me simpatiza el nombre, la candidatura y lo medular de la propuesta de Antanas Mockus.

A Mockus se le ha retratado como un plumífero vocero intrascendente; como un monigote enamorado de sí mismo, portador de un liderazgo que constituye todo un riesgo a las instituciones y las buenas costumbres. En uno de estos aluvionales especialistas en abrir zanjas para imponer de forma unilateral autocracias constituidas a partir de sus antojos. Para entendernos: en un Hugo Chávez con cara de Fujimori.

Una alarma que a mí me luce desproporcionada, que no me convence, por conservadora y amante de los modales, y que se me parece demasiado a la monserga de una tía escandalizada cuando un muchacho le trae a la casa, en calidad de invitado, a un amigo algo más "malportado" de la cuenta.

Un intelectual por derecho propio, con horas de vuelo académico, un civil que postula, antes que la necesidad de las balas, la promoción del conocimiento.

Un comprobado gerente público, pionero de la milagrosa renovación urbana de Bogotá. Mockus y su partido Verde parecen portadores de una sofisticada propuesta política con interesantes elementos progresistas, en cuyo eje hacen su presencia elementos adicionales a la necesidad de la guerra. Como me lo han atestiguado periodistas amigos del otro lado de la frontera, los colombianos comienzan a hacerle caso ahora, en la misma medida que las cosas comienzan a mejorar. Parecen suponer, y tienen todo el derecho, que pueden superar el espantoso dilema de apoyar una banda de matones en el Ejército y el universo paramilitar para acabar con la plaga de la narcoguerrilla. Democracia no es sólo equilibro de poderes: democracia son derechos humanos. Los excesos del uribismo no son sólo aquellos que lucen inevitables, los que son producto de la guerra. Descansan sobre la ristra de muertos dejados en fila por una aceitada máquina de matar personas y arrasar con poblaciones enteras, al tiempo que se comprometen voluntades en el Parlamento y se filtra el alto gobierno de toda suerte de marramucias. Los paramilitares y la parapolítica.

¡Qué dirán mis amigas de Chapinero! Clama un horrorizado Plinio Apuleyo, el liberal más conservador del hemisferio. Cierto: no es Mockus tan patiquín; no es jerarca de partido; no es amigo de banqueros; no lo tenían en la lista de la fiesta. Si Mockus fuera como el bonaerense Macri no habría problemas en que fuera outsider. He escuchado a venezolanos afirmar, no sin algo de razón, que desde acá no hay opciones; que no es este tiempo de exquisiteces, que se necesita una mano firme que detenga el proyecto chavista en la región y que no podemos ser ingenuos al decantarnos por el extravagante alcalde de marras. Todo lo cual no me impide comprender las razones adicionales de mis hermanos colombianos ahora que el barbado sin bigotes crece en las encuestas. Son ellos, y no nosotros, los llamados a decidir quién los va a gobernar.


TSUNAMI VERDE

MANUEL F. SIERRA

Cada día el “tema Chávez” cobra mayor fuerza en la lucha presidencial colombiana. Mockus, para eludir un asunto que le resulta dañino en términos de opinión, asegura que no permitirá que se repita en su país el caso venezolano. El mandatario, en una frase que ayuda al candidato verde, asegura que “pasará la página” del conflicto. Santos anuncia que acentuará su condición de heredero político de Uribe. En todo caso, pareciera que el interés de Chávez en la política colombiana es un asunto de los gobernantes de ese país; y no es así. Colombia es una meta fundamental en los objetivos del socialismo del siglo XXI; y, gane quien gane las elecciones, Chávez no bajará la guardia e incrementará seguramente sus relaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Lo que ya prendió en Bolivia, Ecuador y está latente en Perú, resultaría incompleto si no contamina el poder en Colombia. En esto no ha habido cambios. No fueron distintas las relaciones con Pastrana ni Uribe, ni lo serán con Santos o Mockus. Chávez reforzó sus vínculos con las FARC durante el diálogo de paz propuesto por Pastrana y no dejó de marcar distancia con el gobierno de éste. Fue una época en la cual las fuerzas militares reforzaron su capacidad bélica y dieron paso al Plan Colombia, y en que las FARC recobraron aliento como actores políticos ante el mundo.

La “seguridad democrática” de Uribe, endureció la lucha antisubversiva y alcanzó victorias consecutivas que dieron la impresión de una definitiva derrota de la subversión. La muerte de Tirofijo, víctima de un cáncer, estimuló la percepción de una inevitable aniquilación de la narcoguerrilla. Chávez asumió, entonces, una actitud mucho más frontal contra Uribe y la respuesta de éste en el mismo tenor estableció un duelo que favoreció el interés doméstico de ambos.

Gane Santos o Mockus se aplicará la doctrina Uribe porque es ya una política de Estado. La victoria de Santos reforzaría la ofensiva militar; y la de Mockus abriría el juego político y podría replantear el ritmo de las operaciones bélicas. Chávez estaría en condiciones de responder en cada caso sin que ello implique renunciar a sus objetivos estratégicos. Hoy parece existir un sentimiento mayoritario favorable a una pausa en la confrontación, que explicaría una victoria de Mockus.

Pero la guerra no ha terminado. Chávez lo sabe, y Santos y Mockus también.

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