JUAN LUIS CEBRIAN
EL PAIS
"La política no es el punto fuerte de los catalanes". Semejante rotunda afirmación la hace el periodista Enric Juliana en las postrimerías de su nuevo libro, una memoria personal de la guerra civil y la posguerra que él no vivió pero conoció a través de los recuerdos y confidencias de su amigo Manuel Moreno Mauricio. Este fue un viejo líder del partido comunista, condenado a muerte por el franquismo y cuya pena le fue conmutada por la probable mediación de Evita Perón a requerimiento de un párroco de pueblo. MMM, como el autor le llama por el acróstico de su nombre, purgó diecisiete años de cárcel en el penal de Burgos, en el que coincidió con numerosos presos políticos de la dictadura. La cárcel se convirtió en un lugar de debate sobre las tácticas a seguir por parte de la oposición clandestina al franquismo, hegemonizada por el partido comunista, y la visión que cada cual tenía acerca del futuro de España.
El relato es una visión de la historia reciente de nuestro país escrita con el apasionamiento debido, sin que este nuble la condición de reportero del pasado que Juliana asume. Su estilo es urgente, casi trepidante, ajeno a cualquier tentación literaria, salvo en el último capítulo y el epílogo, cuando afloran las nostalgias personales del autor. Este final, con momentos de perfiles casi líricos, es el rompeolas donde se estrellan todas las conspiraciones, rupturas y traiciones narradas anteriormente. La memoria de la Cataluña que vivió en su infancia y juventud, mientras la izquierda se enfrascaba en una guerra interna entre partidos, escisiones, exilios, facciones y grupúsculos. Un torbellino de geoestrategias encontradas, obediencia ciega a Moscú salvo cuando el Kremlin propiciaba el establecimiento de relaciones con la España de Franco, y apoyaba incluso la monarquía de don Juan como solución de futuro. Las torturas y vejaciones de la policía franquista, los asesinatos del estalinismo, la supervivencia de la dictadura gracias al alineamiento mundial durante la Guerra Fría, son relatadas con minuciosidad pero sin escarnio, como si únicamente se tratara de levantar acta de los hechos. Y en el trasfondo, de manera permanente, la desgraciada y admirable aventura personal de MMM, siempre al servicio de la causa del proletariado, una persona de paz que acaba sirviendo a la guerrilla para terminar dando con sus huesos en la cárcel. Otros no tuvieron tanta suerte, ni un cura que les salvara, y acabaron frente al pelotón de fusilamiento.
El libro no deja de ser una memoria personal en ningún momento; por lo mismo se aprecian algunas lagunas en el relato histórico, que no desmerecen en absoluto de su contribución al conocimiento de determinados hechos. Quizá lo más destacado sea el análisis que hace del desarrollo del PSUC, el partido comunista catalán, y las controversias que suscitó entre la izquierda su marcado carácter nacionalista. Se resumen estas en la opinión de Palmiro Togliatti, líder histórico del comunismo italiano y voluntario contra el fascismo en la guerra de España. En un informe elevado al Komintern en 1938 definió al PSUC como “un partido de tendencia nacionalista pequeño burguesa, infiltrado por la masonería”.
La descripción que hace del penal de Burgos, cárcel que alojó en su día a un buen número de disidentes políticos y de militantes etarras, ayuda a comprender no solo la miseria moral, sino también la material de la España franquista. Hasta bien entrados los años sesenta nuestro país no pudo incorporarse a las tendencias desarrollistas, gracias al plan de estabilización puesto en marcha por los burócratas del Opus Dei, que marcó un antes y un después en la política económica de la dictadura. Juliana defiende una tesis arriesgada al respecto. Asegura que la transición a la modernidad española y hasta nuestros días se ha llevado a cabo a través de tres planes de estabilización. El primero, el de 1959, “desorientó a los comunistas” que, según él, no supieron interpretar el cambio de las condiciones impulsado por el crecimiento económico del país, el ascenso de las clases medias y las mejoras sociales. La defección de dirigentes y militantes del calibre de Fernando Claudín, Jorge Semprún o Javier Pradera no fue fruto exclusivo sin embargo de sus discrepancias ideológicas con la dirección, según apunta. El autoritarismo interno de Santiago Carrillo en las relaciones personales jugó un papel significativo. El segundo plan lo atribuye a los ya famosos Pactos de la Moncloa que se hicieron “con el apoyo activo de los comunistas”. Es discutible confundir los aspectos económicos de aquellos acuerdos con un plan de estabilización. Además tan importante como ellos fueron los compromisos políticos, según se ha puesto de relieve recientemente. Pero es verdad, como señala, que en realidad aquella fue una pinza contra el PSOE, orquestada entre la UCD y Santiago Carrillo, que aspiraba a convertir al PCE en partido hegemónico de la izquierda. Por último, definir como plan de estabilización la política de austeridad impuesta por el Gobierno Rajoy tras el desastre legado por Rodríguez Zapatero parece un pequeño abuso conceptual. Pero al margen de estos matices y otros similares, o quizá gracias a ellos, el libro ayuda a la comprensión crítica del devenir de la izquierda española, hoy en el poder. Al final se nos advierte que el autor no lo ha contado todo. Aguardamos la continuación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario