BIELORRUSIA: UN MUNDO DE AUTÓCRATAS
TRINO MARQUEZ
Luego de la destrucción del Muro de Berlín -muro del oprobio,
símbolo de la dictadura y la incompetencia comunista- buena parte del mundo
político e intelectual creyó que se haría realidad la profecía de Francis
Fukuyama, según la cual el planeta avanzaría de forma acompasada hacia la
democracia liberal y la economía de mercado. Después de treinta años de haberse
derrumbado los autoritarismos inspirados en el marxismo-leninismo, han surgido
otras formas de autocracia; o se han maquillado un poco las antiguas tiranías
basadas en la ideología elaborada por Carlos Marx.
Alexander Lukashenko, Vladimir Putin,
Xi Jinping, Daniel Ortega y Nicolás Maduro
–para solo mencionar unos pocos personajes
de la misma estirpe- forman parte de la galería de neoautócratas vinculados con
lo que fue el comunismo hasta la extinción de la Guerra Fría.
Las elecciones del 9 de agosto en Bielorrusia
volvieron a mostrar las aristas más filosas del ‘último dictador europeo’, como
se le conoce a Lukashenko en el viejo
continente. Al déspota le parece poco haber permanecido 26 años al frente de
ese pequeño país. Quiso extender el lapso cinco años más. Para conseguirlo apeló
a sus acostumbradas malas mañas. Cometió un fraude escandaloso, que le dio un ‘triunfo’
con más de 80% de los votos. La victoria fue inmediatamente reconocida por
Vladimir Putin y Nicolás Maduro, su amanuense en América del Sur. Antes de perpetrar la
estafa, el mandamás bielorruso había encarcelado al jefe de la oposición;
luego, en vista de que la valiente esposa del líder apresado tomó el testigo
dejado por su marido y triunfó en la consulta, la acosó hasta obligarla a salir
del país, para no ser víctima de otro secuestro por parte de los cuerpos de
seguridad del régimen.
Frente a las inmensas movilizaciones provocadas por el escamoteo,
el cobarde Lukashenko salió corriendo a pedirle auxilio a su jefe Putin, amo y
señor de la Federación Rusa al menos hasta 2036, último año que le autoriza
gobernar la reforma legal que hace poco tiempo logró que le aprobaran en un
referendo popular totalmente manipulado por el expolicía de la KGB, quien acostumbra
a despacharse a sus adversarios con el milenario método del envenenamiento. Lukashenko
es su marioneta. Su representante plenipotenciario en un territorio que limita
por el frente occidental con Europa, convertida en barrera de las pretensiones
expansionistas del nuevo zar, mezcla extraña de marxismo con la doctrina de la
Iglesia Ortodoxa rusa.
Al trío formado por Lukashenko, Putin
y Maduro hay que agregar a Xi Jinping y a Daniel Ortega. El jefe del Partido
Comunista Chino logró que la dirección del partido le aprobara una reforma que le permite reelegirse
indefinidamente en la jefatura del partido y, por lo tanto, del Estado. El
señor Xi ha concentrado tanto poder como en su momento tuvo Mao Zedong. Xi
promueve las formas más ominosas de control sobre los ciudadanos. La tecnología
G-5 se ha puesto al servicio del espionaje descarado e implacable de la
actividad individual y colectiva. El espacio para la libertad se ha reducido a
su mínima expresión. Este panorama es el que vislumbran los jóvenes de Hong Kong
y ante el cual se sienten aterrorizados. Por eso, prefieren dejar la vida en
las calles de esa pequeña isla, antes que caer en las garras de esa cruel
burocracia. El último personaje de la serie es Ortega, a quien solo vale la
pena mencionar por el terrible daño que el inflige al pueblo nicaragüense.
Lo peor de esta atmósfera tan
degradada es que algunos países
democráticos han generado sus propios engendros durante las décadas recientes. Turquía,
con un Estado laico a pesar de que su población mayoritaria es musulmana,
produjo al dictador Recep Tayyip Erdogán, quien
pretende islamizar el Estado. Polonia y Hungría, dos países que giraban
en la órbita de la antigua Unión Soviética, han dado un vuelco preocupante
hacia la derecha reaccionaria, conservadora y retrógrada. Andrzej Duda, presidente
polaco, y Víktor Orbán, primer ministro húngaro, son la viva encarnación de ese
pensamiento retardatario, incompatible
con el canon liberal. Lo más preocupante
es que el eclipse de la democracia no sólo ocurre en la periferia; en naciones colocadas
en la segunda línea de las democracias
occidentales. Está sucediendo en el corazón de la cultura. En el Estados Unidos
de Donald Trump. El aspirante a la reelección emite declaraciones cada vez más preocupantes
y provocadoras. Amenaza con desconocer los resultados electorales en el caso de
perder frente a Joe Biden; y descalifica
al Servicio Postal, órgano emblemático de la fortaleza y eficacia institucional
de la nación más poderosa de la Tierra.
Además de la Covid-19, gran parte del planeta ha sido
tomada por estos asaltantes del poder, quienes aspiran a eternizarse en sus
cargos, aplastar las instituciones del orden democrático y erigirse en
reyezuelos que solo le rinden cuanta a la almohada porque se consideran
predestinados.
Si los partidos y las naciones democráticas
del planeta no se unen para enfrentar con determinación los embates de esta
clase de seres, la libertad será demolida. Las restricciones provocadas por la
pandemia parecerán un picnic.
@trinomarquezc
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